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El Réquiem de Mozart y la Quinta de Beethoven para honrar a los muertos y como heraldo de la victoria en Ucrania

La Metropolitan Opera de Nueva York celebra un concierto especial para conmemorar el primer aniversario de la guerra

Los colores de la bandera de Ucrania en la fachada de la Metropolitan Opera de Nueva York, este viernes.
Los colores de la bandera de Ucrania en la fachada de la Metropolitan Opera de Nueva York, este viernes.JASON SZENES (EFE)
María Antonia Sánchez-Vallejo

La sede de la Metropolitan Opera de Nueva York se ha envuelto este viernes en la bandera de Ucrania para conmemorar el primer aniversario de la guerra con un concierto especial y simbólico, el llamado Concierto de Recuerdo y Esperanza. Patrocinado por la misión ucrania en Naciones Unidas y el Lincoln Center, el programa se ha abierto con el himno nacional de ese país y cerrado con la delicada Plegaria por Ucrania, composición para coro de Valentin Silvestrov. Los colores azul y amarillo de la enseña se han adueñado de la fachada y del escenario, pero también han arropado al tenor Dmytro Popov y el barítono Vladiyslav Buialskky, que han salido a saludar al término del concierto envueltos en su bandera. Antes de sonar el primer acorde, un breve mensaje de vídeo de la primera dama de Ucrania, Olena Zelenska, ha recordado el año de guerra y sufrimiento, pero también de resistencia, del pueblo ucranio.

El programa, a cargo de la orquesta y coro de la Metropolitan bajo la dirección del canadiense Yannick Nézet-Séguin, ha sido todo un clásico del repertorio sinfónico, además de simbólico: el Réquiem de Mozart y la Quinta Sinfonía de Beethoven, el duelo por las víctimas y la esperanza, respectivamente, en sendas versiones notables de Nézet-Séguin, actual director musical de la Metropolitan Opera y a quien sustituirá Gustavo Dudamel en 2025. El director ha arrancado destellos a la profunda obra de Mozart, como en la imponente y a la vez delicada Lacrimosa y en el Benedictus, y ha firmado una arrolladora versión, sobre todo en los dos últimos movimientos, de la famosa sinfonía de Beethoven; tan apoteósica, que levantó al público de sus asientos.

A la función han asistido, entre otros, el embajador de Ucrania en la ONU, Sergiy Kyslytsya; su homóloga estadounidense, Linda Thomas-Greenfield, y el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, tras participar en las maratonianas reuniones extraordinarias de la Asamblea General y el Consejo de Seguridad de la ONU que se han celebrado en la sede de la organización desde el miércoles. Porque el concierto tenía también una lectura política, como recordaba en el programa de mano Peter Gelb, gerente general de la Met: el Réquiem de Mozart “honra y recuerda a los miles de soldados ucranios que han dado hasta el último aliento por la libertad de su patria, así como a los incontables civiles que han sido asesinados, heridos, desplazados o han sufrido privaciones por los ataques rusos contra áreas residenciales e infraestructura civil”. La obra de Beethoven, por su parte, representa “un himno apasionado de la victoria que está por venir, y revive una tradición comenzada por los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial”. Su primer movimiento se convirtió efectivamente en un poderoso símbolo de esperanza para los aliados durante la contienda.

Todo en Nueva York recuerda a Ucrania estos días, y más aún en el campo de la cultura. Galerías de arte, museos, como el pequeño Museo Ucraniano del East Village, que ha visto dispararse el número de visitantes desde que empezó la guerra, o, en fin, la gira programada de la Orquesta Sinfónica de Lviv, con conciertos en Nueva York y Washington y cuyos miembros asisten a distancia a la devastación de su país. El mensaje de resistencia de Kiev se supera en momentos como el vivido el pasado 15 de febrero en el Carnegie Hall, cuando, con el público sentado en las butacas a la espera de que sonara el primer acorde, las luces de la sala se apagaron y una voz ya conocida, franca y ronca, tronó en la oscuridad. Era un mensaje en vídeo de Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania, quien recordaba a los espectadores la oscuridad que afecta a buena parte del país por los ataques rusos a infraestructuras civiles. Un atinado golpe de efecto, para enmarcar la actuación de una orquesta, la de Lviv, la mayoría de cuyos músicos lleva casi un año de gira, sufriendo la guerra a distancia.

Como el tenor Dmytro Popov, que tiene su base de operaciones en Berlín pero cuya familia directa está en Ucrania y que en abril supo que la casa donde pasó su infancia, en el Donbás, había sido destruida por una bomba. En una entrevista concedida esta semana a la agencia France Presse, Popov dijo haber conocido la noticia justo cuando se disponía a actuar en Londres, pero que la emoción es mala compañera para un cantante. “Todos los cantantes de ópera deben controlar sus emociones. Cuando hay demasiadas emociones, no podemos cantar”, explicaba. La emoción también se ha desbordado este viernes en el escenario de la Metropolitan Opera, al interpretar la partitura del Réquiem mozartiano como si fuera “una oración por nuestros muertos”.

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