Esténciles y grafitis de los padres
En esta entrega de ‘Letras Americanas’ Emiliano Monge escribe sobre César Tejada y Aura García-Junco
Hace no mucho, en una de esas mesas de los festivales de literatura en las que los escritores se vuelven interesantes a partir de la media hora, es decir, cuando las ideas que llevaban preconcebidas o que ya habían utilizado se desgastan y la conversación se torna una exploración de temas, me tocó asistir a un momento maravilloso.
El moderador de la mesa de la que hablo, novelista él también, además de ensayista y estupendo poeta, le hizo una pregunta —cuál era esa pregunta, en realidad, no es importante— a uno de los escritores panelistas, cuya seña de identidad es que, cada vez que alguien le pregunta algo —da lo mismo que sea un periodista, un moderador, otro escritor o un lector—, comienza sus respuestas diciendo: “no… qué curioso que digas esto, porque no… yo no lo pensé así en ningún momento” —hay quien todavía encuentra en el “no” un rasgo distintivo, así como quien cree que la inteligencia o el ingenio se demuestra a partir, única y exclusivamente, del desacuerdo—.
El asunto, sin embargo, tampoco es la respuesta del panelista —que se enredó en su propia madeja, de manera fabulosa, pues la necesidad de distinción a veces distingue a quien la busca hasta de su propia inteligencia—, sino lo que vino a continuación: cuando el escritor cuestionado terminó de embrollarse, el moderador, sonriendo —sin malicia, cabe aclarar, es decir, con absoluta naturalidad y una claridad abrumadora—, tomó el micrófono de nuevo y, dirigiéndose al auditorio, que estaba inesperada e insospechadamente lleno, aseveró algo así como: “bueno… esto que acaba de suceder sirve para que todos ustedes se vayan de aquí con una de las pocas certezas que existen en literatura… los escritores, no importa si son principiantes o maestros admirados, no necesariamente saben qué fue lo que hicieron y, menos aún, cómo fue que lo hicieron”.
Una compulsión que puede ser otra
Aunque en la mesa que recién he recordado, el moderador y el escritor hablaban, fundamentalmente, de la escritura, el moderador, al final de su acotación, también se refería al libro en sí, es decir, al texto terminado; a que, muchas más veces de las que uno podría pensar, un texto puede ser distinto —o puede ser varias cosas más— de aquello que es en apariencia —y acá vale la pena recordar lo que le pasó a dos estupendos escritores, uno mexicano y otro costarricense, a quienes el azar unió, aunque no sé si lo sepan, en una experiencia similar: tiempo después de que uno de sus libros fuera publicado como poesía, fueron reeditados como libros de relatos y, pasados varios años más, como novelas—. Ahora bien, ¿por qué cuento todo esto? Además de porque sí, es decir, para contarlo y decir lo que ya dije al contarlo —que la escritura y los textos que de ella resultan suelen ser mejores en tanto despiertan mayores extrañezas formales—, para dejar claro que los editores tampoco son ajenos al tema de esta newsletter y, sobre todo, para hablar de dos libros que recién pude leer: el primero de estos es La compulsión autobiográfica, de César Tejeda, quien hace algunos años publicó el estupendo Mi abuelo y el dictador.
Y es que La compulsión autobiográfica —el título no llama a engaños—, que fue publicado como un libro de ensayos —la mayoría de los textos que lo componen, de hecho, fueron publicados así en diversas revistas, dossieres y antologías—, es, si uno acepta lo que dicen el autor y los editores, es decir, que lo que uno está leyendo es un libro de ensayos, un muy buen libro, un estudio excelente, de hecho, sobre la necesidad de otorgarle a nuestro paso por el mundo una narración, ordenada según las pulsiones más oscuras o luminosas de cada cual o según las enfermedades, las obsesiones o las herencias evidentes o menos evidentes de cada quien. Pero, esto es lo que me parece extraordinario, si uno lee La compulsión autobiográfica como las otras dos cosas que es, es decir, como un libro de relatos sobre el origen, las intimidades y la capacidad de los seres humanos de reinventarse y reconstruirse a partir de los momentos de quiebre existencial, o como las dos novelas breves que también es: una novela sobre la madre y otra novela sobre el padre —novelas que, por cierto, el autor asevera no estar pudiendo escribir, aún cuando las está escribiendo delante del lector, como si se tratara de esténciles—, el libro se transforma en un libro fabuloso y, quizá, único, que es a lo que deberían aspirar todos los textos y todos los autores.
Dios fulmine a la que escriba sobre mí
Esa última frase que acabo de escribir, como muy probablemente sepas, querido lector, no es mía sino de Roberto Calasso —aunque debió haber sido imaginada y pronunciada antes y después por un sinnúmero de escritores que no sabían que Calasso la había dicho o que no podían adivinar que la diría, pero que, seguramente, nunca empezaban sus respuestas por la palabra “no”—, pero me sirve, acá, para hablar del segundo libro que quería traer a colación, un libro que no sólo es único sino que es asombroso y que lo es a partir de un tema que, de tan manido, parecía no poder dar cabida a ningún otro libro único ni a ningún otro libro extraordinario: Dios fulmine a la que escriba sobre mí, de Aura García-Junco, quien, en cosa de solo unos años, ha publicado un racimo de textos tan diversos que van desde el mecanismo literario hasta el sistema nervioso del poliamor, y quien, en esta ocasión, encontró la rendija exacta por la cual debía meterse a la historia que tenía entre manos: los libros y los subrayados de su padre.
Ahora bien, Dios fulmine a la que escriba sobre mí, aunque la editorial diga que se trata de un texto híbrido, a medio camino entre el ensayo y la narrativa personal, estalla de tal modo ante los ojos del lector que no sólo excede esa ubicuidad —aunque, efectivamente, también sea una biografía de H Pascal (escritor de género y promotor cultural que vivió en los márgenes), una autobiografía en espejo de la propia autora y dos bibliobiografías: la del modo de leer de Pascal y la del modo de leer y releer de García-Junco— sino que además se sale por los márgenes convirtiéndose en una novela grafiti de crecimiento o choque entre generaciones, así como de encuentros y desencuentros paterno filiales y, sobre todo, sobre las ilusiones y las desilusiones, los anhelos y los fracasos, el amor y el duelo.
Y es que Dios fulmine a la que escriba sobre mí, además de conseguir con una sencillez abrumadora algo que, en general, parece complicadísimo: revestir las lajas del dolor con la tela del humor, es decir, hurgar en las heridas más profundas con el mismo dedo que habrá de sanarlas, consigue uno de esos extrañísimos fenómenos a los que debe aspirar la mejor literatura: hacer confluir, por un momento, en un mismo espacio y como si fueran una sola experiencia, el pensamiento y la sensibilidad.
Coordenadas
Dios fulmine a la que escriba sobre mí fue publicado por Sexto Piso, después de que el resto de la obra de García-Junco saliera a las librerías en ediciones de Seix Barral. La compulsión autobiográfica fue coeditada por Alacraña, la UANL y Bookmate, mientras que Mi abuelo y el dictador salió bajo el sello Caballo de Troya.
Babelia
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