‘Las chicas están bien’: belleza, ligereza y pretenciosidad en la construcción del arte
Por momentos, la película de la debutante Itsaso Arana es fresca, grácil, simpática. En otros, cuesta horrores entrar en su dinámica amorosa
Los referentes cinematográficos de la habitual actriz Itsaso Arana para su debut como directora de largometrajes resultan palpables: la sencillez, el tono y los espacios veraniegos de Éric Rohmer; la naturaleza de la creación, las relaciones interpretativas y las preguntas sobre el poder de las tablas del Jacques Rivette de París nos pertenece; el espíritu grácil y en apariencia intrascendente de las comidas campestres de Jean Renoir; la vida dentro del teatro y el teatro dentro de la vida del Louis Malle de Vania en la calle 42; y, cómo no, una parte del estilo más cercano al documental del cine de Jonás Trueba, del que ella misma ha sido intérprete en películas como La virgen de agosto y Tenéis que venir a verla.
No obstante, Las chicas están bien, ambientada en una casa rural durante los días campestres de una compañía teatral que ensaya una obra del siglo XVII, formada por una dramaturga y cuatro actrices, acaba ligada a un estilo de más atrás, de mucho más atrás: el de la novela pastoril del XVI y XVII, cuyas características esenciales cumple casi a rajatabla —romance, simplificación psicológica, ambiente bucólico, estilo verbal con ciertas ínfulas, presencia de príncipes y princesas, y hasta de una rana o, en este caso, de un sapo—. Con un añadido más: se juega a la autoficción y al metalenguaje, pues los cinco personajes principales responden a sus propios nombres en la vida real, la dramaturga es la directora de la película, y dos de las intérpretes están de sobra consagradas en su oficio y son “admiradas” por las dos jóvenes que empiezan, y ahí también coinciden los momentos profesionales de Bárbara Lennie e Irene Escolar, estrellas de las tablas, al lado de Itziar Manero y Helena Ezquerro.
El conjunto adquiere de este modo una admirable singularidad que, sin embargo, resulta más bonita de ver que de escuchar. La película tiene un tono de intrascendencia y un colorido claro que, acompañados de la complicidad femenina, la llevan a entrar muy bien por los ojos. Cómo se plantean cada uno de los temas es asunto distinto. En la historia se abordan cuestiones mayores o de especial complejidad con un lenguaje que no se sabe bien si quiere ser naturalista del siglo XXI o renacentista del XVI: los prejuicios ante los arquetipos físicos de cada una de ellas; la muerte y su interpretación en el arte; la dicotomía entre el amor terrenal y el romance teatral; la naturaleza del deseo, tantas veces inconsciente; la maternidad, sus certezas, sus dudas y sus miedos. Se pasa por todos ellos, pero se echa en falta una profundidad que apenas se roza en la hora y veinte minutos de metraje.
Por momentos, la película es fresca, grácil, simpática. En otros, cuesta horrores entrar en su dinámica amorosa (no la de dentro de la obra que ensayan, sino la de la película de fuera), con treintañeras largas o muy largas hablando y actuando como quinceañeras de matices pedantes: “Me gustas como idea, me gustas como unidad”, le dice una de ellas al hombre que le gusta, y con el que nunca ha estado unida, en un audio de whatsapp.
Estrenada en el festival de Karlovy Vary, Las chicas están bien está amparada por un engranaje formal precioso, con música de Bach, interludios con grabados en tela de jouy, y sonrisas sinceras y cómplices. Es juguetona, original. Pero, también, meliflua y de vuelo corto. Hay en Arana suficientes ideas alrededor de la construcción del arte como para seguir labrándolas con ahínco, pero aquí sus bellas imágenes no acaban de conjugarse en un fondo que traspase, emocione o reflexione más allá de su ligereza.
LAS CHICAS ESTÁN BIEN
Dirección: Itsaso Arana.
Intérpretes: Bárbara Lennie, Irene Escolar, Itziar Manero, Helena Ezquerro, Itsaso Arana.
Género: comedia. España, 2023.
Duración: 85 minutos.
Estreno: 25 de agosto.
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