Una orca que juega con una pluma, peces con ojos en los genitales: un mundo animal inmenso
Numerosos libros ensanchan nuestra visión de la inteligencia de los animales y de su forma de percibir el mundo
En el relato La historia de tu vida, el autor de ciencia ficción Ted Chiang contaba que una profesora, Louise Banks, era reclutada por el Gobierno estadounidense para tratar de comunicarse con unos extraterrestres que estaban de visita. Pero el problema que se encuentra es que no le basta con entenderse a través de palabras o signos, no es suficiente con atravesar barreras lingüísticas intergalácticas, sino que necesita tratar de comprender sus sentimientos. “Me hubiera gustado experimentar más su visión del mundo, sentir como ellos sentían”, explica el personaje de Chiang, interpretado por Amy Adams en la versión cinematográfica titulada La llegada.
En una entrevista con motivo de la publicación de su último libro, Exhalación (Sexto Piso), Chiang explicaba la metáfora que se escondía detrás de aquel relato: “Comunicarse con una inteligencia animal es como un contacto con extraterrestres”. Uno de los grandes avances en la ciencia en las últimas décadas ha sido la profundización en el estudio de la inteligencia animal y en tratar de comprender sus formas de comunicación, mucho más sofisticadas de lo que se podría pensar. El desafío reside en entender la naturaleza antes de que acabemos de cargárnosla: estos días se celebra en Montreal la Conferencia sobre Diversidad Biológica de la ONU que alerta de que nos acercamos al punto de inflexión en la historia natural de la destrucción.
Libros como Mentes maravillosas (Galaxia Gutenberg), de Carl Safina, o los trabajos de Frans de Waal —plasmados en numerosas obras editadas por Tusquets como ¿Tenemos suficiente inteligencia para entender la inteligencia de los animales?— o de Vilmos Csányi, que dirige en Budapest el principal laboratorio del mundo que estudia el comportamiento de los perros —su ensayo If dogs can talk no ha sido traducido al castellano—, demuestran que la ciencia ha infravalorado lo que sienten y piensan los animales. Solo en los últimos meses se han sumado dos obras a este amplio catálogo: Animales habladores. Conversaciones privadas entre seres vivos (Taurus), de Eva Meijer, y Mira quién habla. Cosas que dicen los animales (Alianza), de Francesca Buoninconti.
De todas las imágenes que recoge Safina hay una especialmente alucinante: la de una orca, un animal de ocho toneladas, jugando con una pluma de un pájaro. Este investigador también explica que cada comunidad de estos mamíferos se alimenta de cosas diferentes y ha desarrollado distintas estrategias de caza, que se transmiten de generación en generación, normalmente a través de las hembras. Pero reconocer la inteligencia de algunas especies provoca problemas profundos para la humanidad que ya empiezan a asomar, por ejemplo, en el derecho, con sentencias que reconocen la idea de “personas no humanas” aplicada a los grandes simios. Eso indica que nuestra relación con ellos debe cambiar.
A esta amplia bibliografía se acaba de sumar An immense world (todavía no traducido al español), de Ed Yong, que The New York Times y The Economist han elegido entre los mejores libros del año. Este periodista científico de The Atlantic Monthly, que ha recibido el premio Pulitzer por sus trabajos de divulgación durante la pandemia, aborda el asunto a través de otra óptica, no tanto tratar de entender la inteligencia animal, sino la forma en que ven el mundo. “Hay animales que pueden oír sonidos en lo que a nosotros nos parece un silencio perfecto, ver colores en lo que a nosotros nos parece oscuridad total y sentir vibraciones en lo que a nosotros nos parece quietud absoluta”, escribe Yong. “Hay animales que tienen los ojos en los genitales, las orejas en las rodillas, la nariz en las extremidades y la lengua por toda la piel. Las estrellas de mar ven con la punta de los brazos y los erizos, con todo el cuerpo”. Cuando más sabemos sobre el resto de las criaturas con las que compartimos la tierra, más complejo resulta su mundo y más pequeño el nuestro.
Babelia
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