John Eliot Gardiner: “Detesto el Brexit como músico y granjero”
El director de orquesta británico, de gira por España con sus grupos, prepara un nuevo libro sobre Monteverdi
A John Eliot Gardiner, el Brexit le ha cambiado la vida. Se la ha hecho más difícil: “Lo detesto, como músico y como granjero”, asegura en San Sebastián el director de orquesta, que abrió el lunes pasado el Festival Internacional de Santander y el martes la Quincena Musical Donostiarra con el Coro Monteverdi y la orquesta English Baroque Soloists. Los permisos y las esperas en Dover entre colas y papeleos se alargan y producen esa tensión del último sello en la frontera para el camión que transporta los instrumentos de sus músicos. Pero Gardiner, aparte de abordar como pocos a Bach, Beethoven o Monteverdi, también es granjero. Heredó el negocio familiar en Dorset (Reino Unido) y cría entre 200 cabezas de ganado y 900 ovejas para un cultivo orgánico y sostenible al que ese tajo continental asestado por, dice él, “el idiota de Boris Johnson, entre otros”, no ha servido más que para ir marcha atrás. “Es paradójico que nos quisieran vender un mensaje contra los burócratas de la Unión Europea y esta, tras el Brexit, se haya multiplicado. Fue una ficción, una mentira de la que ya sufrimos las consecuencias”.
Como unos cuantos desatinos más en el mundo. A Gardiner le asombra, por ejemplo, que en el siglo XXI se haya multiplicado el número de terraplanistas. Por eso, aparte de su trabajo como músico, quiere ofrecer pruebas científicas del progreso a través del nuevo libro que prepara. Con su enorme y multidisciplinar erudición ―es doctor en estudios árabes por la Universidad de Cambridge―, el trabajo que anda escribiendo aborda una serie de conexiones entre la ciencia, el arte, la literatura, la astronomía y la música de la época barroca y la historia moderna europea que explicarán muchas cosas. “Lo considero un deber moral en estos tiempos, cuando veo que damos marcha atrás en varios aspectos”.
Se titulará La constelación de Monteverdi y en España lo publicará Acantilado, como ya hizo con La música en el castillo del cielo (traducción de Luis Gago), su monumental y brillante obra sobre Bach. “He querido adentrarme en esa generación que a principios del siglo XVII confluyó en Europa con distintas disciplinas. La que une a Galileo, Rubens, Shakespeare, Caravaggio, Kepler o Monteverdi, entre otros, y que estableció conexiones al tiempo en todas las disciplinas que abordaban”.
Galileo en la astronomía y campos como la física, Rubens y Caravaggio en el arte, “con esa contundencia física sensual y sexual que plasmaban en sus figuras”, Shakespeare en su literatura urdida a base de andar muy al día de lo que se cocía en su tiempo y Monteverdi, creador de la ópera, como la base de la música que vendría después. Lo aborda otorgando protagonismo a la disciplina que Gardiner más domina, tras casi 60 años de carrera. “Al ser otro lenguaje, los estudios de ese cariz suelen apartarla como campo para entender el mundo que les rodea. Pero tiene el mismo peso y cuando analizas los contextos en conjunto descubres con ella muchas claves”.
En ese caso, en las dos primeras décadas del XVII, desde el descubrimiento de la Vía Láctea a diversas revoluciones literarias, estéticas y armónicas. Trabaja lento, lleva tres años en ello y no sabe cuándo terminará. Tiene la prisa justa que le otorgan sus lozanos 79 años, pero espera no tardar la década que le llevó el libro sobre Bach. En este, Gardiner desarmó varios tópicos. De su rebeldía a sus enigmas. De su sensibilidad a su conexión con la muerte. “Para él fue una asidua compañera de viaje. Quedó huérfano de niño, su mujer murió joven y varios de sus 20 hijos también. Por eso nos ofrece tanto consuelo. Cuando alguien sufre ese golpe y me piden consejo, les recomiendo varias de sus piezas”.
En ellas Gardiner identifica la fe, pero también sus crisis de creencia: “Que las tuvo. Y muchas, como se desprende de varios pasajes de su música”, afirma. Aun así, pese a no declararse excesivamente devoto, aunque tampoco ateo, el director asegura: “Creo en Dios cuando lo interpreto. Sobre todo comparto su fe, sus valores, su decencia, su compasión. También sus dudas, su tormento interior, me identifico con ese ser humano frágil y al borde del derrumbe que fue en ocasiones”.
No hay rastro de Bach, sin embargo, en el programa que ofrece estos días por España. Ha huido de lo trillado y elegido pasajes del oratorio Historia de Jephte, de Giacomo Carissimi, el Stabat Mater, de Domenico Scarlatti, o las Exequias musicales de Heinrich Schütz. El concierto es una clase magistral de música vocal, con un coro de 20 cantantes y no más de cinco instrumentistas. Todo sublime. La prueba de que con escasos elementos se pueden lograr resultados extraordinarios. La ecuación irresistible de una armonía matemática en vivo. “La primera, aunque es un oratorio, para mí representa una pieza de increíble teatralidad. En 22 minutos, el autor demuestra un pathos impresionante respecto al sacrificio. Está, para mi gusto, entre sus tres mejores obras”, asegura.
De la obra de Scarlatti, Gardiner afirma que fue compuesta con toda seguridad en Madrid o Lisboa. “El tema de los Stabat Mater, como sabe, trata poco más que de la Virgen llorando bajo la cruz, pero el autor le otorga una variedad cromática y unos contrastes que no son fáciles de conseguir para dicho género musical”. En cuanto a Schütz, lo considera el puente vital entre Claudio Monteverdi, Giovanni Gabrieli y Bach para el barroco. Una conexión norte-sur que dio origen a lo mejor de la música occidental. “En cuanto a contrapunto y bajo continuo, ha sido así. Además, esta música destila esa actitud luterana hacia la muerte, como inspiración, alegría, no como punto final, sino como punto seguido, una sensación que también transmite después Bach”.
El viaje a la trascendencia es algo que Gardiner ha abordado desde muchos aspectos en su vida. No sólo desde la música sacra cristiana, también desde el islam, como experto en la materia. Su aspiración ha sido expandir a través del arte la mentalidad que desde esa zona cero de la civilización, que es el Mediterráneo, nos lleva a otros mundos. “Somos demasiado eurocéntricos”, afirma. Sin que eso suponga renegar ni un ápice como británico de su rechazo al Brexit, puntualiza. “Pero hemos rechazado, por ejemplo, y ahora que lo estudio, multitud de aportaciones de astronomía que vienen del mundo musulmán y ponen en cuestión con validez probada después principios aristotélicos y de Ptolomeo en esos campos. No todo acaba en el Mediterráneo, sino que es un punto de partida que nos debe llevar de Europa a Asia y más allá”.
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