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Diez grandes películas que cumplen 50 años en 2023 para ver en plataformas

‘Malas calles’, ‘El exorcista’, ‘El golpe’, ‘La noche americana’, ‘Amarcord’, ‘American Graffiti’ o ‘El espíritu de la colmena’ son algunos de los títulos que están de celebración

Paul Newman y Robert Redford, en 'El golpe'.
Javier Ocaña

Osadía, solidez, desmitificación. El cine se encontraba en el año 1973 en uno de los mejores momentos de su historia, particularmente el estadounidense, en la cima del Nuevo Hollywood. Un lugar en el que se habían encontrado los más brillantes jóvenes procedentes de las primeras escuelas de cinematografía, los veteranos aguerridos que habían encontrado un filón en una nueva etapa de libertad y atrevimiento, fijada entre 1967 y 1980, y los directores procedentes de la televisión que, tras su salto a la gran pantalla, habían dotado al cine de su experiencia, su firmeza en la narración y su comprometida visión de una sociedad liberal. Fuera de Estados Unidos, Italia y Francia vivían de las grandes películas sociopolíticas y de los ecos de la nouvelle vague y sus derivas, mientras en el resto del mundo aparecían perros verdes como Alejandro Jodorowsky, con La montaña sagrada.

En esta pieza se priman las películas que se pueden ver actualmente en plataformas, lo que ha hecho que se queden fuera títulos fundamentales como Pat Garrett y Billy el Niño, Malas tierras o la clarividente Cuando el destino nos alcance. Y quizá una de las cosas más extraordinarias de este recuerdo es que, 50 años después, tres de estos cineastas siguen haciendo cine: Martin Scorsese, George Lucas y Víctor Erice.

Un largo adiós, de Robert Altman

Junto con Chinatown, producida al año siguiente, la gran representante de la desmitificación del cine negro clásico, aunque la de Altman llegó antes. Este neo-noir áspero y sucio prefiguraba un nuevo tipo de detective privado, así que pese a adaptar la famosa novela de Raymond Chandler, el Philippe Marlowe que interpreta con socarronería y desparpajo Elliot Gould carece de glamur. Hasta el humo de los cigarrillos, perpetuamente pegados a su boca, lo que le hace mascullar sus diálogos más que declamarlos, ha dejado de ser símbolo de la elegancia, tanto del fumador como de la imagen en sí. Altman comienza su relato con Marlowe intentando engañar a su gato y el animal rechazándole su asquerosa comida, la ambienta en sus contemporáneos años setenta y Vilmos Zsigmond, su insigne director de fotografía, compone una imagen fría y sin apenas saturación en la que los colores casi se confunden. Fatalismo desapasionado y violencia más explícita que nunca. Disponible en Filmin.

El exorcista, de William Friedkin

Pocas películas en la historia del cine más influyentes, más copiadas e incluso más parodiadas. El mito del padre Karras, el del vómito verde y el de no pocas frases instaladas en la cultura popular, encabezadas por la inmortal “¿has visto lo que ha hecho la cochina de tu hija?”. Frente al terror, desde luego esencial, pero que no aparecía hasta bien entrada la historia (para bien), una escalofriante vertiente del relato la conformaban el dolor de una mujer por el deterioro físico de una hija y el remordimiento del sacerdote por el abandono de su anciana madre. Friedkin presentó en el año 2000 un montaje del director que, sin embargo, empeoraba en algunos aspectos el original: facilones hologramas del diablo; una presuntamente espectacular bajada por las escaleras de la niña Regan, narrativamente deplorable; e introducción de música en momentos en los que el frío silencioso y el aliento nocturno dominaban en la original. Disponible en Amazon Prime Video.

