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EL FARO DEL FIN DEL MUNDO
Columna
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Las mejores escenas de sexo de la literatura: hacer el amor en trío entre tortugas gigantes

De Boccaccio a Houellebecq, una personal selección de erotismo en los libros que demuestra el poder de la imaginación y la lectura sobre lo visual explícito

Sylvia Kristel en una escena de 'El amante de Lady Chatterley'.
Sylvia Kristel en una escena de 'El amante de Lady Chatterley'.
Jacinto Antón

¿Cuál es la mejor escena o pasaje de sexo en la literatura? Parecería hoy algo inocente hacerse la pregunta ante la omnipresencia del sexo en la sociedad en formato visual y el desparrame de la pornografía en internet. Pero los libros y la lectura tienen un poder enorme en el ámbito de la libido y desde siempre han estimulado la imaginación como no lo hace ningún otro medio. Quien ha crecido y madurado con libros tiene una relación distinta con el erotismo. La selección del mejor sexo en la literatura —a falta de una votación popular que desde aquí animamos— ha de ser forzosamente un asunto personal y reduccionista. En parte porque es difícil abarcar la producción literaria universal analizada desde esa perspectiva, pero sobre todo porque cada cual tiene su opinión acerca de qué es lo mejor en el sexo. En todo caso aquí van unas cuantas propuestas, algunas más clásicas y obvias, más evidentes, que otras, pero todas con la mejor intención de despertar y animar la reflexión y el debate, y lo que sea. Algunos pasajes son de libros considerados de género erótico, pero otros pertenecen a novelas generalistas e incluso alguno a la ciencia-ficción.

Empecemos por todo lo alto con un gran clásico de la narrativa, El amante de Lady Chatterley, de D. H. Lawrence (ediciones en Alianza, De Bolsillo, Austral, Cátedra), que para lo sensual era mejor que T. E. Lawrence, un hombre, el de Arabia, más de arena que de polvo (aunque algún fragmento de Los siete pilares de la sabiduría puede sorprender). Una de las cumbres eróticas de la novela —a la que recordemos no se le levantó en EE UU el sambenito de obscenidad hasta 1959— es el tercer encuentro amoroso clandestino de Connie con el guardabosques Mellors cuando por primera vez llegan juntos al final (algo mejor que el que tu marido te lea a Racine, como le hace Clifford a ella). “Desnudó la parte delantera de su cuerpo y Connie sintió su carne desnuda contra ella, al penetrarla. Durante un instante permaneció inmóvil en su interior; tembloroso y turgente. Luego empezó a moverse, en el súbito e inevitable orgasmo, y despertó en ella un extraño estremecimiento que la hizo vibrar en su interior. Vibrar, vibrar, vibrar, como las agitaciones fluctuantes de unas llamas suaves como plumas, elevándose hasta unos puntos intensamente brillantes, y derritiendo todo su interior. Eran como campanillas que subían y subían hasta la culminación”.

Aprovechando que una de las numerosas versiones cinematográficas de El amante de Lady Chatterley la protagonizó en 1984 Sylvia Kristel, que había interpretado en 1974 Emmanuelle con el mismo director (el ínclito Just Jaeckin), tiene sentido destacar alguna escena de la novela de Emmanuelle Arsan (Tusquets, 2002), seudónimo de Marayat Rollet-Andriane, en la que se basó bastante fielmente el filme paradigma del porno blando. Como se puede imaginar, hay bastantes pasajes subidos de tono en esa respuesta francesa a Dien Bien Phu, pero puesto a elegir uno, el del encuentro en la ducha de la liberal protagonista con su deseada amiga andrógina Bee, hermana del agregado naval estadounidense (por si el dato añade algo), tiene la gracia de que por lo menos no sale el pesado filósofo del pantalón bajado, Mario; ni tampoco el Concorde ni el squash. “Emmanuelle coloca sus brazos en torno al cuello de su amiga y la besa en los labios. Gime de placer cuando el cuerpo de Bee se pega al suyo: la frescura chorreante de sus dos pieles es, por sí sola, una caricia. La estrecha contra su cuerpo, frota lentamente su pubis contra el suyo”.

Imagen del 'Decamerón', de Pasolini.
Imagen del 'Decamerón', de Pasolini.

