Roberto Álvarez: “Ser actor no es para tanto”
El intérprete y productor teatral, catapultado a la popularidad masiva con ‘Ana y los siete’, encarna hoy sobre las tablas al psiquiatra de ‘Equus’ y rechaza la sacralización de su profesión: “mi consejo es no darle más de lo que te da ella”.
Entrevisto a Roberto Álvarez después de haberlo visto en el escenario encarnando a Martin Dysart, el psiquiatra a la vez flemático y atormentado de Equus, y, cuando lo atisbo llegar de lejos al hotel donde hemos quedado, temo que quien vaya a acabar en el diván de las preguntas incómodas sea yo y no él. Me equivoco solo relativamente. Responde cordial a las preguntas, pero a veces se va por los cerros de Gijón, donde se crio, hijo de una familia acomodada e ilustrada, antes de llegar a Madrid a ejercitar el cerebro estudiando ingeniería y el cuerpo aprendiendo baile “demasiado tarde para llegar a ser excelente”, dice. Vamos por partes.
Ingeniero de ‘teleco’ y bailarín. ¿Eso cómo se come?
Yo tampoco me lo explico. Hice casting para leer el catecismo en mi primera comunión y no me cogieron. Luego, en el colegio, quise estar en la rondalla y también fue un desastre. Hasta que, en Madrid, en el colegio mayor, hice por pura casualidad un corto con unos colegas de audiovisuales, me eligieron para hacer Mefistófeles en teatro, me picó el gusanillo, y monté el Teatro de la Danza. Estuve ocho años queriendo dejarlo porque pensaba que nunca iba a poder vivir de ello. No tuve vocación de actor de niño.
O sea, que es actor a su pesar.
Totalmente. Durante mucho tiempo, no he sido tanto actor, como he estado actor. Hasta que la profesión decidió por mí. Tengo mentalidad de ingeniero, yo lo que quiero es solucionar cosas. Soy un solucionador, un conseguidor. En el Teatro de la Danza también era productor, era muy difícil conseguir que cuadrara todo para sobrevivir y, cuando estaba a punto de tirar la toalla, a los 42 años, me ofrecieron Amor de hombre en el cine y luego he hecho 32 películas y Ana y los siete, la serie más popular de la época en España. Regalos de la vida.
Lo veo muy descreído. Ciertos colegas suyos hablan de lo que sufren y gozan el ‘viaje’ de su trabajo.
Qué duda cabe de que algunos personajes te remueven. Ahora, Dysart me ha enfrentado a ciertas encrucijadas. Imagínate que viene un australiano, o australiana bellísimo y especial, te ofrece irte a hacer surf a Australia, y tú tienes pareja. Te remueve las entrañas, pero te quedas en casa. De eso habla la obra, de en qué momento renuncias a la pasión, a vivir cosas, lloras por ello, pero lo aceptas porque la vida es así.
O sea, que usted también ‘viaja’ lo suyo en escena.
Este oficio te inunda de preguntas y emociones, pero, vamos, nada que no te pueda pasar leyendo un libro de 800 páginas. Mi consejo es que no debes darle a la profesión más de lo que te da a ti. No tengo esa cosa de “oh, ser actor es trascendental”. Ser actor tampoco es para tanto. Es ser un contador de cuentos que busca compartir emociones. Si lo haces bien, te aplauden y, si no, te patean. A mí, como dijo Fernán Gómez, lo que me encantaría es ser marqués y que me sirvieran el té. O podría ser perfectamente cocinero.
¿A qué pasiones ha renunciado?
Soy una persona muy pasional, quizá con exceso de sensibilidad y, eso, que es imprescindible para esta profesión, te lleva a ser un gran romántico y, en alguna etapa de mi vida, para no molestar o hacer daño a nadie, digamos que he sujetado las riendas, jugando con el símil del caballo de Equus. Lo que te contaba del australiano o australiana.
O sea, que era australiana.
No, no, no. [risas]
¿De dónde era?
No te lo puedo decir porque esto lo lee mi mujer. No, en serio, no se trata de mí, esto le pasa a todo el mundo. Puede ser una mirada en una cafetería, una posibilidad, historias que no has vivido, cambios de vida que no has tenido.
Se me escapa usted todo el rato.
Jajaja, claro. Pero es que lo considero así. Anthony Hopkins, que hizo en su día de Dysart, dijo que lo más bonito de su carrera fue hacer el alegato final, donde se dice que habrás dejado la pasión, habrás dejado de vivir cosas, pero que así es la vida, y está bien que así sea.
¿Ni frío ni calor? ¿Para vivir así no es mejor estar muerto?
Si quieres ir a Australia con tu australiano o australiano, allá tú.
¿A los 66 años se ha pasado ya la crisis de la mediana edad?
Pensaba que era la de los 40. Yo, de crisis, nada. Estoy fenomenal. Hago todos los días una hora de gimnasia, boxeo.
Me refería más al ‘coco’.
No tengo tiempo. Me levanto a las 5, voy a grabar la serie Servir y proteger, soy feliz allí, vuelvo a casa, intento hacer la comida, si puedo. Y, por la tarde, voy al teatro. Me siento muy vivo. No tengo ningún achaque salvo una parestesia provocada por la puñetera vacuna. Aún tengo la cara y la punta de los dedos acartonada y soy muy antivacunas.
Me queda clara su opinión.
Lo he dicho solo para que lo supieras y tengas cuidado.
’Equus’, con su temática y su desnudo en escena, escandalizó en su estreno hace casi 50 años. ¿Ahora es casi naif?
Es que hemos vuelto un poco a esa época. Entonces, en los 70, paralelo al escándalo, había un movimiento de libertad, de abrir la mente, de experimentar y aprender de todo. De hacer surf en Australia. Ahora, vivimos un tiempo en el que no podemos decir casi nada, por que si no te machacan. En Estados Unidos se prohíbe el aborto, en Irán se mata a niñas por quitarse el velo, vivimos una amenaza nuclear por motivos espurios. El desnudo en el escenario es bellísimo, pero igual hay hasta a alguien que le molesta. No creo.
Si pudiera, ¿elegiría el papel de su compañero Álex Villazán, el joven enajenado de Equus, con aquellos 22 años con los que empezó a actuar?
No. Es que mira, en mi carrera hay dos montajes teatrales que me han marcado y son la cumbre de mi oficio. El de Homebody, Kabul, y este Equus. Para qué pensar lo que pudo ser, si esto ha sido.
O sea que, que, a partir de ahora, todo es ya cuesta abajo.
Jajaja. No. Eso pensé después de Homebody, Kabul, y me llegó Equus. Tengo un ángel ahí arriba.
Siempre nos queda Australia.
Jajaja.
DOMADOR DE CABALLOS
Roberto Álvarez (Gijón, 66 años), lleva desde los 22 en escena, cuando empezó a actuar como bailarín a la vez que estudiaba ingeniería de telecomunicaciones. El padre de las criaturas de Ana y los siete, la mítica serie de televisión que protagonizó con Ana Obregón a principios de los dos mil y que lo lanzó a la popularidad masiva pasados los 40, ha actuado en decenas de películas y montajes teatrales donde, además, ejerce de productor. Ahora encarna a Martin Dysart, el carismático psiquiatra de la en sus tiempos escandalosa obra 'Equus' en el tetaro Infanta Isabel de Madrid. En la obra, sostiene que es mejor domar las pasiones que sucumbir a ellas y arriesgarse a la tragedia. En la vida real, no sabe, no contesta.
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