La industria verde necesita más marcha
La descarbonización exige reinventar el sector eléctrico, modernizar las fábricas para que sean más eficientes en toda su cadena de producción, una nueva regulación y cumplir con unos estrictos plazos de tiempo en la expansión de las energías renovables, pese a la inevitable vigencia de los combustibles fósiles
La persistencia de la memoria. Descarbonizar la economía es una urgencia. Hay que cambiar un sistema energético que lleva moviendo el planeta desde hace 150 años. Conviene separar las esperanzas de la realidad. Solo entre el 11% y el 13% de los accionistas de tres de los mayores bancos estadounidenses (Wells Fargo, Bank of America y Citi), revela Financial Times, han respaldado con su voto en las últimas juntas y encuentros políticas alineadas con el objetivo de conseguir emisiones netas cero en 2050. La disculpa para seguir apoyando las energías fósiles resulta sencilla: “Al final, es una decisión de los clientes”, defienden. Los bancos no van a sabotear su propio negocio.
Es aconsejable vivir en la realidad. La fantasía solo se la pueden permitir los artistas. “Estados Unidos, China y Europa están muy lejos de cumplir el Acuerdo Climático de París. Además, los grupos de presión del carbón, petróleo y gas son feroces opositores y existe una gran diferencia de precios de emisiones de CO2 entre naciones”, resume Xavier Chollet, gestor del fondo Pictet Clean Energy. Los problemas son muchos: el corto plazo, el egoísmo, la codicia. Bastantes defectos que han acompañado a la condición humana desde hace siglos. También, al igual que con la música, existe un problema de ritmo. Todos los sectores deben reducir sus emisiones. Pero no todas las industrias lograrán hacerlo al mismo tiempo. La agricultura, la aviación, el transporte marítimo o la producción de cemento seguirán, durante décadas, con elevadas emisiones. China y la India no conseguirán el “cero” antes, respectivamente, de 2060 y 2070. Y la guerra en Ucrania provoca situaciones tan sorprendentes como ver a Alemania buscando gas y petróleo en las aguas de sus mares. O lo que es peor, contrapesando la decisión de volver al carbón temporalmente.
Sin embargo, en las horas más inhóspitas, el ser humano ha buscado soluciones ya sean temporales o definitivas. Resulta impensable imaginar la descarbonización sin las energías renovables. “En España, con un gran recurso potencial de sol y viento, estos sistemas serán vitales, aunque no pueden ser la única fuente”, observa Mariano Marzo, catedrático emérito de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Barcelona y consejero externo independiente de Repsol. “Mucho menos mientras no tengamos una solución de almacenamiento de la electricidad producida por las renovables. Hay que ser realistas y seguir contando con el resto de las energías de soporte que nos proporcionan estabilidad en el sistema y seguridad en el suministro. Hablo no solo de las fósiles —como el gas—, que utilizaremos todavía durante bastantes años, sino, también, de la nuclear”, prevé.
Son nuevos laberintos. Ni el acero ni el cemento se pueden, aún, electrificar, y lo notan sus precios. Pero por la brecha se cuela el optimismo. “La situación geopolítica actual está acelerando todos los planes para reducir la dependencia del gas y el crudo mucho antes de lo inicialmente planificado”, aventura Julio Juan Prieto, responsable de Industria X de Accenture en España, Portugal e Israel. Tiempo y capital.
Las consultoras (pensemos en McKinsey), que publican informes titulados con cifras para astrónomos, estiman que alcanzar esas emisiones netas cero en 2050 en Estados Unidos podría movilizar 27 billones de dólares (25,5 billones de euros). ¿Cuándo faltan los grandes bancos? El deseo atraviesa sus páginas. En abril de este año y sin tener presente la guerra en Ucrania, publicó su informe (Global Energy Perspective, 2022) de perspectivas energéticas. Las renovables coparán el 30% de las inversiones los próximos 15 años, la demanda de hidrógeno crecerá cinco veces durante 2050, la de gas un 10% en la próxima década y el sol (43%) y el viento (26%) soportarán buena parte del consumo ese año lejano. ¿El petróleo? Debería alcanzar su máximo esta década y después perder presencia. “Vamos tarde y mal, pero la clave es avanzar. Puede que no lleguemos, pero jamás lo sabremos hasta el final. Necesitamos progresar y mejorar en la descarbonización, algo que no está ocurriendo globalmente”, advierte Ricardo Pedraz, consultor sénior de Analistas Financieros Internacionales (AFI). Es necesario una caída del 7% anual en las emisiones para cumplir con los compromisos climáticos y ese porcentaje nunca se logró: ni con el parón de la pandemia. Las emisiones han bajado solo un 1% respecto a 2019.
