Sade o las virtudes y vicios del libertino: una exposición solo para mayores de 18 años explora el legado del divino marqués
El Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona repasa la influencia del polémico personaje hasta nuestros días en una gran exhibición que no lo reivindica ni condena y a la que no pueden acceder menores
Hay que tener arrestos para montar una exposición sobre Sade, con la que está cayendo. Dedicar hoy en día una muestra en un centro público a la obra y el pensamiento del libertino Donatien Alphonse Françoise, marqués de Sade (París, 1740-Charenton, 1814), popularizador de la fusta fuera de contexto, autor de novelas de tan escandalosa fama por sus escenas pornográficas y violentas como Justine o los infortunios de la virtud, Las 120 jornadas de Sodoma y Juliette o las prosperidades del vicio (que incluye todas las barbaridades imaginables y algunas más, incluso con niños), es, sin duda, meterse en un lío. Sobre todo, si no se quiere ocultar ni rebajar la carga polémica del divino marqués, como lo denominaron los surrealistas (en referencia a otro divino, el renacentista Pietro Aretino, autor de escritos licenciosos), que tanto se interesaron por él.
Es lo que ha hecho, atreverse con Sade, con todas sus consecuencias, y hay, ya de entrada, que aplaudirle el valor, el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), que inaugura el jueves una gran exhibición (y valga la palabra) sobre el personaje, Sade, la libertad y el mal (hasta el 15 de octubre). Comisariada por Alyce Mahon, catedrática del Historia del Arte Moderno y Contemporáneo en la Universidad de Cambridge, y Antonio Monegal, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, la exposición, ambiciosa, rigurosa, sugerente y reveladora, tiene como objetivo explorar el legado del marqués en la cultura contemporánea. Lo hace a través de un prólogo y cuatro secciones, bautizadas como Pasiones (pasiones transgresoras, perversas, criminales y políticas), en los que mediante obras de arte, objetos, libros, instalaciones artísticas, películas, fotos, audiovisuales y algunos dispositivos ingeniosos —como una especie de moderno confesionario interactivo donde se anima al visitante a responder un cuestionario sobre hasta dónde es capaz de llegar en prácticas sadomasoquistas (por ejemplo, “aguantar la respiración durante el acto sexual”: 1, estoy abierto; 2, me resisto; 3, lo he hecho pero no me gusta; 4 lo hago habitualmente, etcétera)—, se recorre la biografía de Sade y su influencia, para bien y para mal, a través de los tiempos.
La exposición, una parte de la cual presenta un diseño escenográfico rosa que recuerda las portadas de los libros de la editorial de literatura erótica La sonrisa vertical (que ha editado la obra de Sade, precisamente), y cuyo cartel muestra en el mismo color un contundente plátano seccionado, solo admite público mayor de 18 años, en la consideración de que hay material que entra directamente en la categoría legal de pornografía y también algunas imágenes que pueden herir sensibilidades jóvenes (y no tan jóvenes). A bote pronto, quedan en la memoria tras la visita las de un hombre cortándose la lengua con una cuchilla de afeitar mientras una monja recita textos de Las confesiones de San Agustín, una mujer con pinzas de ropa en los pezones, un individuo desnudo envuelto en film plástico transparente para alimentos por una dominatrix, y otro metiéndose un apio por el trasero (“eso no hace falta que lo pongas”, sugiere Monegal durante el recorrido). Más que lo puramente anatómico, pueden resultar perturbadoras imágenes que remiten a actos de violencia. La directora del CCCB, Judit Carrera, señala que es la primera vez que se prohíbe la entrada a los menores en una exposición y aunque matiza que si un padre se hace responsable podrán entrar acompañados, dice que ella no lo haría. Monegal añade que él tampoco.
La exposición no se recrea en la foutromanie sadiana, pero, recalca el comisario, “no se puede hablar de Sade sin provocar incomodidad”, y cita a Bataille: “Si Sade no nos ofende, no le hacemos justicia”. La intención, explica, ha sido mostrar al marqués en todas sus dimensiones, como filósofo (sobre el que han reflexionado pensadores como Simone de Beauvoir, Adorno, Foucault y Lacan, pero también el cineasta John Waters), novelista, revolucionario (tuvo un papel activo en la Revolución Francesa pese a ser aristócrata y estuvo próximo a Danton; algunos lo han visto como “el primer socialista”), y adalid de la libertad a ultranza, y también como libertino y autor de algunas de las páginas más transgresoras, definitivamente guarras, infames y desagradables de la historia de la literatura —el in crescendo de animaladas en las casi mil páginas de Juliette o las prosperidades del vicio, por ejemplo, incluye coprofagia, violaciones, pederastia, sadismo (claro) y asesinatos, incluido el de la propia hija de la protagonista, entregada por su madre a los juegos lúbricos y criminales de sus viciosos amigos; también muestra a Juliette montando una orgía blasfema y profanadora en el altar de San Pedro con el mismísimo papa Braschi, Pio VI—. Por otro lado, feministas como Angela Carter (que lo calificó de “pornógrafo moral”) y Susan Sontag han encontrado interesantes la creación de espacios propios para la mujer en la literatura sadiana y la voz que el autor les daba a través de sus protagonistas.
