André Breton: “Una cloaca de sangre, imbecilidad y fango”
Esperanza Guillén publica un ensayo con los recuerdos de los artistas que lucharon en la I Guerra Mundial
Puede que fuera André Breton, gran teórico del surrealismo, el formulador de una de las definiciones más precisas de lo que fue la Gran Guerra en el sentir del ámbito artístico: “Una cloaca de sangre, imbecilidad y fango”. Fueron muchos los artistas que se convirtieron en soldados. Algunos murieron en el frente; otros retornaron con las vidas destrozadas por lo que habían visto en el campo de batalla.
La lista de los enrolados en ambos bandos es larga: Guillaume Apollinaire, Fernand Léger, Paul Klee, Otto Dix, William Roberts, David Bomberg, Wyndham Lewis o Max Beckmann participaron directamente. Todos contaron el drama a través de su obra o sus escritos. Cuando está a punto de extinguirse un año plagado de conmemoraciones dedicadas a recordar el comienzo de la Gran Guerra, el 28 de julio de 1914, un libro publicado por la historiadora Esperanza Guillén (Granada, 1961) recupera los testimonios de una veintena de los artistas participantes. Los artistas frente a la Primera Guerra Mundial. Correspondencia, diarios y memorias (Editorial Atrio) es un documento de primer orden para que el lector comparta el sufrimiento expresado por los artistas.
El libro está dividido en tres partes. La primera está dedicada a los creadores alemanes y austriacos que participaron en la guerra: Franz Marc, Paul Klee, Georges Grosz, Oskar Kokoschka, Otto Dix, Max Beckmann, Egon Schiele, Oskar Schlemmer
El libro está dividido en tres partes. La primera está dedicada a los creadores alemanes y austriacos que participaron en la guerra: Franz Marc, Paul Klee, Georges Grosz, Oskar Kokoschka, Otto Dix, Max Beckmann, Egon Schiele, Oskar Schlemmer. En el segundo bloque se recogen testimonios de los artistas aliados de la Triple Entente: Fernand Léger, André Derain, Wyndham Lewis, Marc Chagall, Giorgio de Chirico, Arturo Martini, Umberto Boccioni, Felix Vallotton. En la última parte, se cuentan los casos de quienes sufrieron el conflicto desde la retaguardia: Pablo Picasso, Juan Gris, Alfred Cubin, Henri Matisse, Ignacio Zuloaga o Claude Monet.
Esperanza Guillén explica que este libro es parte de los resultados de un proyecto de investigación colectivo que ella dirige, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad, titulado El artista y el dolor. El sufrimiento como límite de la representación en la cultura artística contemporánea. </CF>“Puesto que cada investigador desarrolla una línea de trabajo, yo me ocupo del estudio de la verbalización del sufrimiento de los artistas reflejado en su correspondencia, sus diarios o sus memorias. El argumento principal de un libro más extenso que estoy escribiendo para ese proyecto se centra en los padecimientos asociados a la creación, como el miedo ante el lienzo en blanco, la inseguridad frente a los resultados alcanzados, el dolor ocasionado por la incomprensión del mercado o de la crítica, o la ansiedad ante el hecho de que la enfermedad o la muerte imposibiliten la conclusión de la obra”.
En el libro no hay documentos inéditos, aunque es la primera vez que algunos testimonios se traducen al español. “En esta ocasión (a diferencia de un libro anterior, Orgullo y dependencia. Cartas de artistas españoles) no recojo ningún texto que no haya sido publicado, aunque muchos de ellos no han visto nunca la luz en nuestro país, por lo que ha sido preciso traducirlos por primera vez a nuestro idioma. Me interesaba situar esos fragmentos de cartas, diarios y memorias, escritos por tanto en primera persona, próximos los unos a los otros, para ofrecer una composición coral que reflejara las reacciones más diversas ante el mismo acontecimiento”.
