Guillermo Alonso, buscando lo extraordinario dentro de las vidas ordinarias
El escritor y periodista, ganador de un premio Ondas por su ‘podcast’ ‘Arsénico Caviar’, junto a Beatriz Serrano, aborda su propia biografía como material literario, con humor y desesperanza, en ‘La lengua entre los dientes’ (Círculo de Tiza)
¿Vivimos en la época del yo? “Creo que llevamos en ella desde que se popularizaron las cámaras digitales y, de todo lo que había que fotografiar, decidimos fotografiarnos a nosotros mismos”, dice Guillermo Alonso (Pontevedra, 40 años). En 2006 la revista estadounidense Time sentenció que la célebre Persona del Año eras “tú mismo”, en relación con el auge del yo que proponía la entonces incipiente y hoy ubicua web 2.0. Casi dos decenios después, en esas seguimos, explorando las profundidades de nuestras vidas e identidades, y las de quien tenemos al lado.
Alonso, escritor y periodista de la revista ICON, suplemento de EL PAÍS, ha decidido, pues, unirse al signo de los tiempos y escribir sobre sí mismo en La lengua entre los dientes (Círculo de Tiza), una colección de relatos autobiográficos que, con un humor agudo y cierta desesperación existencial, relatan diferentes sucesos de su vida. Sucesos, por lo demás, bastante ordinarios, pero a los que Alonso les saca el lado extraordinario con su peculiar mirada, porque eso es la literatura. Alonso es también una de las dos personas, junto con Beatriz Serrano, que conversan contra las cosas del mundo en el podcast Arsénico Caviar (Podium), ganador de uno de los Premios Ondas Globales del Podcast el pasado mes de marzo.
En su libro se habla de algunos de los trabajos de Alonso, por ejemplo, en un programa de televisión presentado por un mago y una bailarina, de encuentros sórdidos con hombres en vagones de metro, redes de ligue y calles de barrios periféricos de Madrid, de pisos pequeños y noches que la droga convierte en mediodías, de un viaje a Tailandia, de tratar de ser joven en el cambio de siglo, de una trabajadora doméstica encargada de poner algo de orden en un piso de estudiantes que huele a porro: “¡Borrachos, drogadictos, terroristas!”. La constante irónica se diluye en el conmovedor capítulo dedicado a la relación distante con su padre y a cómo se acompaña en la muerte a alguien que te ha dado la vida y cuyo hígado se ha dado por vencido. “Más que un ajuste de cuentas, es un homenaje”, dice el autor.
El estigma de escribir de uno mismo
“Siempre he mirado con cierto desdén a esos que solo escriben sobre sí mismos, como si creyese que les falta ese factor de invención y fantasía”, explica el autor, “pero mis autores favoritos lo hacen continuamente”. Eso sí, Alonso se excusa en las dos novelas que ya tiene publicadas, Vivan los hombres cabales (2019) y Muestras privadas de afecto (2021), como si hubiese cumplido así con una necesaria cuota de ficción antes de pasar a contar la realidad, si es que tal cosa es posible, y esta no es inevitablemente deformada por la memoria y la escritura.
“Seguro que la mirada y la memoria son condescendientes con uno mismo y queremos pensar que nuestro yo del pasado era más listo de lo que realmente era, o al menos tan listo como el actual. Me divierte el término autoficción porque lo hacemos todos a diario: crear nuestros propios héroes y villanos y nuestras propias tramas divertidas. El que a mí me parece un asqueroso a otro le parece un héroe y probablemente los dos tenemos razón”, explica Alonso.
Esa transformación de lo prosaico del día a día en lo poético de la narración lo ve Alonso como un acto imprescindible para sobrevivir. “Por ejemplo, el metro en hora punta cada mañana es un lugar repugnante, lleno de gente a la que la realidad ha arrancado de la cama y ha enviado a unos trabajos que odian. Pero también por eso mismo está lleno de densidad humana, de cosas dignas de verse”, dice. Una vez alguien le contó cómo, tras quedarse dormido borracho en el metro, se despertó y descubrió que le habían practicado un perfecto corte rectangular en el pantalón, sin perturbarle el sueño, para robarle el móvil. Una práctica que, al parecer, y peso a lo aparatoso, no es tan extraña en el subterráneo madrileño. “Eso es una lata durante unos días, pero una gran historia para el resto de tu vida. Creo que nos pasan cosas especiales y graciosas todo el rato, pero no lo sabemos hasta que logramos abstraernos un poco y sacudirnos el drama de encima”, señala el escritor.
