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universos paralelos
Columna
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El equipo de Demolición

‘The Wrecking Crew’ viene a recordar que la eficiencia era una virtud cardinal en la industria

Diego A. Manrique
En Gold Star Studios, en 1962.
En Gold Star Studios, en 1962.

El tiempo se acaba, cariño. El declive de la industria musical tal como la conocíamos está arrasando toda la infraestructura que sostenía el tinglado. Los grandes estudios de grabación, por ejemplo. Ni siquiera se podrá practicar la arqueología industrial sobre sus ruinas: espacios atractivos desde la perspectiva inmobiliaria, están siendo reconvertidos en pisos de lujo o (no me hagan chistes) residencias para la tercera edad.

Apremiados por la urgencia, se realizan documentales que retratan el modus operandi de los músicos anónimos que sudaban en aquellos recintos. En 2002, apareció Standing in the shadows of Motown, crónica agridulce de los Funk Brothers, artesanos del Sonido Detroit, abandonados cuando Motown se trasladó a California. En 2013, se estrenó Muscle Shoals, sobre los —perdón— palurdos blancos que, en aquel villorrio de Alabama facturaron toneladas del mejor soul de los sesenta bajo el nombre informal de The Swampers (derivado de lo que se llamó “rock pantanoso”).

Dave Grohl, de Nirvana y los Foo Fighters, ha usado su star power para rodar el documental Sound City (2013) y la serie ambulante Sonic highways (2014), aunque el foco está en las figuras que visitaron un determinado estudio. Hace poco, también apareció A 20 pasos de la fama, que estudiaba el caso especial de las coristas.

Y ahora llega el más esperado. No es una forma de hablar: aseguran que The Wrecking Crew tardó doce años en filmarse y otros cinco en conseguir el dinero para pagar los derechos del centenar de canciones incluidas. Resulta que el Equipo de Demolición —ocurrencia del baterista Hal Blaine— tocó en buena parte del pop dorado que se hizo en Los Ángeles durante los años sesenta y parte de los setenta, desde las wagnerianas producciones de Phil Spector a los almibarados discos de los Carpenters. Con esas grabaciones, los propietarios no hacen descuentos.

Y eso que había una motivación sentimental: el director del documental, Denny Tedesco, es hijo de uno de los demoledores, el guitarrista Tommy Tedesco, perteneciente al subgrupo de jazzmen —como Barney Kessel, Red Callender, Don Randi— que encontraron acomodo en los estudios. Otros venían de mecas musicales que se volvieron hostiles, como Nueva Orleans: Dr. John, Earl Palmer, Plas Johnson. Había chicos listos de Arkansas (Glenn Campbell), Arizona (Al Casey), Oklahoma (Leon Russell, Jim Keltner).

The Wrecking Crew viene a recordar que la eficiencia era una de las virtudes cardinales en la industria musical. Antes de que el rock impusiera el dogma de la autenticidad, utilizado para atacar la “falsedad” de The Monkees, no había nada vergonzoso en utilizar los servicios de estos músicos altamente cualificados, que tocaron en los primeros discos de The Byrds o que ayudaron a Brian Wilson a concretar las “sinfonías adolescentes” que hervían en su cabeza.

Entre las filmaciones de época, son asombrosas las que captan las sesiones de los Beach Boys, con el mofletudo Brian Wilson dando instrucciones a unos instrumentistas resabiados, que se hubieran partido de risa si a alguien se le hubiera ocurrido pontificar que allí se estaba haciendo arte. Pero sí era arte. O, por lo menos, una edad de oro del pop. Una feliz convergencia. Discográficas que cedían el timón a ambiciosos talentos juveniles (tanto Wilson como Spector eran veinteañeros), poseídos de visiones lo bastante ardientes para imponerse a los cotizados obreros especializados de los estudios. A su servicio tenían una tecnología elemental (grabadoras de cuatro pistas) que permitía trabajar con rapidez. Todo ello, en un clima cultural que toleraba las audacias, muy lejos del sistema fordista imperante en Detroit o el control férreo de los disqueros en Nueva York. Al fondo, un mercado masivo y global, ansioso de novedades.

Un delicado equilibrio que se fue quebrando en los años posteriores, según se multiplicaron las pistas y se endiosaron las jóvenes estrellas. En The Wrecking Crew todavía trabajaban bajo la ilusión de que el verano iba a ser eterno.

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