El cine quiere ser verde desde la alfombra roja a la basura de una sala
Mientras que los festivales luchan por minimizar la huella de carbono que provocan los desplazamientos, sobre todos los aéreos, los rodajes han avanzado en su lucha ecológica. Ahora les toca a las salas comerciales
La ecología no es una moda, sino una necesidad. Y aunque el cine, como el resto de las industrias, sufrió un retroceso durante el inicio de la pandemia en su apuesta por el cuidado del medio ambiente, todo el sector ha vuelto a la carga. Bien por razones filosóficas y por una conciencia batalladora ante el calentamiento global, bien porque al final el negocio es el negocio: han aumentado las ayudas en este campo y muchos fondos Next Generation (los otorgados por la UE para la recuperación económica tras la covid-19) están vinculados a un minucioso cuidado medioambiental. Ahora bien, las cuatro patas en las que se fundamenta el cine (festivales y ceremonias de premios, producción, distribución y exhibición) no han avanzado a la misma velocidad en la reducción de su impacto en la huella de carbono (el rastro de gases de efecto invernadero que dejan las actividades humanas). Y eso quedó muy claro durante el pasado festival de Cannes, donde el mensaje era evidente: el cine será verde, o no será.
No existe otro evento cinematográfico en el mundo que congregue a más gente como el certamen francés. Más de 40.000 acreditados entre participantes del mercado del cine, periodistas, artistas y todo el séquito que les acompaña. Tras la cancelación en 2020 y su celebración a medio gas en 2021, en esta edición, que retornó a sus fechas habituales de celebración en mayo, hubo 11.000 acreditados más que en la precedente. La organización, días antes de que arrancara esa 75ª edición, anunció por internet 12 medidas destinadas a minimizar su impacto medioambiental. Entre ellas, la desaparición del papel para todo tipo de folletos de prensa (en general, se redujo un 50% el uso de papel), que en la flota de vehículos oficiales hubiera hasta un 60% de coches híbridos o eléctricos, la desaparición de botellas de agua de plástico de un solo uso (a todos los acreditados se les regaló una botella rellenable, para sustituir a las más de 22.000 contabilizadas dentro del Palacio de Festivales en 2019), la apuesta por alimentos de la zona en el catering... En 2021 habían aumentado un 31% el reciclaje de su basura (alcanzaron el 95%). Y muchas de las acciones ecológicas iban de la mano de decisiones de ahorro económico: hasta antes de la pandemia se cambiaba tres veces al día la alfombra roja del Palacio. Ahora se mantiene la misma los 12 días del certamen (eliminando de un plumazo 1.200 kilos de basura) y posteriormente se recicla para empresas de manufacturas.
El primer festival que adoptó medidas a favor del medio ambiente fue Sundance. En 2010 la organización EMA (Environmental Media Association) asesoró a sus organizadores. Su consejera delegada, Debbie Levin, contaba en Cannes que en el lejano año 2000, cuando empezaron, ningún estudio de Hollywood se planteaba “políticas ecológicas”. Hoy todos cuentan con departamentos destinados a que sus producciones sean sostenibles. “Y los rodajes son fáciles. Mucho más complicado es un festival, donde hay personas con muy distintas necesidades procedentes de sitios muy distintos”, apuntaba en Francia en una mesa redonda. Así señalaba el punto débil de estos eventos: los viajes.
Según Eduardo Viéitez, consejero delegado de Creast, empresa que se dedica a la sostenibilidad en el cine, “el impacto de la movilidad supone entre el 75% y el 85% de la huella de carbono de los festivales”. La Organización Internacional de Aviación Civil (OACI) apunta que un jet privado tipo Gulfstream G550, con capacidad para 18 pasajeros, emite 40.823 kilos de CO2 de Los Ángeles a Niza (y aún queda el trayecto en limusina de Niza a Cannes). En ese mismo recorrido, un vuelo comercial emite el doble, 81.646 kilos, aunque, obviamente, con muchos más pasajeros. El avión es el transporte más contaminante con 285 gramos de CO2 por kilómetro y pasajero (con media de 88 viajeros). El coche emite 104 gramos (1,5 pasajeros por vehículo); la moto, 72, y el tren, 14 (156 pasajeros). “En Creast tenemos tablas similares para nuestra colaboración con el festival de cine de San Sebastián”, explica Viéitez, “y así determinamos la emisión de cada visitante al certamen según el medio de transporte usado”. En esa tabla queda claro que el coche eléctrico compartido es la mejor elección. “Es una industria que quiere ser verde y a la vez no desea renunciar a hoteles de lujo o los jets privados. No puede ser”, apunta Viéitez. “Ya hay compañías aéreas sostenibles, que exploran nuevos combustibles o compensan su huella de carbono. Desde luego, el tren debería ser el transporte elegido”.
