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El club de los poetas salvajes (con guitarra)

Diversos libros detallan cómo Bob Dylan, Patti Smith, Leonard Cohen o Jim Morrison, entre otros, fueron estudiosos lectores de poesía

Patti Smith interpreta la canción de Bob Dylan 'Boots of Spanish Leather' en mayo de 2022, en Tulsa (Oklahoma).
Patti Smith interpreta la canción de Bob Dylan 'Boots of Spanish Leather' en mayo de 2022, en Tulsa (Oklahoma).Lester Cohen (Getty Images for The Bob Dylan C)
Mar Padilla

Hay viejas canciones que adquieren categoría de míticas al convertirse en la banda sonora de la vida de muchísimas personas. Son temas como Desolation Row, de Bob Dylan; People have the power, de Patti Smith; Suzanne, de Leonard Cohen, o Perfect day, de Lou Reed. Y, en español, La leyenda del tiempo, de Camarón de la Isla; Mediterráneo, de Joan Manuel Serrat, o Aunque es de noche, el tema de Enrique Morente versioneado después por Rosalía.

Más allá del fragor de la música, el hilo común que une a estos nombres es que fueron estudiosos lectores de los trabajos de Arthur Rimbaud, Paul Verlaine, Walt Whitman, Sylvia Plath, Allen Ginsberg, Federico García Lorca, Alfonsina Storni, Miguel Hernández, Alejandra Pizarnik o San Juan de la Cruz. Esa conexión ―ya intuida, nada nuevo bajo el sol― adquiere mimbres casi científicos en libros como Arte y fulgor en las canciones del rock, de Javier Parrilla Romero (Lenoir Ediciones, 2021); Festival poético. Blues, Jazz & Soul, una antología reunida y traducida por Alberto Manzano (Hiperión, 2022), o Poética del rock. Imaginario lírico de la cultura popular, de Susana Rodríguez Barcia y Bosco Gil de Gárate Hernández (Universidad de Vigo, 2023).

“Hay canciones con aliteración, oxímoron, palíndromo o polisíndeton, que siguen la misma técnica que los poemas”, explica Susana Rodríguez Barcia, filóloga especializada en Ideología y Sociedad. Ambos géneros comparten la función social de comunicar algo inexplicable que penetra en nuestro día a día, y “transmiten contenidos complejos de forma placentera”. Los dos formatos se rigen por la voluntad de expresión de expectativas, sueños o miedos. Y hablan de cosas parecidas: el amor, la muerte y el paso del tiempo, “omnipresentes también en nuestras conversaciones cotidianas”, subraya.

Para Gil de Gárate, coautor del libro, tampoco hay duda de esa hermandad. “Desde Homero a los romances del siglo XV, la poesía empezó en las canciones. Los primeros poetas eran cantantes”, recuerda, apuntando que ese viaje dio la vuelta cuando “en los años sesenta y setenta las canciones se fueron transformando en literatura”.

Más allá de los tótems del rock, la obra de Gil de Gárate y Rodríguez Barcia ―de más de 700 páginas y que va por la cuarta reimpresión― sigue el rastro del impacto de la poesía y las canciones de autores menos conocidos, como Arthur Lee (líder de la banda Love), Gene Clark (uno de los fundadores de The Byrds), Marianne Faithfull (que participó en recitales de poesía de John Keats, Lord Byron o P. B. Shelley), el poeta Gil Scott-Heron, precursor del rap, o Jim Carroll, el poeta punk neoyorquino por excelencia durante los 70.

Además de la métrica, el ritmo o la repetición que se da entre canciones y poemas, el libro de Rodríguez Barcia y Gil de Gárate demuestra también hasta qué punto cantantes y compositores se identifican con el escribidor de poemas como una figura libre, fuera del sistema, que difunde verdades dolorosas, bellas e invisibles. No en vano Smith, Cohen, Dylan o Morrison fueron poetas antes que músicos.

Rimbaud, primer punk

No hay datos, pero no estaría de más averiguar si libros como Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud, aumentan sus ventas cada vez que aterriza Patti Smith en una ciudad. En sus giras por Europa, Estados Unidos y Latinoamérica, Smith casi cada noche recita algún verso del francés, al que cataloga como “el primer chico punk”.

