Isabel Rodríguez: “Es preferible callar que mentir”
La ministra portavoz nos confiesa su afición a montar en bici, sembrar en la huerta y refugiarse en Abenójar, su pueblo manchego de origen
Dice Isabel Rodríguez que en Abenójar, el pueblo de Ciudad Real donde nació hace 41 años, siembra y monta en bici. Pero lo tiene tanto en la cabeza, idealizado y presente, que, a veces, pareciera que donde se encuentra fuera de sitio es en su puesto de ministra portavoz del Gobierno y de Política Territorial. Pero tampoco. Rodríguez es política de raza. Fue senadora con 22 años en la primera legislatura de Zapatero, alcaldesa de Puertollano y hoy la voz que tras los consejos de ministros habla en nombre de todo el Ejecutivo. Asegura que no ha mentido nunca: se le notaría.
Pregunta. Usted donde realmente se evade y le da a la bici es en Abenójar. ¿Cómo es su pueblo?
Respuesta. En el Abenójar que yo recuerdo de niña había pocos coches, las mujeres apenas trabajaban y los niños siempre estábamos en la calle porque no teníamos maquinitas, ni Clan TV: éramos mucho más felices, creo. Íbamos al único colegio público que había y para mí ha sido un centro de excelencia.
P. Hasta pueden decir que de sus aulas han salido ministras. ¿Qué nombre tiene?
R. El de la patrona del pueblo: Virgen de la Encarnación. Me marcó a mí y a toda mi generación. Nos formaron una cuadrilla de profesores jóvenes muy creyentes de la educación pública.
P. Creí que iba a decir muy creyentes en la virgen.
R. No, de lo suyo. De la educación.
P. ¿Es incompatible creer en la educación pública y en la Virgen de la Encarnación?
R. No, la fe en la virgen del pueblo, seas o no creyente, se practica también.
P. Vale.
R. Hemos tenido oportunidades gracias a estos maestros. No solo nos formaban en las mates, las ciencias o la lengua, también en nuestras aficiones, como personas. Practicábamos de todo sin saber apenas nada de verdad: deporte, informática, cámaras de vídeo…
P. ¿Y sus padres?
R. Vengo de una familia muy humilde. Mi madre ayudaba en el bar de la familia y mi padre, en el campo: Isabel y José Manuel, se llaman. Él viene de estirpe de pastores y se casaron muy jóvenes. Mi abuelo materno, Silvino, montó el primer bar.
P. ¿Con él era con quien veía el parte?
R. Sí, el telediario, eso era sagrado. Fue muy autodidacta, aprendió a leer y a escribir y le gustaba estar informado. Veíamos lo que él llamaba “el parte” e Informe semanal. Ya murió.
Desde el colegio fui activa y reivindicativa. Cogía el micrófono para las fiestas. Quería cambiar las cosas y acudí a la casa del pueblo, que es una de las fortalezas de mi partido
P. ¿Qué hubiera dicho él si la hubiese visto tantas veces salir a usted en el parte?
R. Ya, lo pienso muchas veces. De hecho, le recordé en mi toma de posesión como ministra. Yo era la mayor de tres hermanas. Ejercí mucho de madre y me escapaba a casa de mis abuelos para tener algún privilegio.
P. ¿Cuáles?
R. Pues bollycaos o yogures de chocolate, la Nocilla, también.
P. Chocolate a tope y bollería industrial: tenga cuidado.
R. En aquella época lo quemábamos todo: a la comba, a la goma, en la calle.
P. ¿Y la tierra?
R. Yo siembro, mi padre lo recoge. Tomates, calabacines, lechugas, fresas, sandías… A mí el pueblo me sirve para no perder el norte, allí sigo siendo la misma y tengo los mismos amigos. Hay muchos que defienden el medio rural, pero se disfrazan de eso y se les nota.
P. ¿O sea que fuera de sitio usted se encuentra en Madrid? Ese lugar, como definía Cela, entre Navalcarnero y Kansas City poblado por subsecretarios.
R. Tampoco. Tiene su punto de poblachón manchego y me gusta.
P. Será porque llegó muy joven. Con 22 años ya era senadora. ¿A quién se le ocurre?
R. Yo tampoco lo pedí.
P. Ya, ninguno de ustedes, los políticos, dice quererlo.
R. Es que desde el colegio fui activa y reivindicativa. Cogía el micrófono para las fiestas. Quería cambiar las cosas y acudí a la casa del pueblo, que es una de las fortalezas de mi partido. En cada sitio hay una, como las parroquias. En Castilla La Mancha siempre hemos tenido parlamentarios muy jóvenes. Yo trabajaba en el bar de la familia cuando me llamaron.
P. Y hasta hoy.
R. Bueno, antes salí de ahí, no acabé la legislatura. Terminé la carrera y me vine a mi región a dirigir las políticas de juventud. Me colegié como abogada, pero volví a las andadas como diputada del Congreso.
P. ¿Desde cuándo supo que era socialista?
R. Lo supe sin saberlo desde muy joven. Pero luego he pensado que me marcó el hecho de tener oportunidades que mis padres y abuelos no tuvieron gracias a que hubo gobiernos que lo hicieron posible. Políticas de becas para que pudiera estudiar, por ejemplo. Un Estado que me respaldaba. Tuve algunas limitaciones, pero me fui dando cuenta de que ciertas políticas cambian la vida de la gente. Eso es lo que me sigue motivando.
