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Todas las muertes de Joaquín Dicenta: amordazado por la generación del 98, silenciado por el franquismo

Rescatar del olvido al escritor y periodista, un autor con un fuerte compromiso social y patriarca de toda una saga de la escena española, es el objetivo de unas jornadas en Alicante

Rafa Burgos
Joaquín Dicenta, en el retrato que le pintó Ramón Casas.
Joaquín Dicenta, en el retrato que le pintó Ramón Casas.

Al escritor y periodista Joaquín Dicenta lo amordazó la generación del 98, sus coetáneos, porque carecía de complejos y no le dolía España. El franquismo también lo silenció, porque, según la censura, era un dramaturgo groseramente sensual y muy malo. Trataron de reivindicarlo los críticos marxistas en los 60, pero lo descartaron por individualista. Y desde la llegada de la democracia, su figura quedó reducida a lo que los demás intelectuales del primer tercio del siglo XX dijeron de él. “Dicenta es un autor con muchas muertes”, dice la doctora en estudios teatrales Ada del Moral, que coordina unas jornadas organizadas por la Fundación BBVA junto al Instituto de Cultura Juan Gil-Albert de Alicante. El objetivo, volver a situar en escena, bajo el foco principal, al autor de la obra Juan José, al cronista de la clase obrera española y al impulsor de la Sociedad General de Autores (SGAE) y la Asociación de la Prensa de Madrid, tronco principal de una saga teatral que aún sigue pisando los escenarios.

Según Del Moral, Dicenta es un escritor “mal leído y poco entendido” al que le toca nacer “en un país con mucho reprimido suelto”. Mientras “la élite intelectual” arrastra el dolor de la pérdida del imperio, Dicenta “es más que un agitador, es un autor libre que solo se pertenece a sí mismo”, un “luchador por los derechos intelectuales y por la igualdad y la libertad de las mujeres”. Y que también deja huella como “rebelde, conflictivo, bebedor y donjuán”, añade el profesor y escritor Javier Barreiro, participante también en las jornadas que se celebran en la Casa Bardín, sede del instituto Gil-Albert, hasta este martes. Heredero de una saga militar con apellidos de corte prusiano, Dicenta nace en Calatayud en 1862, durante la mudanza obligada por uno de los destinos de su padre, y muere en Alicante en 1917, “no se sabe muy bien por qué, quizá porque le gustaba el mar”, sostiene su sobrino nieto, José Luis Dicenta. “Vengo con las alas rotas al viejo nido en busca de calor”, deja escrito el literato, en uno de sus últimos textos.

Joaquín Dicenta, en una imagen sin datar, proporcionada por la organización de las jornadas en Alicante.
Joaquín Dicenta, en una imagen sin datar, proporcionada por la organización de las jornadas en Alicante.

“Es un mito prohibido que, sin militar en ningún partido, se comprometió con el desarrollo social y la lucha contra las desigualdades”, continúa su descendiente. Los Dicenta, divididos en dos ramas, “la gente de teatro, por un lado, y toda una saga de ingenieros de caminos, por el otro”, guardan de puertas adentro la historia del patriarca Joaquín. “Cualquier Dicenta, ya sea ingeniero o portor circense, sabe quién es”, asegura, “y sabe que vivió bien, que hizo lo que le daba la gana, que fue independiente y muy mujeriego”. Tanto, que hasta el propio Azorín, que lo defendió inicialmente, acabó denostándolo y tildándolo de borracho por un lío de faldas, según una anécdota recogida por Del Moral.

Dicenta, abuelo de los actores Daniel o José Fernando (también poeta), integró la llamada generación de la Gente Nueva, junto a Luis Bonafoux, Miguel Moya o Rosario de Acuña, “un grupo de escritores que marcaron época y tenemos olvidados”, subraya en una de las ponencias José Ramón Trujillo, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid y editor de Dicenta. “Hizo de todo y casi todo con éxito”, prosigue, “y en la época comprendida entre Echegaray y Benavente, fue el gran dominador de la escena española”, gracias al favor “del público que no tenía acceso a los teatros burgueses”. Su obra Juan José, conocida como el Tenorio de los obreros y que se representaba cada Primero de Mayo hasta el estallido de la Guerra Civil, narra la historia de unos trabajadores sometidos al abuso de su patrón, que se cree en el derecho incluso de mantener relaciones con el protagonista que da título al libreto.

Uno de los grandes cronistas

Pese a su fulgurante carrera escénica, continuada luego por su hijo Manuel, el experto José Ramón Trujillo destaca su labor periodística que, a juicio del experto, lo convierte en “uno de los cronistas fundamentales en un momento en el que la libertad de prensa genera multitud de cabeceras nuevas”. Dicenta baja a las minas, lamenta las condiciones de las prostitutas en las calles, critica la ausencia de futuro de una infancia para la que trata de fortalecer el sistema educativo español. “Es el equivalente a un influencer actual”, continúa, “una estrella del periodismo, que utilizó como un arma más impactante y duradera que su paso por las tablas”. “Devolvió la dignidad al público que siempre le quiso”, defiende Del Moral, “fue renovador y padre del periodismo de investigación”.

Todo este currículo no sirvió para que sus compañeros de la esquina de los siglos XIX y XX evitaran vomitar su ira, arremetieran contra él y solo dejaran con aliento los tópicos de autor social, castizo y vividor. El 98 en pleno castigó “su libertad sexual y la de sus compañeras”, dice Del Moral. Julio Camba dijo de él que “el arte no le debe una sola idea”. Rafael Cansinos Assens lo calificó de “autor macho cuyos personajes se dedican a comer, beber y fornicar”. Nadie le perdonó que, en realidad, “bebiera de la realidad y se dedicara a la sistemática reelaboración de su entorno”, indica la coordinadora de las jornadas, para defender sus ideales incluso en los libros de viajes, en los que mezcla realidad y ficción y que “escribía a borbotones, casi sin volver atrás, casi sin tachones en sus manuscritos”, relata Trujillo.

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