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Letras americanas
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Literaturas contra un golpe

En esta entrega de ‘Letras americanas’, Emiliano Monge da una selección de los libros que hay que leer en la semana que se conmemora el quiebre democrático en Chile

Salvador Allende 50 años del golpe en Chile
Fotografía de un mural adornado con flores dedicado al expresidente chileno, Salvador Allende, en El Salvador.Rodrigo Sura (EFE)
Emiliano Monge

Hace un par de días se cumplieron 50 años del golpe militar que derrocó al gobierno democrático de Salvador Allende y dio paso a la sanguinaria y terrorífica dictadura de Augusto Pinochet.

Tanto aquel golpe como aquella dictadura, así como el exilio al que se vieron obligados miles de hombres y de mujeres y la democracia que poco a poco se fue abriendo paso —esta última aún sigue buscando asentarse, pues el movimiento telúrico del horror dejó el suelo susceptible para que los monstruos sigan anhelando el pantano—, dieron pie a una cantidad impresionante de obras literarias estupendas.

Desde Casa de campo o El jardín de al lado, de José Donoso hasta La dimensión desconocida o Space Invaders, de Nona Fernández, pasando, en riguroso desorden, por El palacio de la risa, de Germán Marín, Formas de volver a casa, de Alejandro Zambra, Lumpérica o Por la patria, de Diamela Eltit, Tejas verdes. Diario de un campo de concentración en Chile, de Hernán Valdés, La gran ciudad, de Omar Saavedra Santis (publicada en alemán, varios años antes de su publicación en español), Óxido, de Carmen Ana María del Río, Nocturno de Chile o Estrella distante, de Roberto Bolaño, Racimo, de Diego Zúñiga, En voz baja o Había una vez un pájaro, de Alejandra Costamagna, Ruido, de Álvaro Bisama, Memorias prematuras, de Rafael Gumucio y, hace poco, Señales de nosotros, de Lina Meruane y Una historia perdida, de Juan Pablo Meneses.

Encontrar una rendija

Me detengo en la obra de Meneses porque además de ser una de las últimas en sumarse a la literatura que parte de los sucesos del 11 de septiembre de 1973 es una muestra de la inagotabilidad de un tema, cuando es una herida abierta tanto en el cuerpo colectivo como en cada individuo y, sobre todo, cuando el autor sabe encontrar una rendija que había permanecido inexplorada. Este es el caso, precisamente, del protagonista de la novela de Meneses, que no es otro que el propio Meneses, quien emprende una búsqueda personal que quiere, al mismo tiempo, reparar su memoria —echada a andar a consecuencia de las bombas— y alumbrar una zona oscura en la memoria colectiva de su país. Y es que la búsqueda de Pablo es la de una historia oculta: la de esa bomba que no cayó sobre la casa de Allende, sino a una centena de metros de la casa de Pablo, sobre un hospital militar. Una bomba sobre la cual, para colmo, tanto los ganadores como los perdedores parecerían haber aceptado la misma tesis: que se debió a un error. Pero ¿qué sucedió en realidad con esa bomba y ese piloto que la lanzó? ¿Fue un error o fue un acto deliberado?

Y me detengo, también, en Señales de nosotros, porque el libro de Meruane —quien recién fue galardonada con el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso 2023— es otro de esos últimos libros en sumarse a la vasta y estupenda biblioteca que busca dejar constancia de todas las violencias que los criminales, es decir, que los militares golpistas y sus descendientes, impusieron a un país, durante décadas: desde lo enorme y evidente —la violencia sobre la carne de los cuerpos y la transformación absoluta de lo público— hasta lo más pequeño e invisible —la violencia sobre el interior de los cuerpos y la transmutación completa de las intimidades—. El libro de Meruane, en el que un grupo de niñas que estudian en un colegio privado que busca, al igual que sus familias, mantenerlas aisladas de la realidad, se dan cuenta poco a poco de lo que está sucediendo más allá de las rejas que las separan del mundo, porque, a fin de cuentas, todo ha cambiado —incluso los silencios, incluso los gestos de la gente—, lleva a lo más pequeño el mecanismo más grande de una dictadura: “aquí solo pasa lo que se dice que pasa”.

Más allá de la narrativa

Si enumerara acá, como hice antes con los de narrativa, los libros de poesía que fueron escritos en Chile tras el golpe, durante la dictadura o mientras la democracia buscaba abrirse camino nuevamente, seguramente no me alcanzaría el espacio de esta newsletter, ni duplicando el número de palabras. Quizá por eso —aunque me niego a no recomendarles que busquen, como menos, Anteparaíso, de Raúl Zurita, La bandera de Chile, de Elvira Hernández y La ciudad, de Gonzalo Millán— quisiera centrarme en un libro que me parece un verdadero acontecimiento: “Recuerda que una vez fui y que ya no soy. / Recuerda los golpes, los inviernos / cruzados a gritos y los horrores del verano / Recuerda la frazada negra cubriéndoles / la cara y el atroz número 509 / Y sobre todo recuerden, ustedes que escuchan / este canto de los hijos solos / que aquí nada, ninguno ni nadie está olvidado”, escribe el poeta Zurita en Canto de los hijos solos.

Aunque quizá la palabra escribir, en este caso, no sea la correcta, o no sea exacta, porque lo que Zurita hace en Canto de los hijos solos es más que escribir: convirtiéndose en un medio, escucha, siente y destila las palabras de los familiares y amigos de algunas de las víctimas de la dictadura militar de Augusto Pinochet —agrupados por el proyecto Latidos de la memoria, organización que recopila y difunde testimonios, así como microbiografías de detenidos, desaparecidos y ejecutados—, para después reflexionar poéticamente con estas.

Canto de los hijos solos, como dice su portada, además de un libro de poesía es un objeto de memoria, esa memoria que busca darle la vuelta a lo que siempre ha querido hacer la desaparición, es decir, traer de regreso la dimensión humana de aquel que ya no está, para que este siga aquí a través del poder de la palabra.

Y es que la palabra, en cuanto se convierte en testimonio, es capaz de devolverle un pedazo de presente a quien le fue segada la existencia en el pasado: por eso le temen tanto al testimonio aquellos que aspiran a la impunidad del silencio.

Canto de los hijos solos es el recordatorio más reciente que la palabra escrita nos hace del terrorífico y criminal golpe militar de 1973, pero también de que no debemos renunciar a los recuerdos.

“¿Recuerdas / los golpes en / el alba / y la feroz / claridad / del nuevo día?”.

Coordenadas

Una historia perdida fue publicado por Tusquets. Señales de nosotros se encuentra en edición de Alquimia. Canto de los hijos solos, por su parte, fue editado por Cuneta.

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