‘Minions: El origen de Gru’, humor físico descacharrante con ritmo de música disco setentera
La quinta película de la franquicia es un divertimento sano y bullanguero que ejerce de título seminal para el personaje del supervillano
En el terreno de la animación, con enormes aportaciones en las dos últimas décadas relacionadas fundamentalmente con las excelencias del guion, la búsqueda de la emoción a través de relatos que toquen la fibra personal —ya sea la de los niños o la de los adultos—, del retrato de personajes y de la finura del trazo y de los fondos, los Minions se han convertido casi en una anomalía. Mientras otros productos buscaban la calidad por medio de la trascendencia y el arte, las dos películas protagonizadas por esos extraños seres amarillos con uno o dos ojos, y las secuencias comendadas por ellos en la saga de Gru, la que los vio nacer, lo hacen básicamente bajo el sello de la efervescencia, la frescura y la pura y dura tontería, aunque sin perder por ello de vista la calidad técnica y artística.
En tal sentido, con su ausencia de diálogos y sus guiones desparramados más que estructurados, tanto Los Minions (2015) como la secuela que hoy se estrena, Minions: El origen de Gru, apelan a un humor físico y descacharrante casi desterrado hoy en día de los cines y la televisión: el de los maestros del cine mudo, y el del cartoon americano, con personajes sin voz o con poquísimo diálogo, de Chuck Jones a Tom y Jerry.
Que los Minions hablen, pero no se les entienda más allá de la onomatopeya o alguna palabra suelta, tiene tanto que ver con su espíritu de bebés grandes que juegan entre sí para ver quién hace la mayor chorrada, como con la esencia del slapstick: la imagen, la exageración y la acción como representantes únicas de la risa.
Quinta película de la franquicia, que sin ser una de las más populares de los últimos años ha mantenido, sin embargo, un notable nivel medio, Minions: El origen de Gru es un divertimento sano y bullanguero que ejerce de título seminal para el personaje del supervillano, aquí un niño de 11 años cuya máxima ambición en la vida es convertirse en el ser más pérfido del planeta, y encargado de luchar por una joya contra otra retahíla de supervillanos, estos sí, adultos. Una joya que no es sino el clásico McGuffin que mueve a los personajes, y un grupo en el que destaca Wild Knuckles, al que pone voz Alan Arkin y que parece directamente inspirado en su tipología física por el cantante catalán Pau Riba.
Como en el spin off original de Los Minions, que también funcionaba como precuela de Gru, mi villano favorito, la banda sonora es fundamental, formada por una estupenda colección de canciones de los años setenta, época en la que se ambienta el nacimiento de la relación entre los seres amarillos y el desmitificador malvado. Eso sí, si en aquella dominaba lo lisérgico (The Doors, Jimmy Hendrix, The Kinks, The Who), en esta, algo más avanzada en la década —hacia 1975, pues los personajes acuden a una sesión de Tiburón—, despunta la música disco y el rythm & blues (Earth, Wind & Fire, Diana Ross...).
Creada una vez más por la factoría Illumination (propiedad de Universal), El origen de Gru es seguramente tan superficial como quiere y, por una vez, debe ser. Un jolgorio sin más ambición que el enganche con la risa a través de la confluencia de imagen y sonido, en gags que dan en la diana de la carcajada la mayoría de las veces. Más que suficiente.
Minions: El origen de Gru
Dirección: Kyle Balda, Brad Ableson, Jonathan del Val.
Género: comedia de animación. EE UU, 2022.
Duración: 90 minutos.
Estreno: 1 de julio.
Babelia
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