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Del confesionario al selfi: cómo el narcisismo nos convirtió en mercancía

El último libro del austríaco Valentin Groebner explora el exhibicionismo digital y prueba que el nacionalismo, el totalitarismo y la popularidad de los relatos conspirativos son manifestaciones del narcisismo dominante de nuestra época

Tokio
Visitantes protegidos con mascarillas se toman selfis en un centro comercial del distrito de Asakusa, en Tokio (Japón).Eugene Hoshiko (AP)
Patricio Pron

No podemos saber en qué estaban pensando las ya más de 379 personas que, de acuerdo con un estudio de la Fundación iO, han muerto desde 2008 tratando de hacerse un selfi, pero es evidente que, como sostiene el historiador austríaco Valentin Groebner en su último libro, “en el siglo XXI, hablar de uno mismo en público no solo es un signo de apertura, sino que es indispensable para el éxito privado y profesional”. La necesidad de hacerlo —nos recordaron recientemente los líderes de la OTAN en su visita al Museo del Prado— no es ajena ni siquiera a quienes detentan el poder; y sin embargo, como suele suceder, el precio que estos pagan por la puesta en escena de sí mismos no es el mismo que asumen otros: según el mismo estudio, el Taj Mahal y las cataratas del Niágara están entre los sitios más peligrosos del mundo para hacerse una autofoto, la edad media de las víctimas de selfi es 24 años, los hombres —58%— son más proclives a morir fotografiándose que las mujeres, las causas de muerte más frecuentes son las caídas, los accidentes en medios de transporte y el ahogamiento.

Los Premios Darwin, creados por un puñado de bromistas en 1994 para celebrar a “aquellos que mejoran nuestro acervo genético eliminándose de él de la forma más espectacular posible”, distinguieron por primera vez en 2014 a dos personas muertas por hacerse un selfi: el elefante salvaje al que se acercaron en Kenia para fotografiarse tocándole el rostro los pisoteó hasta que murieron.

Groebner nos recuerda en Bin ich das? Eine kurze Geschichte der Selbstauskunft (¿Eso soy yo? Una breve historia de cómo proporcionamos información sobre nosotros mismos), sin traducción al español todavía, que en 1215 el cuarto Concilio de Letrán estableció que todo cristiano estaba obligado a confesarse con un sacerdote una vez al año y a comunicarle todas sus transgresiones y pecados. Pese a ello, los confesionarios solo comenzaron a verse en las iglesias aproximadamente tres siglos más tarde; para entonces, la práctica de la confesión —que en el marco de la política revolucionaria se convertiría en “autocrítica”, a la que Rosa Luxemburgo llamó “el aire y la luz de la vida del movimiento proletario”— ya se había extendido y Michel de Montaigne había normalizado la práctica de hablar literariamente de uno mismo en sus Ensayos. A ese libro y a la escritura de diarios íntimos, especialmente popular entre los protestantes —que escribían para Dios, pero no para sus familiares, como demuestran los diarios de Samuel Pepys y Georg Christoph Lichtenberg, en los que los nombres de las prostitutas y las amantes, las comilonas y las visitas al teatro, todos pecados, aparecen en clave—, les debemos la literatura autobiográfica de los últimos tres siglos, pero también —como sostiene el sociólogo alemán Andreas Reckwitz— la idea de que la vida personal no solo debe ser vivida, sino también representada para los demás.

En un momento en que los puestos de trabajo permanentes se han vuelto inalcanzables, hacer pública la intimidad de manera viral parece ser la única protección contra la inseguridad
Valentin Groebner, historiador

Se trata de una idea central para la sensibilidad romántica, para la figura del dandi —de la que Julian Barnes escribió espléndidamente en El hombre de la bata roja—, la de la estrella de rock, el playboy, la groupie y el punk —hay libro de Luis de León Barga sobre el tema publicado el año pasado, Narcisistas contemporáneos—, el bloguero y el usuario de plataformas como Twitter, Instagram y Facebook; según la empresa de monitoreo digital Kepios, para abril de este año el 58,7% de los habitantes del planeta ya utilizaba alguna red social. “En mi cuenta de usuario puedo ser por fin yo mismo... siempre que acepte ciertas reglas y condiciones de uso, obviamente”, escribe Groebner con ironía. Para mediados de 2023 se estima que los usuarios de esas redes ya serán dos tercios de la población mundial. “El atractivo de las redes sociales es que son muy poco satisfactorias”, sostiene Groebner; en palabras de la ensayista estadounidense Jia Tolentino, “como nunca sabemos si nuestros clics y búsquedas serán recompensados, seguimos haciéndolos sin parar, como ratas indefensas en un experimento de laboratorio”.