El golpe, de George Roy Hill

Uno de esos raros ejemplos de película que gusta a todo el mundo, generación tras generación. Al espectador medio y al cinéfilo, al adicto a pasar un buen rato y al intelectual. La razón: es brillante siendo ligera; es artística sin que te estén convenciendo de ello todo el tiempo, y tiene el don de la belleza y del carisma, que también es esencial en cierto cine. Robert Redford y Paul Newman, nada menos, que además venían de hacer Dos hombres y un destino cuatro años antes, también con Roy Hill en la dirección. Hay que ser muy sieso, o muy cenizo, para pasar de largo por esta oda a la inteligencia de los timos y a la nobleza del chanchullo bien pergeñado. Una joya de los setenta que rememoraba técnicas cinematográficas de los años treinta, incluidas las cortinillas entre secuencias, ganadora de siete premios Oscar, entre ellos el de mejor película. Y, aunque parezca increíble, la única nominación al mejor actor de Robert Redford en toda su carrera. Disponible en Filmin.

La noche americana, de François Truffaut

El arte de Truffaut para lograr películas intelectuales con el sabor del cine popular. El cine como forma de vida. Las películas como ente cambiante. Y las gentes del oficio de armar historias fílmicas como caprichosos seres humanos, pendientes sobre todo de sí mismos. El director francés no utiliza esta vez a su alter ego Jean-Pierre Léaud porque se vale de sí mismo para el papel del director, y el siempre formidable Georges Delerue deja unas cuantas composiciones musicales para la historia. La noche americana, una carta de amor al cine de esas que tanto se llevan ahora, bien podría ser una película de Lubitsch rodada tras la aparición de la nouvelle vague. La grandeza de la ligereza. A Godard, subido en su atalaya, le molestó cómo describía Truffaut el proceso artístico y lo acusó de venderse al gran público. La polémica acabó con la amistad de ambos. Disponible en Amazon y Filmin.

Amenaza en la sombra, de Nicolas Roeg

“En cine no hay una forma correcta y una forma equivocada de hacer las cosas; solo hay un camino correcto, y otro camino. Así que démosle una oportunidad al otro camino”, escribió el magnífico director británico en su libro de memorias y didáctica cinematográfica The World Is Ever Changing. Roeg lo aplicó con una memorable técnica de montaje procedente de la literatura por la que algunas secuencias, o incluso películas enteras, quedaban rotas en mil pedazos, adquiriendo un nuevo significado o una lectura distinta que no hubiesen tenido de estar ordenadas en sentido cronológico y convencional. El paradigma es la histórica secuencia de amor y sexo entre Julie Christie y Donald Sutherland en esta obra maestra del terror, el misterio y la fatalidad, basada en un fabuloso cuento de Daphne du Marier. Un matrimonio ve morir a su hija pequeña y despierta del golpe en la más fantasmal Venecia, entre los peores augurios y una lección maestra de cómo utilizar el color rojo como elemento desestabilizador y simbólico. Disponible en Filmin.

American Graffiti, de George Lucas

La cultura popular juvenil nació en el cruce entre los años cincuenta y sesenta, y hasta allí regresa Lucas para rememorar sus dudas adolescentes, regalar la mejor película de baile de fin de curso de instituto de siempre y trascender, desde sus Estados Unidos, su idealismo y su cultura suburbana, a cualquier pueblo de cualquier país occidental que se soñara abandonar en pos de un futuro mejor o, al menos, más divertido. La nostalgia del adulto, en periodo de decadencia, se torna amarga y sombría pese al colorista envoltorio, a la efervescencia de la juerga y a una extraordinaria banda sonora en la que no caben más éxitos. Lucas, que ya había demostrado en THX 1138 que podía realizar soberbia ciencia ficción adulta, se perdió para siempre en cualquier sentido que no fuera el de La guerra de las galaxias durante el resto de su carrera. Ganamos un mito, pero quizá perdimos a un director con eclécticas posibilidades de perdurar en más sentidos. Disponible en Filmin.