Y ya que estamos con Arsan, señalemos otra novela de la escritora, en la que va mucho más al grano, Presentación en sociedad (Alcor, 1990), sobre una joven, Jade, que va a parar al verdadero harén que se ha montado un millonario en Costa Rica y donde reina el hedonismo más desaforado, y que viva el hedonismo. En un pasaje que queda en la memoria, la protagonista, su amiga Gina y el chófer para todo Alejandro observan a las tortugas gigantes realizar la puesta de noche en la playa y, excitadas, las chicas se quitan la ropa y se tienden sobre los caparazones para luego hacer los tres el amor salvajemente sobre la arena rodeados por los grandes quelonios estupefactos. “Perdieron el equilibrio y rodaron. Alejandro estaba boca arriba, con las dos chicas encima. Los pechos de las jóvenes pendían sobre su rostro. Sus dos amantes lo tomaron por turno. Compartiéndolo”.

Para conseguir grandes efectos no hace falta a veces ser explícito. Uno de los momentos más intensos de la literatura es cuando Emma Bovary (Madame Bovary, Alianza, Cátedra, Akal) inicia su aventura con su amante: “La tela de su vestido se prendía en el terciopelo de la levita de Rodolfo; inclinó hacia atrás su blanco cuello, con un suspiro, y, desfallecida, deshecha en llanto, con un largo estremecimiento y tapándose la cara, se entregó”. Hay que ver todo lo que cabe en esa última expresión.

El Decamerón de Boccaccio (Cátedra, Austral, Penguin, Alianza), ese libro que estaba en una estantería alta en muchas casas, pero que lo alcanzabas si te subías a una silla, contiene muchas escenas que perturbaron las adolescencias en unos tiempos en que la única manera de ver un cuerpo femenino desnudo era por casualidad o en las fotos de la revista alemana de moda de mamá Burda (de la que se ha hecho una miniserie televisiva, por cierto), y uno masculino desvistiendo el madelman. Alguno preferirá el cuento del infierno de Alibech y el ermitaño empeñado en meter ahí su diablo, pero a otros nos podía la historia de la hija del sultán de Babilonia, la hermosa Alatiel, naufragada en tierra de infieles (Mallorca: hoy hubiera sido Ibiza), y seducida sucesivamente por varios hombres. El primer episodio era el más inquietante (satisfactoriamente inquietante): la dama es recogida por el gentilhombre Pericón de Visalgo, que ya es nombre, querido Giovanni, que logra al fin acostarse con ella emborrachándola. Y cuenta Boccaccio que él entró en su alcoba y ella “más caliente por el vino que templada por la honestidad”, se desnudó en presencia del caballero y se metió en la cama. “Pericón no dudó en seguirla sino que, apagando todas las luces, prestamente de la otra parte se echó junto a ella, y cogiéndola en brazos sin ninguna resistencia, con ella empezó amorosamente a solazarse. Lo que cuando ella lo hubo probado, no habiendo sabido nunca antes con qué cuerpo embisten los hombres, casi arrepentida de no haber accedido antes a las lisonjas de Pericón, sin esperar a ser invitada a tan dulces noches, muchas veces se invitaba ella misma”.

Imagen de la versión cinematográfica de 'Delta de Venus'.
Imagen de la versión cinematográfica de 'Delta de Venus'.

En los tiempos iniciáticos del Decamerón leído a escondidas, como las novelas de Alberto Moravia, también encontrábamos pasajes tórridos en libros inesperados, como en Sinuhé el egipcio, de Mika Waltari (Plaza & Janés, 2016) que en mala hora se encuentra con la cortesana Nefernefernefer; hacen el amor (“se desnudó y me abrió los brazos, y yo tenía la sensación de que mi cuerpo y mi corazón y todo mi ser estaban reducidos a cenizas”), pero la memoria recuerda sobre todo a la chica exhibiéndose en el estanque. “Ella comenzó a nadar sobre la espalda balanceándose ligeramente y sus pechos salían del agua como dos flores rojas”. Ah, Egipto.

