Eugenio Scalfari, un europeísta del nuevo renacimiento
Era un europeísta genuino, un liberal y demócrata a machamartillo y un progresista soñador del futuro. Todo un maestro, para las nuevas generaciones de periodistas
Gente que dice a la gente lo que le pasa a la gente. Esa definición de nuestro oficio que en su día hizo Eugenio Scalfari me parece la más objetiva de cuantas he oído. También dijo a un grupo de alumnos españoles que es un oficio cruel, y bien podría yo testificar al respecto, aunque mi amigo Gabriel García Márquez, siempre optimista, insistiera en que es “el mejor oficio del mundo”. En cualquier caso yo no he tenido otro.
Conocí a Eugenio en la primavera de 1976, poco después de la fundación de La Repubblica y poco antes de que saliera a la luz EL PAÍS. En una breve gira por Europa hice una parada en Roma, para aprender de la experiencia del que pronto se convertiría en el primer periódico italiano; también visité Le Monde, tótem de la prensa europea para los españoles que anhelaban la democracia, y el Sunday Times, entonces dirigido por Harold Evans. Pero mi entrevista con Scalfari y gentes de su equipo me ayudó como ninguna otra a establecer algunas de las bases perdurables que dieron fundamento y estabilidad al periódico que nosotros nos disponíamos lanzar.
Posteriormente, coincidimos en algunos eventos, pero pasarían todavía más de diez años antes de que comenzáramos a soñar con la posibilidad de crear un órgano dedicado a formar una opinión pública genuinamente europea, al margen de los tics nacionalistas de los diversos Estados del entonces Mercado Común. Helmut Schmidt, el canciller socialista alemán, lo había intentado cuando dejó la política activa y asumió el puesto de editor del semanario Die Zeit. Robert Maxwell quiso convertir el semanario The European en un diario con ese mismo intento, pero lo abandonó tras padecer las trifulcas entre el equipo editorial británico y el francés. Fue entonces cuando en una cena en casa de Carlo Caracciolo hablamos de la posibilidad de abordar el proyecto por nuestra parte. No puede haber una Europa Unida sin una opinión pública europea, pensábamos. Hablamos con el fundador del The Independent, Andreas Whittam Smith, y con Jean Daniel, entonces al frente de Le Nouvel Observateur, después de fracasar en nuestras gestiones con Le Monde, donde más o menos nos dijeron que para qué fundar un diario europeo cuando ya existía uno; el suyo.
Hicimos maquetas, estudios de mercado, buscamos inversores, contratamos profesionales, pero la singularidad francesa parecía una barrera infranqueable para los europeos del sur. Hasta que un día nuestro socio británico sugirió que el dinero que italianos y españoles estábamos dispuestos a empeñar en París lo podíamos trasladar a Londres y a su periódico. Así lo hicimos y durante años trabajamos en Fleet Street, aunque en seguida comprendimos de nuevo que en la cuna del periodismo anglosajón nuestro dinero era válido, pero nuestras ideas no tanto.
En Portugal estuvimos en Publico de Oporto, y no pasaron muchos años antes de que el empeño tuviera idéntico final. Pero de pronto se nos ofreció la oportunidad de regresar a París, esta vez no para competir con Le Monde, sino para construir un grupo europeo en torno a tan mítica cabecera. André Rousselet, fundador y presidente de Canal Plus nos invitó a Caracciolo, Scalfari y a mí a su casa de Saint-Tropez para diseñar el acuerdo. Nunca llegamos a él. El chauvinismo galo soportaba igual de mal que la arrogancia británica el hecho de que los europeos del sur pretendiéramos mayor protagonismo que el que ellos permitieran. Aquello nos convenció de que el periodismo moderno, tal como lo habíamos conocido, debía al nacionalismo tanto como este a los diarios que lo apadrinaron.
De todo aquello quedó una relación estrecha entre españoles e italianos, una amistad real y el hecho, inolvidable para mí, de que Eugenio Scalfari presentara en público la edición italiana de mi primera novela. También la convicción de que él era un europeísta genuino, un liberal y demócrata a machamartillo y un progresista soñador del futuro. Todo un maestro, sobre todo para las nuevas generaciones de periodistas que han de enfrentar ahora un ecosistema informativo infinitamente más complejo y difícil que el de nuestras generaciones.
Ya en la distancia, en los últimos años, asistí a la polémica desatada por una de sus conversaciones con el papa Francisco en las que hacía decir al pontífice que el infierno no existe. Disfruté al saber que su entendimiento de la entrevista como género periodístico era idéntico al mío: la reconstrucción de una conversación, siempre enviada al entrevistado previamente, como él hizo, la traslación literaria de un diálogo, aunque no literal. Mark Twain o Charles Dickens no pudieron valerse de una grabadora para ejercer su oficio, y gracias a eso legaron al mundo una genuina visión de la verdad. Creo que el propio Francisco, que siguió manteniendo una relación amistosa y conversacional con Scalfari debe pensar en cierta medida lo mismo.
En definitiva, la pérdida de Eugenio es sencillamente irreparable para este oficio tan cruel como él pensaba y tan espléndido como lo pudo disfrutar. Su nombre ya está inscrito en la historia de los grandes, junto a Indro Montanelli, Hubert Beuve-Méry, André Fontaine, Harold Evans, Jacobo Timmermans, Joseph Pulitzer y un buen puñado más de gentes que dedicaron su vida a contarle a las gentes lo que las gentes hacen. Descanse en paz el maestro, un hombre del nuevo Renacimiento que nos abandona en plena lucha contra el retorno de la bárbara Edad Media.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.