De acuerdo con una estimación de 2018 citada por el historiador austríaco, el 50% de los contenidos de redes sociales asociados con la palabra “yo” son publicidad encubierta: la autoficción, el exhibicionismo —por ejemplo, de los tatuajes, que Groebner llama, quizás injustamente, “anuncios publicitarios de nuestra aparente singularidad”—, la exposición pública de una intimidad supuestamente verdadera —pero construida con dispositivos y herramientas digitales, filtros, animaciones y tutoriales para optimizar la “marca personal”—, el negocio de la influencia, el sentimentalismo kitsch, las guerras culturales ocasionadas por la adopción acrítica de la idea de que “hablamos desde nuestra diferencia” y en nombre de nuestra identidad —un concepto que Groebner considera inadecuado como herramienta de análisis—, los contenidos sobre experiencias vitales del tipo del nacimiento de un hijo y el creciente victimismo ­—para el autor, “promoción en una forma especialmente optimizada”, ya que “permite combinar la demanda de atención a los sentimientos propios con invocaciones a la primera persona del plural”— serían, en ese sentido, la expresión de una renuncia radical y quizás definitiva a la idea de que las personas somos algo más que productos en venta.

“La promoción del yo y la autonomía del sujeto están en un complicado equilibrio recíproco. ¿Es más autónoma la persona que comunica su singularidad de forma más eficaz que las demás? ¿O depende del público para el que se escenifica esta autorrepresentación siempre lista para una respuesta rápida, medida y amable? Quienes participan en esta competencia por la atención deben publicar, participar, bloguear, tuitear, escribir. En un momento en que los puestos de trabajo permanentes se han vuelto inalcanzables, hacer pública la intimidad de manera viral parece ser la única protección contra la inseguridad”, afirma Groebner. “En el siglo XXI, decir, escribir y enviar la palabra “yo” es también dar cuenta del miedo a quedarse solo con uno mismo”.

En el siglo XXI, decir, escribir y enviar la palabra “yo” es también dar cuenta del miedo a quedarse solo con uno mismo
Valentin Groebner, historiador

Pero el libro de Groebner no se limita a dar cuenta de las formas más visibles del exhibicionismo digital, sino que afirma —y prueba— que el nacionalismo, el totalitarismo político y la popularidad de los relatos conspirativos serían todos, también, manifestaciones de un narcisismo devenido de la sensibilidad dominante de nuestra época. Su “nosotros” sería “una comunidad establecida por el temor compartido, en la que el deseo de sentir miedo y de un aumento de las prohibiciones puede combinarse fácilmente con el de echarle la culpa a otros”, y “la patria”, el “miedo básico a la alienación en un mundo cada vez más acelerado”. De acuerdo con una encuesta realizada en Suiza poco antes de la publicación de este libro, el 51% de la población consideraba que su patria estaba “en peligro”, pero muy pocos sabían decir qué era exactamente lo que se encontraba en riesgo. En otra encuesta citada en el libro, pero esta vez realizada en Alemania, las respuestas a la pregunta de qué sería la patria fueron, en este orden, la infancia, la familia y “el pasado, los viejos tiempos”. Para Groebner, sin embargo, la respuesta es más simple: Heimat (patria) es una marca de cigarrillos suiza y una agencia publicitaria alemana con sede en Berlín, y Autobiography, la autobiografía, a la que tantos se aferran, un nuevo modelo de Land Rover que, según sus fabricantes, “puede llevarte a través de granjas con la practicidad de cualquier otro vehículo todoterreno, pero también a la exclusiva cena a la que has sido invitado con todo el carisma y el aplomo que esperas de un vehículo utilitario deportivo de lujo”.

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