El misterio de los bajos de The Doors
Era un grupo estelar que actuaba sin bajo eléctrico, pero que cambiaba de bajista con cada nuevo disco
No era un deporte tan popular como el de determinar quién se merecía el título de “quinto beatle”, pero sí, en aquellos años se discutía también quién tomaría el puesto de bajista en The Doors. No faltaba quien argumentaba que el sonido de The Doors era único precisamente por la ausencia del bajo. En realidad, en los directos sí había una especie de bajo. Más exactamente, un pequeño teclado Fender Rhodes que espesaba el ritmo con notas graves; Ray Manzarek lo manejaba con la mano izquierda mientras la otra se dedicaba al órgano.
No resultaba tan extravagante como ahora podríamos pensar. Los primeros The Doors hicieron su aprendizaje tocando música ambiental en restaurantes y hoteles. En esos establecimientos resultaban habituales los tríos de más-o-menos jazz, armados exclusivamente con órgano, guitarra y batería. Sin embargo, The Doors añadió un bajista cuando comenzaron a grabar para Elektra Records.
Así que estos podrían ser los candidatos para “el quinto doors”. En el primer álbum, grabado en 1966, llamaron a Larry Knechtel, perteneciente a la élite de los músicos de estudio californianos, The Wrecking Crew. Pero solo durante las sesiones en Sunset Sound Recorders; The Doors era entonces un grupo oscuro que no podía aspirar a costearse los servicios de un mercenario de primera división (unos años después, Knechtel dio el salto y se integró en otra banda de Elektra, los muy comerciales Bread).
Dado que The Doors no destacaba por su sociabilidad, Elektra prefería tantear a bajistas que estaban en su misma compañía. La banda de Doug Lubahn, Clear Light, compartía productor con The Doors (Paul Rothchild), y Doug aceptó tocar en Strange Days (1967) y en canciones sueltas de los dos elepés siguientes. Lubahn se echó atrás al ver conciertos donde Jim Morrison se iba por los cerros de Úbeda y sus compañeros se agobiaban improvisando, tan preocupados por el público levantisco como por los delirios de su vocalista.
Otros aspirantes fueron Kerry Magness, el bajista de los históricos Kingsmen, que tocó en Waiting for the Sun (1968), y Harvey Brooks, la única persona que pudo presumir de participar en el Highway 61 Revisited dylaniano y en el tormentoso The Soft Parade (1969).
Cuando The Doors parecía estar en caída libre, ocurrió la resurrección de Morrison Hotel (1970). Sonido endurecido, estructuras de blues, viñetas callejeras. Más aún, el bajo estaba a cargo de Lonnie Mack, un guitarrista de culto (y cantante ocasional) que parecía muy alejado del ambiente bohemio y universitario de The Doors. Me picaba la curiosidad ante tal emparejamiento e hice lo habitual en estos casos: envié una carta al club de fans, que llevaba la secretaria de Jim, la bendita Kathy Lisciandro. En aquellos tiempos, imaginen, esos mensajes recibían respuesta: Lisciandro me explicó que Mack encajaba musicalmente en Morrison Hotel, pero que patinaba cuando intentaba “vender Biblias a sus nuevos colegas de The Doors”.
Así que Mack no prosperó como “quinto doors”. Le reemplazó Jerry Scheff a la hora de grabar L. A. Woman (1971), que además tenía buenísimas anécdotas sobre sus giras con Elvis. No llegó a plantearse la posibilidad de que Scheff se incorporara al directo: huyendo de la condena de Florida (seis meses de trabajos forzados), Jim Morrison voló hacia París, desde donde hizo una escapada hacia el sur de España. Ya saben el desenlace: nunca volvería a Estados Unidos.
Babelia
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