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Jann Wenner pone fin a su ‘Rolling Stone’

La revista surgida del San Francisco ‘hippy’ pasa a integrarse en la empresa editorial de ‘Variety’

Diego A. Manrique
Paul McCartney y Jann Wenner, en abril de 2015 en el Hall of Fame del Rock & roll en Cleveland.
Paul McCartney y Jann Wenner, en abril de 2015 en el Hall of Fame del Rock & roll en Cleveland.Kevin Mazur (WireImage)
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Parece una fatalidad histórica. A finales de 2017, cuando terminan las conmemoraciones por los 50 años de la eclosión del movimiento hippy, llega la noticia de la venta del principal medio periodístico surgido de la contracultura de 1967. Rolling Stone, que también estaba conmemorando su medio siglo con números especiales, ha dejado de ser propiedad de su fundador, Jann Wenner.

Wenner Media ha vendido su 51% de Rolling Stone a Penske Media, por una cantidad que se estima cercana a los ochenta millones de euros. La empresa de Jay Penske publica medios relevantes en el ámbito cinematográfico, como Variety y, en la Red, IndieWire o Deadline.com.

La transacción no supone una gran novedad: asfixiada por sus deudas, Wenner Media ha estado liquidando sus activos con cierta premura. El pasado año, vendió el 49 % a BandLab Technology, una empresa de Singapur sin ambiciones mediáticas, que buscaba simplemente una inversión atractiva. En marzo de 2017, Wenner traspasó sus dos otras revistas, Men's Journal y la rentable US Weekly, al grupo American Media; debió ser un trago amargo ya que se trata de un grupo editorial especializado en prensa sensacionalista (National Enquirer) y alineado con Donald Trump.

Apertura del reportaje sobre una violación en grupo en la Universidad de Virginia de 2014, que resultó falso,
Apertura del reportaje sobre una violación en grupo en la Universidad de Virginia de 2014, que resultó falso,

Pero la joya de la corona era Rolling Stone. Aunque los tiempos digitales hayan erosionado su preeminencia como publicación musical, mantiene una posición beligerante en cuestiones políticas y ecológicas. No puede aspirar a derribar a un presidente -aunque lo intentó con George W. Bush y ahora aplica todas sus fuerzas contra Trump- sí tiene la credibilidad necesaria en Washington para conseguir en 2010 el cese del general Stanley A. McChrystal, jefe de las fuerzas estadounidenses y de la OTAN en Afganistán, que se fue de la lengua ante un colaborador de la revista; muy probablemente, el militar creía estar hablando para una publicación minoritaria.

Cierto que luego llegaron patinazos. En 2014, Rolling Stone publicó un explosivo reportaje sobre una violación en grupo en la Universidad de Virginia. The Washington Post investigó el caso y descubrió muchas inconsistencias en el testimonio de la supuesta víctima. Rolling Stone encargó un informe a la Columbia Graduate School of Journalism, que dictaminó que falló el sistema de supervisión (fact checking) exigible en el periodismo de investigación. La revista se retractó y pidió disculpas, aunque eso no evitó una lluvia de querellas.

Otras heridas fueron autoinfligidas. Jann Wenner conserva un inmenso archivo personal y permitió que su biógrafo, Joe Hagan, indagara allí sin límites. El recién editado Sticky fingers: the life and times of Jann Wenner and Rolling Stone Magazine no ofrece un retrato amable del personaje, que ocultó su homosexualidad hasta 1994. Hagan explica que las diversas metamorfosis de la revista han obedecido a las ambiciones de Wenner: el acercamiento a la política, el traslado de San Francisco a Nueva York, la celebración de la cultura de los famosos, la devoción por los mitos del rock de los 60, Sin embargo, es más discreto respecto a sus intromisiones en textos, que llevaron al despido de periodistas insumisos. O la tendencia hacia el nepotismo, al encargar desdichadas aventuras en el mundo digital a uno de sus hijos, Gus Wenner.

Tanto Jann como Gus continuarán trabajando en Rolling Stone. El hijo asegura que el futuro de la revista pasa por explotar la marca. Es decir, vivir de las glorias pasadas, rescatando proyectos añejos como el Rolling Stone Hotel en Las Vegas. Una iniciativa que, por cierto, no contaba con la bendición de Mick Jagger, que nunca ha querido definir los límites de explotación entre Rolling Stone (revista) y los Rolling Stones (grupo).

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