Talento de actor con genuino sabor de barrio
Álex Villazán, antiguo campeón de artes marciales, despunta desde Villaverde como líder de La Joven Compañía Es el nuevo rostro de Roberto Pérez Toledo
Alejandro Villazán Estévez era el típico chiquillo alborotado que no paraba un segundo quieto en casa. El nervio aún se le nota ahora, a sus 22 años, cuando juguetea con una pulsera de hilo entre los dedos o se introduce las manos por el cuello de la camiseta como si sufriera el ataque de un ejército de hormigas. Seguramente por eso los padres le apuntaron a cuantas actividades escolares tuvieron a tiro, del fútbol a la natación, el yudo o la escuela de música, donde agarró las baquetas de la batería. Una le marcó la infancia desde los cuatro años: el jiu-jitsu, un arte marcial del que aprendió “el respeto y la honestidad” y con el que en 2012 obtuvo el tercer puesto en el campeonato del mundo de Gante (Bélgica). Y otra le cambió la vida seguramente para siempre. El teatro.
La culpa de todo la tiene Maijo Pazos, la profesora de artes escénicas del instituto Ciudad de los Ángeles. Álex era por entonces, en primero de la ESO, un preadolescente “algo pudoroso”, pero Pazos supo descubrir su vena más espontánea y descarada y le erigió en protagonista para una versión libre de Bodas de sangre. Los asistentes a las funciones, en los centros culturales Bohemios y Santa Petronila, no daban crédito: el hijo del encofrador y la modista, aquel chavalito menudo y fibroso al que veían con el quimono o emulando a su admirado Raúl desde la banda izquierda, era un auténtico seductor del escenario.
“Aún no sé si soy o seré un buen actor. Solo tengo claro que quiero seguir haciendo más y más y más cosas para aprender cada día”, asegura hoy con genuina humildad de barrio, con los pies bien asentados en esas calles de Villaverde Cruce de las que tanto presume. Pero las sospechas sobre su talento comienzan a resultar abrumadoras. Tanto como para haberse convertido en uno de los rostros paradigmáticos de La Joven Compañía, un grupo de artistas con menos de 25 años que ofrecen montajes rompedores por los institutos de la región para que el gusanillo de las tablas prenda en las aulas. Y tanto como para que el cineasta canario Roberto Pérez Toledo, uno de los grandes gurús actuales del cine indie, viral y de bajo presupuesto, le haya incluido en el reparto de Como la espuma, su tercer largometraje, que graba estos días en un chalet de Madrid.
Álvaro, el personaje de Villazán, es uno de los 15 participantes en la monumental orgía que sirve de hilo argumental para la película. Con una peculiaridad: el chaval, algo pánfilo y enmadrado, es todavía virgen. Y hasta ahí podemos leer. “Me matan como desvele si mi personaje pierde la virginidad con un chico, una chica… o sigue a dos velas. Pero Roberto me insiste en que me muestre cercano, verdadero. Se trata de que algunos espectadores acaben pensando: ‘Ostras, yo fui alguien parecido a ese tipo”.
Algunas tardes las invierte en otro rodaje artesanal, el de Historias románticas un poco cabronas (Álex Ygoa), así que el bronceado en primera línea de playa deberá esperar a mejor verano. “Mi tía se compró un apartamento en Cullera del que tiramos toda la familia, pero seguir trabajando es lo primero. Si hay trabajo, hay felicidad”, proclama muy serio este artista que en lo físico parece un cruce entre Matt Dillon y Patrick Criado. Villazán sabe bien de lo que habla: con un padre afectado de lleno por la crisis en el sector de la construcción, él tuvo que simultanear los estudios en la escuela municipal de arte dramático con un empleo como dependiente en Stradivarius. Allí, además de doblar millones de blusas, cursó un máster acelerado de mundología. “Aprovechas para observar los comportamientos de la gente. Y, bueno, claro, a lidiar con las clientas…”. Álex era uno de los primeros vendedores masculinos en la cadena y, resultón como es, escuchaba proposiciones con frecuencia. “Pero ninguna como la de aquella madre que me presentó a su hija para preguntarme si la quería como novia…”.
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