El cine israelí se fractura por la producción de películas en un asentamiento
En una guerra de cartas abiertas, más de 400 personalidades de izquierdas del séptimo arte y la televisión lamentan una iniciativa que consideran política, mientras que otras 70 la defienden como un espacio para otras voces
El cine israelí libra una guerra de cartas abiertas. El motivo de disputa es un pequeño fondo de financiación de proyectos cinematográficos establecido en un asentamiento judío en el territorio palestino de Cisjordania. En la práctica, se dirime una lucha más amplia sobre el futuro del país entre la izquierda ―menguante, pero aún mayoritaria en el séptimo arte― y la creciente derecha, cuyos proyectos reciben cada vez más apoyo. Unas 420 personalidades del cine y la televisión tachan el fondo de iniciativa política que forma parte “del mecanismo de apartheid”, mientras que otras 70 lo consideran un “hogar para la creatividad” que abre espacio a otras miradas.
En 2019, la entonces ministra de Cultura, Miri Regev, quiso “ampliar el número de voces” en el cine israelí respecto a Tel Aviv y Jerusalén, de donde han salido en las últimas dos décadas finalistas a los Oscar como Beaufort (de Joseph Cedar), Vals con Bashir (de Ari Folman), Ajami (de Scandar Copti y Yaron Shani) o Cinco cámaras rotas (de Emad Burnat y Guy Davidi). La ultranacionalista Regev ―una exportavoz del ejército que luchó por supeditar las subvenciones a creadores a su fidelidad al Estado judío― creó entonces tres fondos cinematográficos periféricos, entre ellos el de Samaria, como se denomina en Israel al norte de Cisjordania basándose en el nombre bíblico.
Los estatutos del organismo, que se define como “apolítico”, limitan la financiación a proyectos que presenten ciudadanos israelíes y se rueden parcialmente en Cisjordania, lo que en la práctica excluye al 80% de habitantes de la zona ―los palestinos― y promueve los asentamientos judíos, contrarios al derecho internacional. Además, las ayudas al desarrollo del proyecto tras el guion son solo para residentes de asentamientos. Su directora, Ester Allouche, es de hecho la portavoz del Consejo Regional de Samaria, que agrupa a las colonias judías de la zona.
El anuncio recibió críticas en su momento, pero la crisis se gestó el pasado julio, cuando el gran asentamiento de Ariel albergó el primer festival de cine de Samaria, que dirigió Allouche y la exministra definió como una “victoria” del proyecto colonizador. En el evento, Moshe Edery, destacado productor y propietario de una cadena de cines, manifestó su esperanza de celebrar allí también la próxima ceremonia de entrega de los Ofir, el equivalente israelí de los Goya españoles o los Oscar estadounidenses.
Política, no cultura
Un grupo de creadores del mundo del cine y de la televisión comenzó entonces a organizar una carta abierta finalmente publicada el mes pasado en el diario Haaretz. Sus firmantes se comprometen a no cooperar ni recibir financiación del organismo, “ni ahora ni el futuro”, y subrayan que “no es pluralista, sino parte del mecanismo de apartheid”. “Detrás de la creación del fondo y del festival no subyace el amor por la cultura, sino la política, con el objetivo de borrar la Línea Verde y la distinción entre el régimen militar y el civil”, reza el texto, en referencia a la frontera internacionalmente reconocida entre Israel y Palestina, previa a la Guerra de los Seis Días de 1967.
La carta ha recibido unas 420 firmas. Entre ellas, las de Ari Folman (Vals con Bashir, El congreso y, más recientemente, Dónde está Anne Frank); Nadav Lapid (Oso de Oro por Sinónimos y Premio del Jurado en Cannes por La rodilla de Ahed); Amos Gitai, Rachel Leah Jones o Hagai Levi, el director de la miniserie Secretos de un matrimonio y cocreador de The Affair y Be Tipul, génesis de En terapia.
Uno de sus promotores, el documentalista Avi Mograbi, ve el fondo como “un intento de normalizar una ocupación que dura 55 años y que no es normal”. “Hay que recordar que Ariel no es Israel y que el fondo no está en Israel”, asegura por teléfono a este periódico Mograbi, premiado en el festival de Gijón por Z32.
El productor de documentales Liran Atzmor, otro de los firmantes, insiste en que “no se puede hacer cine que ignore” la ocupación israelí de los territorios palestinos y califica de “mantra sin sentido repetido una y otra vez” la acusación de la derecha de que una élite urbana, izquierdista, secular y askenazí (originaria del centro y este de Europa) explora el tema en sus filmes para obtener fondos y aplausos en Europa.
Tras la difusión de la carta, el ministro de Cultura, Jili Tropper, exhortó “a todas las partes” a “separar política y cultura” y subrayó que “la creencia en el valor de la libertad de expresión no se debe limitar o aplicar solo a algunos puntos de vista”.
“Hogar para la creatividad”
Pocos días más tarde fue publicada otra misiva, esta en defensa del Fondo de Cine de Samaria. Ha recibido menos apoyos, unos 70. Su firmante más conocido fuera del país es Ohad Knoller, intérprete en Yossi & Jagger, de Eytan Fox; Múnich, de Steven Spielberg, y la serie israelí de televisión Srugim. También la suscriben los actores Nathan Ravitz, Moris Cohen o el citado productor Edery. En la carta se define el Fondo de Samaria como “un nuevo hogar para la creatividad” capaz de promover “algunas voces importantes en el cine israelí” que “no se escuchan hoy lo suficiente”. “El Estado de Israel es un mosaico complejo que requiere diálogo entre sus partes, no boicots. El cine debe y puede ser un componente importante en este diálogo”, agregan.
Gadi Taub, guionista, historiador y comentarista político que la ha firmado, acusa a la izquierda de “querer controlar” el universo del cine y defiende el “derecho de ciudadanos israelíes” a vivir en “comunidades en territorio en disputa”. “Si la zona está bajo control militar es porque los palestinos no quieren renunciar a su sueño de destruir el Estado de Israel”, afirma.
Yvonne Kozlovsky-Golán, profesora de cine israelí en la Universidad de Haifa, no ha firmado ninguno de los textos, pero sí cree que existe una “hegemonía” de coproducciones “que se fijan más en el gusto europeo” y ponen el foco en el conflicto palestino-israelí a través de una mirada “más universalista e izquierdista” que “no concuerda con lo que busca el israelí medio”.
La ministra Regev fue la bestia negra de la izquierda cultural durante sus años al frente de la cartera (2015-2020). Nada más asumir el cargo, calificó a los creadores de “panda de ingratos que creen saberlo todo” e “hipócritas que envenenan la vida”. “No me siento a gusto trabajando con el mundo cultural”, dijo en una entrevista. En 2017, el mundo conoció su nombre cuando acudió al Festival de Cannes con un vestido con una panorámica de Jerusalén, para festejar el 50 aniversario de la conquista de la parte oriental de la ciudad. Un año más tarde, boicoteó la exhibición en París de Foxtrot, de Samuel Maoz (Gran Premio del Jurado en Venecia y ganadora del Ofir) al considerar ―citando una secuencia que no existe― que “daña el buen nombre del Ejército israelí” y “destruye la mayor celebración del siglo XX, el Estado de Israel”. También frenó la firma de un acuerdo cultural con la UE porque excluía a los asentamientos y se marchó de los Ofir cuando alguien leyó en el escenario unos versos de Mahmud Darwish, el poeta nacional palestino.
Babelia
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