Los que vuelven de fiesta
En las mañanas de los fines de semana hay algunos que regresan con rayos X en los ojos
Qué gusto da despertarse temprano un sábado o un domingo y hacer esas cosas propias de la vida cotidiana que la jornada laboral nos hurta, sobre todo si se tienen más de equis años. Bajar a por el pan, desayunar largo y tendido, echarse la siesta del desayuno, ir a pasear. Esas mañanas de asueto los ciudadanos salen a las calles y se mueven lentamente, pero hay infiltrados, esos que no es que hayan madrugado, es que no se han acostado aún, los que han desafiado el orden natural de las cosas, los que vienen de fiesta y van de empalme, de doblete, de gaupasa.
Son difíciles de reconocer: de lejos parecen ciudadanos respetables, pero de cerca se revela su paso errático y zigzagueante, su aliento pútrido, sus rayos X en los ojos. Algunos van solos, porque todo el mundo se ha ido a casa y ellos se resisten a amoldarse al modo de producción capitalista, así que entran en un bar cualquiera y en vez de pedir un café con leche y un pincho de tortilla se piden la penúltima caña y dan la brasa a algún otro parroquiano: todo el mundo es su amigo.
Otros van en pandilla, se reconocen porque llevan gafas de sol en interiores o porque van demasiado pintones para haber quedado de buena mañana, además de porque hablan muy alto y con frecuentes risotadas. Han dejado atrás el fabuloso mundo élfico que se esconde tras las puertas opacas del after hours o la casa de un amigo que bajó la persianas para que la luz del sol no matase a los vampiros. En Madrid hay muchísima droga recreativa (y cada vez se ve más droga de esa que deja tirados por los portales fantasmas de los ochenta) pero nuestros gobernantes se niegan a usarla como reclamo turístico. Ya que se trata de eso, generaría ingresos interesantísimos.
Ese regreso demacrado de la noche lo retrató el poeta Jaime Gil de Biedma, que volvía a casa al amanecer y se cruzaba a los chulos y a las floristas. Luego, en el espejo, veía a su alter ego macilento y se daba un poco de vergüenza a sí mismo (la cara destruida / con ojos todavía violentos /que no quieres cerrar). Esas caras destruidas de algunos que vuelven en el metro tratando de disimular. Lo contaba en un poema y en otro decía “como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante”.
Esos que vienen de fiesta, y que ya no somos nosotros, se están llevando las mañanas, los días, la vida por delante. Según se mire puede resultar patético, como se resultaba el poeta, o heroico: esos psiconautas que no hacen caso a los horarios, que pasan hasta de la rotación del planeta, que usan las moléculas para estirar el tiempo y no dejar una hora muerta. Ya se les pasará: primero la resaca, luego la emprendedora juventud.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.