Esta empresa también se encarga de los premios Goya, cuya última gala en Valencia redujo un 55% las emisiones de gases de efecto invernadero derivadas de la movilidad y un 40% las derivadas del catering. “En total se ha evitado emitir a la atmósfera más de 100 toneladas de gases de efecto invernadero. El siguiente paso será compensar la huella de carbono emitida para convertir la gala en un evento de emisiones neutras”, cuentan desde la Academia española de Cine. “El 90% de los asistentes utilizó el tren frente al avión o al transporte privado, y para reducir la movilidad se seleccionaron hoteles cercanos a Les Arts [donde se desarrolló la gala]”.
Un certamen de San Sebastián con emisiones neutras
Desde el festival de San Sebastián, Amaia Serrulla, ecomanager del certamen y responsable del departamento de Pensamiento y Debate, apunta que llevan un tiempo trabajando en mejoras ecológicas. “Una ventaja es que de nuestros asistentes, 178.000 espectadores y 4.300 acreditados, la mayor parte son de la ciudad. Estamos concienciados en hacer, por ejemplo, la transición energética. El año pasado medimos la huella con respecto a 2019, ya que la de 2020, por la covid, no nos parecía representativa. Y ese informe nos sirve de guía para más acciones”, explica Serrulla. “Durante los nueve días del festival, se generan 4.852 kilogramos de residuos (principalmente papel y cartón), de los cuales el 9% se reutiliza y el 76% se recicla. Este apartado es, junto con la movilidad, el mayor desafío ambiental a encarar, y pasa por la eliminación de productos de un único uso”. Serrulla añade que ahora trabajan también en reducir la huella del festival como entidad durante todo el año, y no solo la de los días del evento: “Vamos a compensarla invirtiendo 25.000 euros en bonos de carbono gestionados por la Diputación de Gipuzkoa, la alfombra roja seguirá siendo reciclada y reutilizada como bolsas, y plantearemos un plan a cinco años para alcanzar emisiones neutras”.
“La alfombra roja de San Sebastián seguirá siendo reciclada y reutilizada como bolsas”
En cambio, los rodajes televisivos, publicitarios y cinematográficos sí han avanzado a mejor ritmo en su alma ecológica. En el mercado de Cannes los productores estadounidenses alababan la Green Production Guide, una herramienta online creada para reducir el impacto medioambiental y la huella de carbono del cine, la televisión y las plataformas, desarrollada por el sindicato de Productores (PGA) a través de su comité ecológico, y la Alianza de Producción Sostenible, fundada por los estudios de Hollywood. “Es importante”, señala Viéitez, “que entendamos que lo digital también deja huella de carbono. No todo se soluciona con no imprimir o con realizar conexiones digitales”. Y uno de los estands más visitados en el mercado pertenecía a la empresa belga The Green Shoot, que buscaba soluciones ecológicas para absolutamente cualquier detalle de un rodaje. “En España el ICAA [el organismo del ministerio de Cultura encargado del cine] ha actuado rápido en adecuar sus normas para producciones y festivales, en comparación a otros países”, cuentan desde Creast.
Aún quedan la distribución y la exhibición. En España la distribución de la película francesa Arthur Rambo, de Laurent Cantet, a finales de abril por la compañía Golem ha sido pionera en aplicar una campaña de emisiones neutras con medición y compensación de la huella de carbono, en una estrategia desarrollada por Creast. Para ello se tuvo en cuenta la eficiencia energética de sus sedes o el uso de equipos electrónicos de bajo consumo. Se estima, a falta de la medición final, que se redujo un 51% la huella de carbono. En cuanto a las salas de cine, ahí aparece otro gran caballo de batalla, ya que no se ha cuantificado aún la huella de carbono que generan los locales y sus espectadores. Sin embargo, el proceso no es complicado porque se asemeja al de los festivales. Viéitez asegura: “Necesitamos que cada trabajador, cada integrante de esta industria interiorice medidas ecológicas aplicables individualmente. Solo así el cine será verde”.
Babelia
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