Como para los músicos arriba mencionados, para Smith la literatura es algo parecido a una religión: “No hay nada más hermoso que el libro”, dijo en su discurso de aceptación del National Book Award por Éramos unos niños (Lumen, 2010), en cuyas páginas explica que en su primera juventud la poesía de Rimbaud la salvó de una vida miserable trabajando en la fábrica de su pueblo y la animó a huir a Nueva York.

Allí, apadrinada por poetas beat como Gregory Corso o Allen Ginsberg, inició su carrera frente al público en febrero de 1971, en un recital de poesía que se celebraba en la iglesia de Saint Mark, un encuentro en el que también participó Lou Reed.

“Todos esos iconos beben de las fuentes originales, y hay que prestar atención a sus letras, porque son los clásicos los que están iluminándonos”, dice Alberto Manzano, también autor de la selección y traducción de Antología poética del rock (Hiperión, 2015). Para él, gran parte de la mejor poética de nuestros días se sigue expresando a través de la música. “La poesía es un interruptor que enciende nuestra luz interior, y eso lo consiguen también las canciones”, prosigue. “Mi cruzada es la defensa de la gran poesía del rock. Llevo más de 40 años en esto, y siempre he creído estar habitando un paisaje poético”, explica en conversación telefónica.

No todo vale, claro. “El rock está saturado de versos de mala calidad”, advierte Manzano, y estos se los lleva el viento, mientras que los que permanecen cumplen “la santísima trinidad del ritmo, la belleza y la verdad”. Para Manzano, traductor y amigo de Cohen hasta su muerte, la poesía, como las canciones, son artefactos populares, y “hay que dar la batalla por liberar el concepto poético de su vertiente elitista”.

“Lorca arruinó mi vida”

En España, tierra de poetas y músicos, el binomio también se da, claro. De Joan Manuel Serrat ―que canta a Antonio Machado y a Miguel Hernández, escribidor él mismo de canciones asombrosas― a Marwán, son muchos los músicos que hacen poesía o rinden tributo a los poetas cantando sus textos o fabricándolos para mantener viva su voz.

El músico Marwán, en su casa de Madrid en marzo.
El músico Marwán, en su casa de Madrid en marzo. Claudio Álvarez

Marwán, autor de varios libros de poesía, se considera sobre todo “un músico que escribe poemas”. Empezó a componer canciones y a hacer poemas a la vez en 1997, siendo lo primero “una actividad muy seria”, y lo segundo “una mera actividad catártica” que respondía a una necesidad de expresarse. “El espacio al que te transporta una canción es un lugar más amable, y se trata también de conectar con los otros”, dice. El cantautor madrileño, de raíces palestinas, reconoce que en los últimos años hay un cierto movimiento de músicos que se están acercando a la poesía, y lo atribuye a la búsqueda de algo de belleza y verdad en lo cotidiano. “Estamos un poco rodeados de hamburguesas musicales. Hay una sobredosis de prosa en la vida, de ruido, de vulgaridad y convulsión en el mundo en que vivimos. Y se busca un antídoto a eso”, reflexiona. En términos musicales, a Marwan le han influido Ismael Serrano, Pedro Guerra o Joaquín Sabina, y en poesía Luis García Montero, la polaca Wislawa Szymborska o Benjamín Prado.

Ese camino entre canción y poesía ―que a veces se da por separado, pero otras se une formando un híbrido― queda ejemplificado precisamente en el dúo que conforman Joaquín Sabina y Benjamín Prado, coautores de temas como 19 días y 500 noches después o el Blues del alambique. Más allá de la música, su querencia común por la poesía es real: tras la muerte del gran poeta Ángel González, escribieron a dos manos la canción Menos dos alas, en la que recuerdan al asturiano, que escribió versos como “por eso mismo / porque es como os digo / dejadme que os hable de ayer / una vez más de ayer / el día incomparable que ya nadie nunca volverá a ver jamás sobre la tierra”.

Para Prado, la canción y el poema “son familia” pero mantienen ciertos códigos de separación inquebrantables. “La canción necesita rima y estribillo, y puede ser incluso casi cursi, algo que el poema no tolera”, reflexiona al teléfono. Prado, que también ha colaborado con Leiva o Rebeca Jiménez, ha participado esta semana en el festival Sonorama Ribera leyendo poemas de la mano del grupo Elefantes. Y confiesa que le divierte estar ante miles de personas que va escuchar música y recibirles con poemas. De esa manera, como quien no quiere la cosa, se da una singular ecuación: “A la poesía la sacas de su zona de confort y el público se lleva nuevas sensaciones a casa”.