La escritura autobiográfica delata, además, no solo la falta de sentido de la vida, sino su falta de estructura narrativa: las cosas que nos pasan no tienen un planteamiento, un nudo y un desenlace, al modo de la poética aristotélica, sino que todo parece sumirse en un caos deshilachado. “Así descubres que gente a la que amas se muere, o desaparece de tu vida, o algo que considerabas que iba a cambiar el rumbo de tu carrera no sale bien, o amigos que creías que iban a estar ahí siempre desaparecen en la bruma, o ves cómo la vida pisotea a alguien y nunca encuentra justicia. Y no hay explicación, ni moraleja. Las cosas simplemente ocurren”, dice el autor. “Desde cierto punto de vista, es bastante liberador”, añade.
Las drogas como forma de ficción
Las drogas también pueden ayudar a observar el mundo de otra manera. Alonso narra en el libro las primeras experiencias con la cocaína, el speed o el éxtasis, y los vericuetos de la noche y la mañana madrileña a los que suelen conducir, como un mundo paralelo de bares y pisos festivos que discurre por otro cauce que el resto de la ciudad. “No sé si normalizar las drogas sería lo adecuado, pero no deberíamos demonizar a quienes las consumen o reírnos de ellas. Es curioso lo naturalizadas que están en ciertos ámbitos, profesiones o entornos y lo extrañas y lejanas que parecen en otros”, dice Alonso. Las compara, drogas legales y las ilegales, con el ojo del escritor: pueden volverlo todo más literario, pero convertido en ficción. “Una ficción tramposa y facilona, agradable si acaso, pero inútil y muy cara”.
Sobre el scroll de las redes sociales, tal vez la droga más potente y difundida de nuestro tiempo, con resultados aún desconocidos a largo plazo, Alonso sabe un rato, pues ha sido un asiduo escritor en redes, de esos que escriben con ínfulas literarias, como si escribiesen artículos. De hecho, el episodio del libro que relata su viaje a Tailandia iba a ser contado en directo por Instagram, pero luego el autor juzgó más inteligente no regalarlo a una multinacional tecnológica y guardarlo para el libro. “Últimamente, escribo tochos menos largos en las redes”, explica, “me alegro de haber superado esa forma de esclavitud contemporánea, pero, por otro lado, me da pena, porque me gusta compartir y leer textos larguísimos que rompan la dictadura de la foto mona con un texto corto y estúpido. Creo que escribir algo larguísimo en redes que solo quieren que hagamos scroll es casi un acto de militancia”.
Escudriñar a los demás
A pesar de todo, aunque la escritura autobiográfica de Alonso hable sobre las propias vivencias, el foco suele estar puesto en el otro, en el personaje de enfrente al que el narrador trata de explicarse, ya sea una potencial pareja, un compañero de piso o un miembro de la familia, como si tuviese la necesidad de escudriñar al ser humano encarnado en los otros. “Creo que el egocentrismo no es uno de mis defectos, los tengo mucho peores y más interesantes. Soy más observador que personaje activo, hablo poco, mi voz no está muy presente en los diálogos, porque en general en la vida soy calladito o porque tal vez no me acuerdo de qué dije en un momento dado, si es que dije algo. Los demás me parecen siempre muchísimo más interesantes que yo, supongo que por eso escribo”. Cierta timidez, a juicio de Alonso, deja en la narración espacio abundante para el desarrollo de su mirada sobre los otros, que pueden ser el infierno.
Al final, haya trama o no haya trama, (atención spoiler) todos vamos a morir. “Es que la putada de morirte no es morirte, que ya es bastante putada, sino el hecho de que llegará un día en que nadie recordará ni tan siquiera que exististe. Esa idea sí que me pone muy triste. A veces pienso que escribimos por eso: es una forma de luchar contra la idea de la muerte. Yo me moriré, pero a lo mejor alguien me sigue leyendo, muy de vez en cuando, y no desaparezco del todo nunca”, concluye Alonso.
Babelia
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