“En la exposición ni condenamos ni reivindicamos a Sade”, subraya Monegal. “Las vanguardias del siglo XX, como se ve en la muestra, ellas sí reivindicaron su poder liberador y revolucionario”, prosigue; “pero hoy en día, cuando ya nos hemos liberado mucho, eso ya no se puede hacer, la sensibilidad actual en torno a temas como la violencia y especialmente la violencia de género y la pederastia no lo permite. Nuestra preocupación moral ha de incorporarse, pues, a un discurso sobre Sade. Eso no quiere decir que no debamos interrogarnos sobre Sade y ver qué lecciones podemos extraer de él para confrontar nuestros problemas actuales en torno a la libertad o el mal, y que no se deba destacar su enorme influencia para el mundo contemporáneo. Si Sade está en el siglo XXI es en buena parte porque muchos artistas encuentran en él una interlocución, y por eso acogemos en la exhibición, que atiende sobre todo a la dimensión cultural de Sade, voces actuales que recogen algunos aspectos de su legado y se interrogan sobre el personaje”.
El recorrido de la exposición, que también aspira a superar estereotipos sobre el marqués, se abre con el famoso retrato imaginario de Man Ray de Sade recreado como googlegrama por Joan Fontcuberta a partir de 6.000 imágenes buscadas con conceptos relacionados con el marqués. También se puede ver una copia del que se considera que es su único retrato verdadero y en el que aparece, curiosamente con cara de buen tipo. Monegal recuerda que Sade tuvo una vida familiar relativamente estable —toda la estabilidad que permite pasar 30 años de tu vida, en diferentes periodos, recluido en la cárcel o en un manicomio, el célebre de Charenton, por libertino (Napoleón era partidario de encerrarlo y tirar la llave)— y que parece que quería a su mujer y sus hijos, aunque también se ha dicho que padecía un trastorno de flagelación desde pequeño. Enseguida el visitante se mete en materia con una gran pantalla en la que se proyecta la obra multimedia Sade for Sade’s Shake, de Paul Chan, en la que se recrean actos de sexo oral, masturbaciones, cópulas frenéticas y orgías mediante siluetas de tamaño natural que se sacuden espasmódicamente en una sucesión de clímax con mucho swing.
Una cronología muestra los años de confinamiento de Sade (una de las cosas poco conocidas de él es que también fue militar, coronel de un regimiento de dragones antes de la Revolución, en la Guerra de los Siete Años, y se ve que no lo hizo mal) junto a las fechas de ediciones de sus obras, para ver qué escribió en libertad y qué en prisión. Se pueden contemplar ediciones históricas de los libros del marqués, con sus abigarradas ilustraciones. Un espacio recalca la relación de Pasolini con Sade, del que el cineasta adaptó Las 120 jornadas de Sodoma, trasladándolo a la república fascista de Saló. La asociación de Pasolini del sadismo no solo con el fascismo, sino con la sociedad de consumo y su compulsión de satisfacer cualquier deseo deshumanizando al otro como objeto de placer, ha inspirado la exposición, y es una de las líneas argumentales de la muestra, que dedica apartados a la relación de Sade con la cultura de masas actual.
El recorrido va alternando la visión de sexos y culos, por ejemplo, algunos muy artísticos, con pantallas en las que un experto habla de La filosofía en el tocador, o en las que se proyecta la única entrevista televisiva que concedió George Bataille, que abordó a Sade en su emblemático La literatura y el mal. El redescubrimiento y el interés de los surrealistas por Sade —precedido por el de Otto Dix, del que se muestran un par de obras impactantes sobre el asesinato sexual de mujeres (Lustmord)— ocupa un lugar importante en la exposición, con referencias a Buñuel y a Dalí, del que se exhiben pinturas con ecos sadianos y dibujos de perversiones sexuales poco conocidos. Se muestran ilustraciones de obras del marqués realizadas por mujeres como Toyen o Leonor Fini. Otro artista influenciado fue Giacometti, y se exhibe una foto de Man Ray con la modelo Émile Carlu en toples sosteniendo un objeto fálico gigantesco creado por el escultor. Muy interesantes son las pantallas en las que cuatro pensadoras actuales fingen dialogar con otros tantos autores interesados por Sade del siglo XX (Marina Garcés / Gilles Deleuze, Ester Jordana/ Michel Foucault, Laura Llevadot/ Maurice Blanchot y Marta Segarra/ Simone de Beauvoir).
