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El ‘boom’ de Leonora Carrington

A las dos exposiciones en curso sobre su obra en el Peggy Guggenheim de Venecia y la Tate Modern de Londres se suma la monografía que se publicará el próximo otoño

Leonora Carrington
Una mujer mira el cuadro 'La posada del Caballo del Alba', autorretrato de Leonora Carrington.Yui Mok - PA Images (PA Images via Getty Images)

Hay un cuadro de Leonora Carrington (Chorley, 1917-Ciudad de México, 2011) colgado ahora en la Tate Modern que resume bien el porqué del actual fulgor con su obra. Se titula Autorretrato (La posada del caballo del alba) y aparece la artista sentada en una silla antropomórfica gesticulando hacia una hiena encabritada que parece estar bajo su hechizo. Parece una bruja. Pocas imágenes hay en el arte más poderosas que esta, una declaración intransigente de independencia, esa brújula que la artista pasó toda su vida persiguiendo. El cuadro data de 1937, pero funciona como espejo para este halo amenazante de 2022. Es posible que el mundo haya tardado en despertarse ante la impenitente conciencia ecológica y el feminismo de Carrington, pero a medida que el planeta enfrenta la creciente crisis climática y la reivindicación de la diversidad corporal, su trabajo es cada vez más pertinente. A ello se rinde el mundo del arte sin remedio y hay motivos.

La historia es conocida. Nacida en 1917 en Chorley, en Lancashire (Reino Unido), Leonora Carrington se negó a someterse a las convenciones desde muy pronto. Rechazó el futuro de esposa y madre que sus padres esperaban que cumpliera y, en cambio, se dirigió a Londres para estudiar arte. Se enamoró de un artista mucho mayor, Max Ernst, y se mudó con él a París, negándose a asumir el papel de musa o femme enfant, un término infantil que los surrealistas impusieron a las mujeres jóvenes de su medio. Después de disfrutar de un comienzo prometedor, Carrington enfrentó una gran adversidad y sufrió un colapso mental después de que Ernst, como alemán que vivía en Francia, fuera internado como extranjero enemigo al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Fue confinada en un manicomio español en contra de su voluntad (una experiencia que relató con detalle en sus memorias, Down Below) y huyó a México en 1943. En ese momento, Ernst ya se había casado con Peggy Guggenheim y ella se volcó de lleno en su interés por lo oculto, la cábala y el chamanismo, que tanta influencia ha tendido después.

Retrato de Leonora Carrington en la National Portrait Gallery.
Retrato de Leonora Carrington en la National Portrait Gallery.

El fervor crece por días y los estudios sobre su trabajo no dejan de multiplicarse. A las dos exposiciones en curso sobre su obra en el museo Peggy Guggenheim de Venecia (Surrealismo y magia: Modernidad encantada) y la Tate Modern de Londres (Surrealismo: Más allá de las fronteras), se suma la monografía que publicará el próximo otoño la académica y especialista en la artista Catriona McAra (The Medium of Leonora Carrington: A Feminist Haunting of the Contemporary Arts). Los precios en subasta también están disparados. El último récord lo hizo en mayo, al vender Sotheby’s la pintura El jardín de Paracelso (1957) por 3,2 millones de dólares (3,1 millones de euros). El margen es altísimo si se tiene en cuenta que Carrington hizo historia en 2005 cuando su pintura Juggler (1954), de esa misma época, se vendió en una subasta por 713.000 dólares (700.000 euros), el precio más alto pagado por una obra de una artista surrealista viva.

Un encargado sujeta 'El jardín de Paracelso', de Leonora Carrington, antes de su subasta.
Un encargado sujeta 'El jardín de Paracelso', de Leonora Carrington, antes de su subasta. Alexi Rosenfeld (Getty Images)

¿Por qué ese tirón? Mucho tiene que ver el rescate de Cecilia Alemani, comisaria de la exposición La leche de los sueños para la actual Bienal de Venecia. El título rinde homenaje a uno de sus cuadernos de trabajo realizado en los años cincuenta que no se publicó hasta 2013, dos años después de fallecer a los 94 años. Ahí empezó ya el boom. En 2018 abrió un museo dedicado a su obra en San Luis de Potosí, México, y las bienales empezaron a poner el ojo en su legado. Manifesta lo hizo en 2020 y la Bienal de Venecia, dos años después.

Hay una lógica pegada a estos tiempos que tiene que ver con el feminismo, la fluidez de género y la conciencia ecológica. Carrington pobló su trabajo con hechiceras que simbolizan el empoderamiento femenino y con criaturas místicas y andróginas que sugieren las posibilidades de transformación y las limitaciones del género binario. Un espíritu luchador e intransigente del que beben muchos artistas contemporáneos y, en particular, las pintoras. De hecho, podría hacerse ya una genealogía del nuevo surrealismo del siglo XXI: Lucy Skaer, Anne Walsh, Julie Curtiss, Lynn Hershman Leeson, Marianna Simmett, Dominque Funs, Jessie Makinson, Mary Reid Kelley, Nathaniel Mary Quinn…

El feminismo de Carrington está fuertemente ligado a sus preocupaciones ecológicas. Sus figuras femeninas actúan como protectoras de la naturaleza y son hoy veneradas como verdaderos puentes entre la tierra y el universo, dos marcos donde el arte contemporáneo vive volcado hoy. Hay para ello algunos documentos que han vuelto a ser actualidad. En 1970, Carrington escribió el ensayo Animal humano femenino (también conocido como Qué es una mujer), en el que articuló aún más sus ideas de que las mujeres deben desafiar la autoridad patriarcal para que el planeta sobreviva. Esa misma década inició el primer grupo de liberación de la mujer en México y diseñó un cartel llamado Mujeres conciencia (1972), promoviendo el movimiento feminista.

Sala dedicada a las mujeres surrealistas, con obras de Leonora Carrington, Dorothea Tanning y Remedios Varo, en la actual Bienal de Venecia.
Sala dedicada a las mujeres surrealistas, con obras de Leonora Carrington, Dorothea Tanning y Remedios Varo, en la actual Bienal de Venecia. Roberto Marossi (Biennale di Venezia)

Aunque esa vuelta contemporánea a ese surrealismo tiene más miga. El movimiento surgió de la angustia de la década de 1920 y la pandemia que, dos años antes, puso al mundo del revés. El mundo todavía se estaba recuperando de la devastación de la Primera Guerra Mundial y empezaban a proliferar formas de arte nuevas y radicales, como el cubismo y el jazz. A partir de esa mezcla caótica de progreso y pérdida, André Breton estableció una nueva filosofía. En su Manifiesto surrealista de 1924 delineó los contornos del movimiento y escribió sobre cómo los sueños y la realidad se resolverían en “una especie de realidad absoluta, una surrealidad”. Si se aplica ese término a la realidad del momento puede verse que casi encaja a la perfección con el auge, también en el arte contemporáneo, de la alquimia y los oráculos. Mucho le gustaban a Leonora Carrington. También las ciencias ocultas y el tarot, como se verá en otoño en el Design Museum de Londres, que prepara una gran exposición sobre los objetos visionarios que dejó el surrealismo bajo el título Objetos de deseo: Surrealismo y diseño. 1924-Hoy.

Las investigaciones sobre el tarot pintado por Leonora Carrington también son recientes y empezaron un verano de 2018, cuando la comisaria Tere Arcq preparaba la muestra Cuentos mágicos en el Museo de Arte Moderno de México, la retrospectiva con la que se conmemoró el nacimiento de la artista.

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