Serpico, de Sidney Lumet

Lumet, el gran cineasta de la corrupción —política, empresarial, judicial, religiosa, incluso mafiosa—, se ocupa aquí de las corruptelas en el departamento de policía de Nueva York y de la integridad del “tipo más raro que haya pasado por una comisaría”, un barbudo hippy italoamericano al que imprime metodología del Actors Studio Al Pacino. En palabras del propio Lumet, la historia de un “auténtico rebelde con causa”. El director, metódico y organizado hasta la perfección durante el rodaje, solo se concedió una libertad: permitir que sus intérpretes pudieran improvisar algunos diálogos. Basada en hechos y personajes reales, el Frank Serpico verdadero pidió a Lumet poder ir al rodaje y ver cómo Pacino se ponía en su pellejo, pero los productores se lo prohibieron porque podía desestabilizar la concentración del actor. Frente al policía esquinado a la derecha de Harry, el Sucio, estrenada dos años antes, el de Lumet parecía un espécimen de la contracultura. Disponible en Filmin.

Amarcord, de Federico Fellini

Dedicada a la Rímini de la adolescencia de Fellini, Amarcord es simbólica ya desde su título: reinvención de la frase “a m’arcord”, que en dialecto romañol significa “yo me acuerdo”. Las memorias del director (y del coguionista Tonino Guerra), en forma de sucesivos sketches de crecimiento emocional y, sobre todo, sexual. En Rímini hay toda una escuela de fanáticos, comentaristas e intérpretes que tratan de identificar personajes y decorados, y de encontrar fundamento histórico a las diversas secuencias. Algo de lo que el creador Fellini abominaba, como cuenta Tullio Kezich en su biografía sobre el cineasta, ya que en cierta forma minusvalora su capacidad para la creación de universos y sueños. Seguro que muchos han elucubrado con la existencia real en aquellos años treinta de una robusta estanquera que metía a los chavales entre sus ubres para que chuparan y ellos, tan inexpertos, se empeñaban en soplar. Disponible en Movistar Plus+.

Malas calles, de Martin Scorsese

Ahora es una práctica que está a la orden del día, casi hasta el hartazgo, pero el hecho de que Scorsese ilustrara sus andanzas mafiosas con canciones de la música popular estadounidense era una fantástica novedad. Ambientada en al barrio neoyorquino de Little Italy, donde creció el director, esas malas calles del título son también las turbiedades del alma, sobre todo las del católico con tétrica sombra de culpa que interpreta Harvey Keitel. La pelea en los billares, con Please, Mr. Postman, de The Marvelettes, atronando de fondo y Robert De Niro desplegando sobre las mesas su peligrosidad y hasta su locura ha pasado a la historia por la energía de la cámara al hombro de Scorsese, que va y viene entre los pasillos y los puñetazos como un personaje más. ¿Alguna de las privilegiadas personas que la vieron en su estreno en la Quincena de Realizadores de Cannes pensó que 50 años después su director estaría considerado como un mito viviente? Disponible en Amazon Prime Video, Movistar Plus+ y Flixolé.

El espíritu de la colmena, de Víctor Erice

La única película española instalada entre las 100 mejores de la historia en la famosa y prestigiosa encuesta que realiza cada década la revista británica Sight & Sound (en el puesto 84º). La simbología de Erice, su escritura visual junto a Ángel Fernández-Santos, la fotografía color miel de Luis Cuadrado con tonos de Rembrandt, los enormes ojos de Ana Torrent, los susurros de Isabel Tellería y, por supuesto, Frankenstein. El del mito de James Whale y el metafórico del maqui herido al que ayuda la niña Ana. El monstruo marginado de la posguerra española. Producida por una figura totémica como Elías Querejeta, Erice lega para los restos un puñado de imágenes imperecederas y su aliento lírico traspasa la pantalla para convertirse en una experiencia cercana a lo místico. Que en apenas unos meses tengamos nueva película de Erice, desgraciadamente tan poco prolífico, entra dentro del feliz capítulo de lo inesperado. Disponible en Flixolé y HBO.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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