Impresiona la documentación (con fotos y parte del abigarrado disfraz, que incluía un pene-reloj de arena y un hierro de marcar que imprime el nombre de Sade) del funeral simbólico del autor que realizó en 1959, para cumplir lo que pedía en su testamento el marqués, el artista Jean Benoît. Y también las imágenes del famoso happening sadiano orquestado en 1966 por el coleccionista y erotómano Jean-Jacques Lebel, que ha cedido varias piezas para la exposición. Secuencias del imprescindible Marat / Sade de Peter Brook sobre la obra teatral de Peter Weiss, y una entrevista al propio Lebel, al que la broma del happening le costó una detención por obscenidad, recuerdan el poderoso impacto del marqués en esos años y su importancia para la reivindicación de la libertad de expresión y la lucha por el reconocimiento de las sexualidades diferentes.
Se explica a continuación la incorporación de Sade a la cultura de masas con una selección de cómics (como la versión de Justine de Guido Crepax o Cómo preparar sopa de caca de Suehiro Maruo, colocado muy pertinentemente cerca de su colega Shintaro Kago), y ejemplos de la popularización, si se puede decir así, del BDSM (bondage, disciplina, dominación, sadismo y masoquismo), con, por ejemplo, una revisitación del proyecto de Susan Meiselas en el famoso club Pandora’s Box de Nueva York. El X portfolio de Robert Mappelthorpe, colección de fotos sadomasoquistas que también le llevaron a un juicio por obscenidad en 1990, se expone junto a una gran foto de Andrés Serrano (el de Piss Christ) de un cardenal junto a una mujer ensangrentada. También pueden verse fotos de mujeres desnudas atadas de Araki, otras de performances del compositor Carles Santos y una silla con correas de cuero para atarse y que te hagan lo que sea que se hace cuando te atan a una silla y no es el dentista. En una cabina se muestra una performance de Quimera Rosa+Post-Op Filosofía en la mazmorra, un juego de deconstrucción de cuatro personajes de Sade, Justine, Juliette, Duran y Clairwill, que hacen algunas prácticas de los libros del marqués, dildo incluido, pero de buen rollo, esto es, anteponiendo el consentimiento y distinguiendo, dicen, dominación de abuso. Otra instalación en cabina, muy artaudiana, es la de Joan Morey, Gritos y susurros.
La exposición se adentra en territorios más oscuros en el apartado Pasiones criminales, en el que se explican los conceptos psiquiátricos modernos del sadismo como patología, y sale, en un gran salto desde Justine, Adolf Eichmann. Descubrimos la tétrada oscura, que en este contexto da susto, pero que es una teoría psicológica que describe rasgos de personalidad que predisponen al comportamiento amoral y antisocial (maquiavelismo, narcisismo, psicopatía, sadismo). Monegal señala que esta parte subraya la importancia de Sade “para entender aspectos de la naturaleza humana muy problemáticos”. Y recuerda que en Sade una cosa es la imaginación y otra la realidad, y que el propio marqués dijo que, vale, de acuerdo, era un libertino pero no un asesino: “Desde luego ni he hecho todo lo que he imaginado, ni nunca lo haré”.
Proyecciones como la de la escena de la paliza grupal de La naranja mecánica, referencias a asesinos en serie, y unos vídeos sobre Happy slapping (ataques para filmar y subir a redes) y abuso infantil, seguidos de una instalación con metrónomos que contabilizan estadísticamente la violencia sobre las mujeres en el mundo, conducen al último apartado, sobre Pasiones políticas, con Hitler en la cruz y con el sexo en la mano retratado por Blalla W. Hallmann, otro googlegrama de Fontcuberta, este sobre la soldado Lynndie England humillando a un prisionero en la cárcel de Abu Ghraib, o la pared cubierta de portadas de la revista mexicana sensacionalista PM que muestran siempre mujeres semidesnudas junto a noticias de crímenes. Un epílogo recoge algunas manifestaciones artísticas que confirman la actualidad de Sade: una escena filmada de una obra de teatro que juega con la idea de la resurrección del marqués, un extracto de la instalación multimedia de Shu Lea Cheang, Sade X, sobre un guion de Paul Preciado y que se muestra al libertino reimaginado en la figura de una artista de performance queer, unas imágenes de Albert Serra y otras de un montaje de Angélica Liddell, que considera a Sade un “interlocutor fundamental”.
“Puso a prueba los límites”, sintetiza el comisario Monegal. Se refiere a Sade, pero podría estar hablando también de la exposición.
Babelia
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