En un salto (de cama) podemos pasar a algo más contemporáneo. Plataforma, de Michel Houelllebecq (Anagrama, 2004), ofrece varios pasajes para elegir, con sexo más moderno y ese estilo sobrado al contarlo de yo pasaba por ahí, tan francés. Se puede discutir cuál es el mejor (¿el encuentro glorioso a la vuelta de Tailandia?, ¿el del trío con la joven limpiadora cubana?, ¿el otro trío en la sauna?). La opción que valoramos aquí, por elevación (por qué dejarlo en threesome si puedes hacer un foursome), es la del cuarteto que montan el protagonista Michel, sosias del autor, su novia Valérie y un batería de jazz negro y su mujer. En el pasaje, los dos hombres realizan una doble penetración a Valérie. “Al cabo de unos segundos, me hundí más en ella. Cuando estuve a medio camino, ella empezó a moverse hacia adelante y hacia atrás frotando el pubis contra el de Jérôme. Yo ya no tenía nada que hacer; ella empezó a lanzar un gemido largo y modulado, me hundí en ella hasta la raíz, era como resbalar por un plano inclinado, ella se corrió extrañamente deprisa. Luego se quedó quieta, jadeante, feliz”.

En El Mago, de John Fowles (Anagrama, 2015), también encontramos sexo del bueno, por así decirlo, en las escenas de calentón del protagonista Nicholas con las jóvenes gemelas, Julie y June, que le envía para seducirlo y confundirlo el millonario Conchis. “Empecé a perder la conciencia de todo lo que nos rodeaba. No había más que su lengua, su desnudez contra la mía, el cabello mojado, el suave ritmo de su mano bajo el agua”.

En otra novela moderna, Las lecciones peligrosas, de Alissa Nutting (Anagrama, 2015), la protagonista, Celeste, es una guapa profesora de 26 años cuyo interés erótico son los jovencitos. La obsesión por ellos la mete en problemas que ríete tú de Humbert Humbert en Lolita, historia de la que este libro es una ilustrativa inversión. La escena en que Celeste seduce en el coche a su alumno adolescente Jack y que narra en primera persona es muy intensa. “Ya solo precisaba una leve oscilación de la pelvis. Me incliné y, con un solo movimiento, me senté sobre él, me acoplé sobre él, cerrando aquel broche húmedo que engarzaba cada centímetro que podía ofrecerme. Había sucedido. Por fin, había sucedido”.

Un fotograma de 'Cincuenta sombras de Grey'.
Un fotograma de 'Cincuenta sombras de Grey'.

También con perspectiva femenina, en el clásico Delta de Venus, de Anaïs Nin (Alianza, 2021), tenemos numerosos episodios a recordar, muchos con la hermosa Bijou de protagonista —por cierto, la escena en que su amante vasco le afeita el pubis la recreó con su jovencita Lulú la añorada Almudena Grandes, en la primera experiencia sexual de la chica con Pablo en Las edades de Lulú—. La Bijou de Nin visita a un vidente y bailarín negro con dos amigas y se improvisa un trío. “Sacudía su cuerpo como si estuviera penetrando a una mujer y simulaba los espasmos de un hombre presa de las diversas tonalidades de un orgasmo. Uno, dos, tres… El espasmo final fue salvaje, como el de quien deja su vida en el acto sexual”.

De Justine o las desgracias de la virtud, de Sade, y La Venus de las pieles, de Sacher-Masoch, si te gustan esas cosas, hasta la popular Cincuenta sombras de Grey y sus continuaciones o títulos tan sugerentes como Lamer tu piel bajo el sol de Kenia, de Noelia Amarillo, podríamos seguir rastreando pasajes. Pero vamos a dejarlo aquí con dos obras inesperadas: una de ciencia ficción, y… la Biblia.

De la primera es Los amantes, de Philip José Farmer (Acervo, 1982), con el perturbador contacto sexual entre un hombre y una hembra alienígena, una lalítha, una especie de insecto parasitario mimético que adopta forma humana. “Exploró el cuerpo de ella con un interés que era en parte sexual, en parte antropológico. Se mostró encantado y asombrado ante las muchas pequeñas diferencias entre ella y las mujeres terrestres. Había un pequeño apéndice de piel en el paladar de su boca que podía haber sido un rudimento de algún órgano cuya función se perdió mucho tiempo atrás, en los terrenos de la evolución”.

Y toujours la Biblia, fuente de muchos pasajes eróticos (no todo va a ser Job o el Levítico), desde el Cantar de los cantares y su sulamita a las andanzas de Dalila y Jezabel, por no hablar de Onán, tan presente en estas líneas. O del voyerismo de David: “Vio desde la terraza de la casa real a una mujer que estaba bañándose y era muy bella. Hizo preguntar quién era y le dijeron. ‘Es Betsabé, hija de Eliam, mujer de Urías, el jeteo’. David envió gentes en busca suya; vino ella a su casa y él durmió con ella”. No es muy explícito, cierto, pero no se puede negar que tiene morbo.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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