Los testimonios
Entre los escritos más terribles destacan los de Fernand Leger, que sirvió como camillero, aunque intentó continuamente ser destinado a la sección de camuflaje, y que relata hechos espeluznantes como este:
“Un pobre tipo tuvo que ir a cagar. Salió de la trinchera y no había recorrido cuatro metros cuando fue derribado. Imposible ir a buscarlo. Las balas pasaban tan seguidas que aquello era una locura. Asistimos todos a su agonía, llamaba a sus compañeros por su nombre. Llamaba a su mujer, llamaba a su hija, Marcelle. Aquello duró 20 minutos. Todo el mundo lloraba. Nunca en mi vida he estado tan angustiado. Esta guerra de trincheras está hecha de pequeños asesinatos de esa clase. […] No comprendo cómo los hombres pueden hacer esto. Me resulta incomprensible”.
Por el contrario, para Franz Marc, que murió en el frente, la guerra era un medio de purificación de una civilización caduca como la europea. En un aforismo escribió:
“Siempre es preferible construir con todo ardor sobre la acción regeneradora de la guerra que atender al agüero de los pesimistas, de los privados de ideas y de los fatigados. Puesto que tan solo de nosotros, de nuestra voluntad luminosa, depende el radiante destino”.
Algunos, como Derain, se rebelan contra la insensatez de los mandos del ejército, como escribió a su madre en mayo de 1917:
“Se sacrifica en vano millares de vidas como si no fueran nada y para nada. […] Algunos se han arrogado todos los poderes y disponen de los otros como de instrumentos desechables e infatigables, pidiéndoles sin cesar renovar los esfuerzos más penosos. Es horrorosa la inconsciencia de los que dan órdenes Creo que esto siempre fue de ese modo y los sacrificios de unos pagan la estupidez de otros”.
La rebeldía se manifiesta también en el bando contrario, en artistas como Grosz, para quien el arte servía como válvula de escape. Descargaba sus iras dibujando la animalidad, la arrogancia y lo grotesco de cuanto le rodeaba:
"Me gritaron tanto, que hasta encontré el valor necesario para defenderme también a gritos. Me opuse a la estupidez infame y a la brutalidad, pero siempre estuve en minoría […] Yo no defendía mis ideales ni fe alguna; me defendía a mí mismo."
Desesperadamente enamorado y esperando carta de su amada, el artista italiano Umberto Boccioni murió tras caerse de un caballo. Poco antes había escrito:
“De esta existencia saldré con una especie de desprecio por todo lo que no sea arte. No hay nada más terrible que el arte. Todo lo que veo no es más que un juego al lado de una pincelada bien dada, de un verso o de un acorde musical justos. […] Solo existe el arte, con su aliento incognoscible y sus abismos inescrutables.”
La guerra puede llegar a convertirse en un espantoso hábito que algunos, como Paul Klee, soportan con sarcasmo. Así, anota en su diario el 6 de abril de 1916:
“Hoy aprendimos una cosa horrible: “Canto a la bandera”, bueno para cabaret.
Estoy viviendo entre monos; me doy cuenta al ver cómo todos toman en serio esta basura”.
Una guerra tan prolongada, llega a convertirse en algo común en la vida de quienes la sufren tanto en el frente como en la retaguardia. Desde París, Juan Gris, aterrado por ser extranjero y haber trabajado para un alemán como Kahnweiler, es capaz de preguntar con toda normalidad a su amigo Maurice Raynal el 24 de marzo de 1917: "¿Estás mejor ahora, o todavía os están bombardeando?".
Oskar Schlemmer, que temía sobre todas las cosas acabar mutilado de la mano derecha, o perder la vista, manifiesta un acre escepticismo al final del conflicto:
“¿Dónde radica el beneficio de la guerra? ¿En la sangre y en la muerte y en el resurgir de la ceniza? ¿Por qué no se levantó la voz de la civilización en el momento de estallar la guerra, para impedirla? ¿Por qué Inglaterra y América, los neutrales de antaño, no interpusieron su veto enérgico para evitar la guerra? ¡Los habrían escuchado! Cuando se trata de salvaguardar la civilización y la humanidad hay que actuar con sus propios medios y no con los medios que la enfrentan, como son la guerra, la violencia, los cañones”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.