Blur reverdecen en el Primavera Sound los años en los que fueron reyes
El grupo británico mantuvo el tipo con su brit-pop y un Damon Albarn que pese a no ser el mismo que con Gorillaz sabe mantener su pose escénica
En un país que parece huir de la memoria, los festivales la preservan. La suya, la de su público, la de la música y la de los grupos que alimentaron su juventud. En la primera jornada del Primavera Sound, en su tracto nocturno, New Order antes y más tarde Blur pusieron este jueves esa nota de tiempos pasados y debe decirse que el caminar del calendario no ha sentado igual de bien a las dos formaciones británicas. New Order, carismáticos como un marabú, hicieron cierto aquello de que todo tiempo pasado fue mejor, mientras que Blur mantuvieron el tipo con su brit-pop y un Damon Albarn que pese a no ser el mismo que con Gorillaz sabe mantener su pose escénica. Cierto es que hay, ha habido y habrá un cierto aire de, si no desdén, sí autosuficiencia de inglés tomando el té en la India colonial, pero si se le perdonó de jovencito ¿cómo no hacerlo peinando ya canas y con esas gafas de montura negra tan de intelectual que lució? Fueron dos de las muchas caras de un festival que como todos los fenómenos exitosos se mueve entre la crítica y la incomprensión: si hay gente es incómodo, si no hay gente es un fracaso. Tiempo al tiempo, la de ayer fue la primera jornada y salvo la excepción del año pasado nunca ha sido una jornada multitudinaria.
Quede claro que el paso del tiempo no tiene que ser un problema en la música. Robert Smith al frente de sus Cure es un ejemplo. Cierto que el peinado ya no le sienta bien, pero sigue cantando muy bien, creyéndose lo que canta y sonando como los ángeles, oscuros, por supuesto. Por el contrario Bernard Summer apostó por cantar como una bisagra oxidada, al menos en el concierto del Primavera, afinando como tal. Su forma de moverse por escena, unos punteos de guitarra a los que sólo faltaba una lengua saliendo de la boca para acentuar el esfuerzo por hacerlos y un aire de rutina indisimulable lastraron el concierto del grupo pese a tirar de éxitos. Entre ellos, y como ejemplo palmario de su declive conceptual, un Love Will Tear Us Apart de Joy Division, grupo del que nacieron, que de canto sombrío sobre el divorcio y las angulosidades de la monogamia se expone ya hace tiempo como un himno beodo previo a correr las vaquillas. Sí, sonaron bien, que es lo mismo que decir que un taxista con cuatro décadas de volante conoce el código de circulación.
Así las cosas Blur no lo tenían difícil y menos con un Graham Coxson dispuesto a lacerar su guitarra. Con un letrero enorme sobre el enorme escenario que decía Blur, no fuese que el público los confundiese con otros, el grupo también tiró de clásicos —Coffee & TV, Parklife, Girls & Boys, Song 2, entre otros—, estrenó dos piezas de su inminente nuevo disco, un St Charles Square no particularmente ilusionante y The Narcisist, y reverdecieron aquellos años en los que fueron reyes. O virreyes, que eso va a gusto de cada cual. Su escenario, no particularmente ingenioso —hoy en día todo se suele resumir en amontonar luces y pantallas al grito de “que no farte de ná”—, tuvo el punto distintivo de ofrecer sus imágenes diluidas en las pantallas, un efecto que recordó a las formas derretidas y colgantes propias de Dalí. La verdad es que tras Coldplay un láser es como una cerilla si no hay nada más.
Por lo demás la noche transcurrió sin sorpresas. La única comentable es que la lluvia de la noche anterior formaba pequeños y a veces invisibles charcos en la zona de césped artificial de Mordor (plataforma marina), de suerte que era fácil sentirse un marine esquivando trampas del vietcong mientras se caminaba por allá. Nada serio, el despiste mojaba un poco el calzado y listo. Con las barras exentas de colas, las zonas de tránsito sin aglomeraciones y los puestos de comida exhalando sus aromas, esto sí que es una publicidad intolerable que provoca apetito aunque se acabe de cenar, lo único realmente molesto fue la contaminación acústica entre escenarios. Por ejemplo, el latido electrónico del más cercano a los dos principales es un bombeo de graves que evita su olvido, y mientras Le Tigre desparramaban su divertido e ideológico electroclash, con sus letras en pantalla para que quedase muy clarito que ellas hacen fiesta voluntariamente descacharrada sin perder la reivindicación de género y la crítica política, el escenario donde actuaba Loyle Carner se filtraba si no se estaba cerca del escenario del trío norteamericano. Difícil papeleta la de reducir espacios sin que aparezca algún nuevo inconveniente.
La noche dejó algunas otras cosas para el recuerdo. Por ejemplo que la nadería pop de Halsey hasta pareció vitalista tras New Order —la norteamericana actuó justo después—; que el nigeriano Rema, cuyo concierto comenzó con retraso, tiene un espacio en los festivales con su afropop con énfasis hip-hopero, cantado con camiseta del Barça para mayor empatía y que NxWorries, la colaboración entre el satinado vocalista Anderson .Paak y el productor Knxwledge deparó un neo soul perfecto para la sofisticación, el cadencioso movimiento de caderas y el lujo asequible. Cálida música negra de toda la vida. Que siga la fiesta.
Babelia
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