Hace unos años Prado ya advirtió de la fuerza de esa fórmula híbrida afirmando que de un tiempo a esta parte hay muchos músicos que sueñan con sacar un libro de poesía, mientras que en el pasado poetas como Miguel Hernández, Rafael Alberti o Federico García Lorca soñaban con que alguien musicara sus canciones.

En ese anhelo, sin duda Lorca ―músico además de poeta― se lleva la mejor parte. Bien conocida es su impronta en la escena española de la mano de Camarón de la Isla, Estrella Morente, Extremoduro, Pata Negra o Silvia Pérez Cruz. Pero ha dejado huella también en compositores como Nick Cave o Patti Smith, y para Leonard Cohen todo cambió tras leer al poeta granadino. “Definitivamente, Lorca arruinó mi vida”, escribió Cohen en el epílogo de Omega. Historia oral del álbum que unió a Enrique Morente, Lagartija Nick, Leonard Cohen y Federico García Lorca, de Bruno Galindo (Lengua de Trapo, 2011). “Una vez que conocí la existencia de ese paisaje que Lorca había establecido, quise permanecer en él toda mi vida. Ya no hubo posibilidad de retorno. Lorca había cambiado mi manera de ser y de pensar de un modo radical”, prosigue en el mismo texto.

Como filóloga, Rodríguez Barcia certifica que tanto los textos de Smith como los de Cohen reflejan que ambos son ese tipo de lector que “lee un poemario dos y tres veces, de arriba abajo”. Y con un respeto enorme por la diversidad lingüística: “Se nota que hacen un esfuerzo por leer en ediciones bilingües”, afirma. Gil de Gárate subraya esa idea, recordando que no en vano Cohen ―Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2011― bautizó a su hija con el nombre de Lorca.

El estilo ‘beat’ de Dylan

En 1978, Dylan confesó a su primer biógrafo, Robert Shelton, que se consideraba, ante todo, poeta y después músico. “Vivo como un poeta y moriré como un poeta”, le dijo. Aún apellidado Zimmerman, con 18 años ya había escrito unos cuantos poemas, y fue con el nombre de Bob Dylan ―en homenaje al poeta Dylan Thomas― cuando poco más tarde firmó un cuaderno lleno de versos de estilo beat con el nombre de Poemas sin título.

Bob Dylan, en una actuación en la BBC.
Bob Dylan, en una actuación en la BBC.Val Wilmer (Redferns)

El tiempo pasó, pero que nunca dejó la poesía, solo cambió el formato. En su discurso de agradecimiento por el Nobel de Literatura, que recibió en 2016 por “haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción americana”, según la Academia sueca, Dylan confesó que durante años imitó “los artefactos, las técnicas, los secretos, los misterios”, de canciones y poemas. Una senda que aún hoy está presente en canciones como I Contain Multitudes, donde sigue recreando versos de autores como Walt Whitman.

Para Rodríguez Barcia, lo más excitante del binomio entre poesía y canción es el hilo invisible que cose la madeja del tiempo. “Desde lugares tan distintos, desde hace siglos hasta ahora, lo que nos interesa es lo mismo. Estoy segura de que si ahora nos tropezáramos con Rimbaud nos entenderíamos perfectamente”.

No hay duda de que el tiempo muda paisajes y cambia los gustos, pero la realidad es tozuda. “La gente sigue interesada en el mundo poético, aunque no nos engañemos, en perspectiva somos una minoría”, concede Gil de Gárate. Pero sigue sucediendo. “Es una llama que nos sigue revolviendo por dentro, que sigue viva”.

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Sobre la firma

Mar Padilla
Periodista. Del barrio montañoso del Guinardó, de Barcelona. Estudios de Historia y Antropología. Muchos años trabajando en Médicos Sin Fronteras. Antes tuvo dos bandas de punk-rock y también fue dj. Autora del libro de no ficción 'Asalto al Banco Central’ (Libros del KO, 2023).

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