Ciertas políticas cambian la vida de la gente. Eso es lo que me sigue motivando.
P. ¿O sea que usted no entró a la política por rebeldía sino por agradecimiento?
R. Por las dos razones. Por cambiar la vida de mi pueblo cuando veía algo injusto, también. Y ahora de la gente, representando a esa mayoría que, al margen de poderes económicos y empresariales, los que cuentan con partidos que les defiendan, ese 95% de la población en los que no se fijan las becas que últimamente ha anunciado Isabel Díaz Ayuso para rentas de más de 100.000 euros.
P. Cuándo monta en bici, ¿en qué piensa? ¿En lo que va a decir tras el Consejo de ministros?
R. No quiero pensar en nada, antes hacía más kilómetros. Ahora lo hago con mis hijos y lo que nos planteamos es dónde vamos a comprar las chuches o si nos acercamos a la huerta del yayo. Tienen nueve y cuatro años.
P. ¿Qué equilibrio encuentra sobre dos ruedas?
R. El apego a mi tierra y a los paisajes. El movimiento del cuerpo hace que el cerebro pare. Nunca voy sola. El contacto con la naturaleza, encontrarte con las encinas y las alpacas de heno ahora en verano, el recuerdo de la infancia.
P. ¿Conserva su primera bicicleta?
R. No. La bicicleta en mi casa no fue una prioridad. Heredé la de mi primo Pepito y luego la de las hijas del médico, que se llamaban Ana y Cristina. Se la pedía prestada y me la dejaron hasta que un año llegó una por reyes. Era amarilla y no de marca.
P. Y aparte de la bici, la siembra y el campo, ¿con qué se evade?
R. Me gusta mucho cocinar. En la cuchara a veces llego al nivel de mi suegra: lentejas, cocido, garbanzos. En el pisto, no. Mi madre en eso es insuperable.
P. ¿Posa mucho los titulares que nos quiere trasladar? ¿Los clava o la prensa sale por peteneras?
R. Tengo un buen equipo que me ayuda a verlas venir.
P. ¿Somos predecibles los periodistas?
R. Unos más que otros. A veces no interesa tanto el fondo de los asuntos como la anécdota o la reacción a alguna declaración de otras fuerzas.
P. ¿Cómo ató en corto hace semanas a Irene Montero para que no saltaran chispas con lo de Melilla?
R. No la até.
P. Un poco. ¿Mete a los de Podemos en un cuarto y les alecciona previamente?
R. Cuando salimos ahí y nos sentamos en esa mesa tras los consejos nos dirigimos a los españoles que nos votan y a los que no, entonamos una sola voz respecto a los acuerdos que adoptamos. Para disentir hay otros foros.
P. Pero en aquella ocasión, no se atrevió ni a disentir después. Algo debió decirle.
R. Nada, de verdad, nos llevamos muy bien. Somos dos feministas y practicamos la sororidad.
Irene Montero y yo nos llevamos muy bien. Somos dos feministas y practicamos la sororidad
P. Usted que entró después de que Pedro Sánchez destruyera el sanchismo y se cargara a sus fieles en el Gobierno, ¿qué le dijo el presidente para convencerla?
R. Cuando te llama el presidente del Gobierno y te propone ser ministro no puedes decir que no. Yo trato de responder cada día con mi trabajo.
P. Es guapo, eh.
R. Guapo, inteligente, habrá gente que hasta le moleste eso y además que sea trabajador, incansable y que tenga esa fortaleza y altura de miras.
P. Bueno, bueno, no se lance.
R. Es verdad. Está en todo lo que tenemos entre manos cada departamento. Yo no entiendo aún su secreto, quizás el deporte le mantenga así, con ese equilibrio.
P. ¿Ha recibido alguna vez clases de comunicación?
R. Sí, pero no me gustan mucho. Siempre se aprende, pero la clave es la naturalidad. La comunicación se transpira. No solo lo que verbalices, sino lo que dices y lo que sientes.
P. Eso si se trata de uno, pero cuando se representa al Gobierno, imagino que la cosa cambia, no vale solo con la naturalidad.
R. Claro. En el Gobierno tienes la responsabilidad de gestionar expectativas y también estados de ánimo. En cuestiones diplomáticas, una palabra equivocada puede ser un arma de guerra.
P. ¿Qué pesa más? ¿Lo que uno debe decir o lo que se ve obligado a callar?
R. Más difícil lo que uno no dice. Pero es preferible callar a mentir. Yo no he mentido nunca.
P. ¿Cómo se hace para que no se escape una mentira?
R. Yo no sé. Me pongo roja. Se me nota en la cabeza.
P. Luego queda lo de tener que callar y que la gente vea que se está mordiendo uno la lengua.
R. En algún momento, hasta con mascarilla, una colega me notó que me callaba algo porque subí una ceja. Pero viene bien un punto de inconsciencia. No hay que pensar tanto en ello.
P. ¿Choca mucho su voz con la del Gobierno?
R. Puede chocar con la de algún ministro. Pero yo no hablo por mí, repito. Hablo en nombre del Gobierno. Hay temas con los que me identifico mucho: los que tienen que ver con la educación, con asuntos sociales…
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