Aki Kaurismäki entusiasma en Cannes con su nueva obra maestra
El cineasta finlandés busca en la comedia romántica minimalista ‘Fallen Leaves’ la humanidad de Chaplin en tiempos de guerra en Ucrania
Fallen Leaves podría ser una película muda, aunque eso nos privaría de todas sus canciones (tangos, mambos, pop finlandés) y de su otra banda sonora: las funestas noticias que llegan a través de la radio de la guerra de Ucrania. El conflicto bélico se ha colado en el festival de Cannes de la mano de la película más romántica, dirigida por el carismático y lacónico genio finlandés Aki Kaurismäki. Su nueva película es la más sencilla, triste y perfecta de toda la competición. La favorita en los paneles de puntuación y la primera, y de momento única, del concurso que ha recibido una entusiasta ovación en el pase de la crítica.
Fallen Leaves dura 81 minutos y narra la historia de dos seres solitarios, un alcohólico y una mujer sin demasiada suerte, que un día cruzan sus vidas. En su primera cita van juntos al cine a ver la película de zombies de Jim Jarmusch Los muertos no mueren. El rostro del actor estadounidense Adam Driver en la pantalla de un cine de Helsinki. Kaurismäki despliega sin pretensiones sus referencias cinematográficas: la pareja se despide de su cita con el cartel de Breve encuentro, el clásico de David Lean, a sus espaldas.
Pero el faro de esta película es Charles Chaplin (“Chaplin sigue siendo el mejor, lo inventó todo y supo hacerlo todo de una manera sencilla”, dijo el martes Kaurismäki) y su incomparable clásico de 1931 Luces de la ciudad. El homenaje al artista total se consuma con un divertido guiño en el último plano del filme. Como le ocurría a Chaplin, el director finlandés se guía por las emociones, pero también por la arquitectura de unos espacios que lo son todo en una película sobre un obrero, Holappa, interpretado por Jussi Vatanen —una especie de James Stewart nórdico—, y una empleada de supermercado, Ansa, que da vida Alma Pöysti.
Uno de los temas centrales del filme es el alcohol, y cuando le preguntaron al cineasta en rueda de prensa en Cannes el motivo, respondió con su habitual sarcasmo: “Lo escogí porque se trata de un asunto poco familiar para mí”. Bebedor incorregible (“Lo dejé hace años, hasta mañana”, aseguró), este maestro del cine que vive desde hace años en Portugal ha escrito una preciosa declaración de intenciones sobre su nueva película: “Aunque hoy haya adquirido una reputación dudosa gracias a películas más bien violentas e inútiles, mi angustia ante guerras vanas y criminales me ha llevado finalmente a escribir una historia sobre lo que podría garantizar un futuro a la humanidad: el deseo de amor, solidaridad, respeto y esperanza en los demás, en la naturaleza y en todo lo que está vivo o muerto y que lo merece. Me quito el sombrero ante Bresson, Ozu y Chaplin, mis deidades domésticas. Sin embargo, soy el único responsable de este catastrófico fracaso”.
Según sus actores, a Kaurismäki no le gustan los ensayos, “prefiere discutir sobre si son mejores los espárragos blancos o verdes. Aki es un hombre de la vieja escuela”, recordó Alma Pöysti. A sus algo cascados 66 años, desde su metro noventa y su tímido, y algo hosco sentido del humor, el cineasta ha incluido en la melancólica Fallen Leaves a su propia perra, una chucha abandonada cerca de su casa portuguesa. En un certamen donde abundan las películas con perros, él reivindicó a la suya: “Se merece la Palme d’Dog”.
Cuando a Kaurismäki le preguntó una periodista ucrania si no temía incluir en su película los ecos de una guerra que en Europa “ya parece aburrir a todos”, el cineasta, que rechaza la entrada de Finlandia en la OTAN, respondió: “Por desgracia, Europa ya no existe, al menos en términos filosóficos. Yo, como finlandés, no podría filmar ahora una película sin recordar lo que está ocurriendo. ¡Slava Ukrania! (¡Gloria a Ucrania!)”.
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