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La banda de las bandas de Norteamérica

La muerte de Robbie Robertson, figura emblemática de The Band, recuerda la decisiva influencia en la música norteamericana del grupo que acompañó la cruzada eléctrica de Bob Dylan

Los miembros de The Band, en Londres, junio de 1971. De izquierda a derecha: Garth Hudson, Robbie Robertson, Levon Helm, Richard Manuel y Rick Danko.
Los miembros de The Band, en Londres, junio de 1971. De izquierda a derecha: Garth Hudson, Robbie Robertson, Levon Helm, Richard Manuel y Rick Danko.Gijsbert Hanekroot (Redferns)
Fernando Navarro

Un nombre tan simple como definitivo: The Band. Como si fueran la única banda, o la más importante, o la mejor. Un nombre que vino después de haber dejado atrás con el que se dieron a conocer, The Hawks (Los Halcones), u otros que pensaron después como The Honkies o The Crackers, vetados por la discográfica Capitol Records al hacer ambos referencia a modos de insultar o referirse con cierto desprecio a los hombres blancos de las zonas rurales del sur de Estados Unidos. Se quedó “la banda”, tal y como el público llamaba al grupo cuando se fue de gira entre 1965 y 1966 con Bob Dylan en su cruzada eléctrica, uno de los momentos más trascendentales de la historia de la música popular. El nombre lo sugirió Robbie Robertson, fallecido el pasado martes a los 80 años y figura emblemática de la música norteamericana por ser uno de los cinco miembros de The Band. Su muerte marca un fin simbólico para una banda irrepetible. Antes que él se fueron otros tres integrantes: el teclista Richard Manuel (muerto en 1986), el bajista Rick Danko (en 1999) y el baterista Levon Helm (en 2012). A sus 86 años, solo sobrevive el acordeonista Garth Hudson. Sin embargo, Robertson, más que Hudson y casi ningún otro, era un líder del grupo a ojos de la memoria por su papel de principal compositor, cantante y guitarrista.

A decir verdad, hablar de líderes en The Band es como intentar saber qué fue antes: el huevo o la gallina. Un debate sin fin que concluye que no se puede entender a esta banda, formada por cuatro canadienses y un estadounidense de fuertes convicciones llamado Levon Helm, sin la sintonía especial de sus cinco miembros. El propio Robertson, quien más destacaba en los créditos de las canciones, solía enfatizar la importancia de todos para capturar esa música como surgida de un tiempo remoto, tan remoto como una mitología. The Band fueron un experimento tan extraordinario que, cuando publicaron su primer disco, Music from Big Pink, en 1968, era casi imposible encajarles como rupturistas en la efervescencia de la modernidad contracultural. Ni estaban en la línea de The Doors o los grupos de San Francisco, ni en la órbita pop de The Beach Boys, ni mucho menos en los márgenes de inadaptados de The Velvet Underground. The Band eran los proscritos del territorio sin ley de la época dorada del rock. En palabras del propio Robertson: “Quería escribir música que se sintiera como si hubiera sido escrita hace 50 años o mañana. Es decir, que tuviera la cualidad de estar perdida en el tiempo”. O como la definió Bruce Springsteen en el documental sobre el grupo Once Were Brothers: “Es como si nunca los hubieras escuchado antes y como si siempre hubieran estado allí”.

Rick Danko y Robbie Robertson en un concierto de Bob Dylan and The Band de 1974, en Pembroke Pines, Florida.
Rick Danko y Robbie Robertson en un concierto de Bob Dylan and The Band de 1974, en Pembroke Pines, Florida.Rick Diamond (Getty Images)

La música de The Band era familiar y misteriosa, sorprendentemente absorbente. Como una leyenda. Sus cinco miembros eran hijos de la gloriosa sacudida de la primera escuela del rock’n’roll liderada en los cincuenta por Elvis Presley, pero habían mamado —nunca mejor dicho porque se lo bebían todo— los secretos de la carretera como banda de acompañamiento de Ronnie Hawkins, un cantante canadiense de rockabilly que sabía patear culos como nadie sobre un escenario. Luego pasaron a ser el fundamental apoyo que Bob Dylan necesitaba para electrificarse y revolucionar los postulados del folk y el rock, aunque Levon Helm, harto de recibir silbidos y abucheos en esa histórica gira, estuvo fuera de la banda voluntariamente entre 1965 y 1967.

