Beyoncé tritura cuarenta años de música de baile en ‘Renaissance’, su nuevo disco
La diva de Houston rinde homenaje al ‘house’, la música disco o el ‘afrobeat’. El álbum, el primero de una serie de tres que tiene ya grabados, se escucha como una sesión en un club
Han pasado seis años desde que Beyoncé lanzara Lemonade, un álbum que se acercaba a la perfección en casi todo lo que tiene que ver con un disco. Y hasta en lo que no. En este tiempo, la de Houston ha lanzado otro álbum junto a su marido, Jay Z, la banda sonora de una nueva versión de El Rey León, centrada en el africanismo, y un largo en directo, Homecoming, que sirvió como recordatorio más que de lo magníficos que son los directos de la ex Destiny’s Child, como mensaje para enfatizar su carácter perfeccionista y emprendedor, su ética de trabajo, el personaje que desea proyectar y lo bien engrasada que tiene la máquina que se encarga de hacerlo. Pero, aunque parezca a veces difícil de creer, en el mundo pasan algunas cosas que no tiene que ver con Beyoncé. Y una de las más relevantes ha sido una pandemia, que, claro, la diva aprovechó para encontrarse a sí misma, modular su voz y trabajar a destajo sin las distracciones que se le suponen a la figura musical más relevante de este siglo. En ese periodo de estajanovismo, la autora de Crazy In Love ha creado tres discos que se van a presentar como tres actos. Este Renaissance es el primero, y no se sabe si por coincidencia o por las cosas del tardocapitalismo, coincide en su celebración de la música de baile con otras dos referencias lanzadas estos últimos meses por Drake y Charli XCX.
Renaissance juega una baza inherente a todos las grandes divas de la música: hacer cosas que ya se han hecho, pero que ella aún no ha hecho. Casi todo lo que hay en estos 16 cortes viene del pasado, pero aspira a sonar nuevo porque en aquel pasado no había Beyoncé, o al menos, Beyoncé no había reparado en todo esto. Suena a premisa armada de soberbia, pero es lo que es, y como Beyoncé también es lo que es, el resultado es más que satisfactorio, algo que, la verdad, no podía preverse tras escuchar Break My Soul, el sencillo de adelanto de este largo, un ejercicio de house noventero con diva que adolecía de falta de potasio. Afortunadamente, ese corte es de los pocos momentos de flojera que contiene el álbum, que funciona casi como una sesión de dj, sin apenas silencio entre temas y con unas transiciones que hacen que, a pesar de la diversidad estilística, la sensación sea de que se está ante un todo en el que se ha metido casi todo.
Por el disco desfilan desde Grace Jones (Move) hasta Nile Rodgers (Cuff It), pasando por AG Cook (All Up In Your Mind) o Beam (Energy). Hay guiños, préstamos, homenajes o revisiones de casi todo lo que se haya en algún momento de los últimos 40 años meneado sobre una pista de baile. Kelis, Right Said Fred, James Brown, Donna Summer, Skrillex... casi todos los que se viene a la mente si se repasa el universo del clubbing desde que se hacía en sótanos poco ventilados hasta que llegó a Las Vegas. Más allá de la redundancia de volver una vez más sobre los pasos del I Feel Love de Donna Summer, o de testar la capacidad del oyente para la ironía posmoderna introduciendo el fraseo del I’m Too Sexy de Right Said Fred —sucede esto en Alien Superstar, un corte que hasta ese momento parecía invencible—, lo cierto es que maravillas como Cozy, Energy, Thique o Pure/Honey cargan sobre sus hombros el peso del disco, que es mucho. La diva no solo ha decidido revisar la música de baile —enfatizando sus orígenes negros y el papel de la comunidad LGTBI en su desarrollo—, sino que ha apostado por darle más presencia a Beyoncé la rapera, que en más de un corte aparece para rescatar de la posible caída en el pastiche con tanta recreación, tanto homenaje y tanta ensalada de referencias. En Renaissance sucede de todo y casi todo está bien. Para unos será el recuerdo de cómo era el mundo antes de Beyoncé. Para otros, el descubrimiento de que hubo un mundo antes de Beyoncé.
Babelia
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