Con Dylan fueron capaces de imaginar su propio mundo fuera de modas y dictámenes. Y, así, para cuando se hicieron un ente propio, encerrados en una cabaña de las montañas del Estado de Nueva York, las mismas donde huyó Dylan para abandonar la modernidad mesiánica que le asfixiaba, The Band crearon un imaginario sonoro como sacado de viejas escrituras. Música de una paleta de colores intensos y variados, sonidos raíces con un pundonor juvenil y un entusiasmo desmedido. De alguna fabulosa manera, el grupo era la prolongación o un efecto del universo contenido en The Anthology of American Folk Music, una recopilación elaborada por el bohemio Harry Smith y publicada en 1952 con 84 canciones de primeros blues, country, góspel, cajun, hillbilly o jug-jazz. El aplomo revelador de esta caja recopilatoria marcó a Dylan y The Band hasta guiarles en sus propios pasos y juntarles en las indispensables sesiones de The Basetement Tapes. The Band podían sonar al añejo Nueva Orleans como a otra distinta California. En definitiva, música con un halo místico.

Los cinco parecían venir de lejos y por caminos que solo ellos conocían como los forajidos del Salvaje Oeste. La estética de la banda acompañaba a esas canciones rústicas, polvorientas y con sabor a viejo mundo. Cinco desterrados con sus sombreros, sus chaquetas, sus botas, sus barbas y su mirada de haber pisado muchas tabernas de pueblos levantados cerca de las vías del ferrocarril. En años del verano del amor, la psicodelia y las flores, ellos no eran ni simbolistas ni luminarias jipis sino que podían pasar por los nuevos socios de Wyatt Earp, los hermanos Clayton, Billy El Niño o Pat Garret. Los chismes y relatos de la construcción de América, con la conocida como Gran Migración hacia el Oeste de la segunda mitad del siglo XIX, palpitaban en canciones que podían haberse creado allí. Referencias bíblicas, personajes salidos de la Guerra de Secesión o abandonados por senderos con su carga existencial y sensación de anhelo poblaban el universo de The Band. Composiciones como The Weight y The Night They Drove Old Dixie Down fueron epítome creativo de su gran capacidad de evocación.

Bob Dylan, Neil Diamond, Robbie Robertson, Rick Danko, Dr. John, Joni Mitchell, Van Morrison, Neil Young y The Band en una imagen del documental 'The Last Waltz' (1978).
Bob Dylan, Neil Diamond, Robbie Robertson, Rick Danko, Dr. John, Joni Mitchell, Van Morrison, Neil Young y The Band en una imagen del documental 'The Last Waltz' (1978).

¿Por qué esta banda esencialmente canadiense definió tan bien el mito de EE UU? Quizá por lo mismo que el italiano Sergio Leone dio una nueva definición al western. No ser estadounidenses les permitía no idealizar demasiado y mostrar de una forma más escabrosa y directa el alma de una nación que necesitaba inventarse bajo heridas fundacionales. En el caso de The Band, esta forma sonaba como un cuchillo de cien puntas: eufóricos, tristes, divertidos, melancólicos, cínicos, trascendentales... Su música remitía de muchas formas dispares a esa querencia por el mundo rural, los espacios ilimitados y el paisaje salvaje tan propio de la mejor literatura norteamericana. Era como si ambientasen tanto a los personajes desmelenados de Mark Twain como a los secos y violentos de Cormac McCarthy, cuyos posteriores libros enlazaban con el mito de la Frontera.

Decía la escritora Carson McCullers, autora de El corazón es un cazador solitario, que “la soledad es una enfermedad americana”. Y The Band recreaba esa enfermedad con su propia jukebox echando chispas. Por eso y por una obra imborrable, más aún con la mejor despedida jamás rodada en The Last Waltz, dirigida por Martin Scorsese y vista como una magnífica celebración del crisol de raíces e intercambios bastardos de EE UU, The Band fue la piedra filosofal de la Americana, un género reconocido por la industria estadounidense después de que lo pelease durante años la Americana Music Association, un conglomerado de artistas, sellos, emisoras de radio y promotores que buscaban reconocer el valor de la música de raíces norteamericana con espíritu eléctrico. Sin esta banda, no se entendería buena parte de la construcción sonora de Norteamérica en el último medio siglo. Artistas y grupos como The Long Ryders, Lucinda Williams, Wilco, Steve Earle, The Avett Brothers, Ryan Adams o Jason Isbell, entre otros muchos, vienen de ahí. Se entiende, por tanto, que en 2010 los premios Grammy concediesen su primer galardón en la categoría de Americana al disco en solitario de Levon Helm, exbaterista de The Band, recordada hoy como la banda de las bandas de Norteamérica.

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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