Inversiones con objetivos
Pero hay que recurrir a las mejores cualidades del ser humano. El hombre lleva más de 400.000 generaciones sobre la Tierra y sería la primera vez que deja al mundo venidero una casa de agua y tierra peor que la que encontró. “Hace falta dirigir las inversiones a las ‘compañías de transición’. Empresas que son actualmente marrones [a medio camino de la descarbonización] pero disponen de la posibilidad, con tiempo, de transformarse en verdes”, relata Jeremy Lawson, economista jefe del Instituto de Investigación de la firma de inversión ABRDN en Edimburgo (Escocia).
El gas tiene, al menos durante unos años, el calificativo de verde. Y si continúan las tensiones geopolíticas, va a ser muy caro. El banco Goldman Sachs estima que, de proseguir esta Europa de trincheras, la factura puede dispararse un 150%. Una buena opción, destaca la entidad, es la estrategia de limitar los precios que han seguido Portugal y España. Su isla energética. Porque si quisiéramos llegar a ese escenario de emisiones cero en 2050, McKinsey calcula que harían falta unos 275 billones de dólares (260 billones de euros) de gasto acumulado en activos físicos durante las próximas tres décadas. Quizá no deberíamos conquistar los cielos, sino fijar metas más probables.
“Los objetivos de descarbonización están en la prioridad de nuestras agendas”, remarca Antonio Joyanes, director de Energy Parks de Cepsa. “Con el fin de impulsar el crecimiento sostenible estamos apostando por la economía circular, nuevas tecnologías, como el hidrógeno verde, la digitalización y los biocombustibles de segunda generación”. ¿Y en la industria 4.0? Tecnologías basadas, sostiene el ejecutivo, en la inteligencia artificial y analítica avanzada dirigidas a reducir el impacto ambiental. En Seat, reconoce Edgar Costa, su responsable de Sostenibilidad, trabajan en una estrategia de descarbonización impulsada por el vehículo eléctrico. ¿El objetivo? Reducir las emisiones de CO2 en más de un 50% hasta 2030 en comparación a 2018.
El “hombre tecnológico” del siglo XXI ha cometido muchos errores. Uno. Pensar que las energías renovables se pueden incorporar al ritmo que requieren los objetivos científicos. “Plantear una matriz de fuentes de energía a 10 o 20 años es un desiderátum simplemente, y, en especial, cuando no se tienen en cuenta las restricciones [como hemos visto] que impone la realidad económica, social y geopolítica”, relata José García Montalvo, catedrático de Economía de la Universidad Pompeu Fabra (UPF). Subir los precios de los derechos de emisión de carbono, por ejemplo, es un acierto. Pero si solo lo hace Europa, la productividad del continente se resiente frente a quienes no juegan con esas mismas reglas.
El desequilibrio en la transición ha provocado que Indonesia o la India vuelvan a quemar carbón en cantidades masivas. No es un juego de suma cero. Lo que se gana en unas atmósferas se pierde en otras. Y el tablero político deja a la reina al descubierto. “Cerrar las plantas nucleares en Alemania puso en Europa en manos de la energía rusa. Putin jamás se hubiera atrevido a atacar Ucrania sin tener al Viejo Continente capturado energéticamente”, advierte el economista. La energía es la vida y también su pérdida. Esta es la incontestable paradoja de un tiempo que necesita descarbonizarse, pero que calculó mal los tiempos, las fuerzas y los obstáculos.
Sin embargo, hay que avanzar. Aunque sea contra el viento de libeccio. Las grandes empresas mineras se han comprometido a reducir sus emisiones globales del 30% (según McKinsey son responsables, en concreto, del 28%) al 0% en 2030. Solo el gigante minero Rio Tinto piensa invertir 1.000 millones de dólares (9.500 millones de euros) en proyectos relacionados con el clima en el próximo quinquenio. Un aumento de la eficiencia energética, la electrificación y la utilización de energías renovables deberían suavizar esos aires.
“Los ambiciosos objetivos de descarbonización marcados por la Unión Europea son alcanzables”, indica Javier Fernández-Combarro, director general de Siemens Gamesa en España. “Pero en términos de energía eólica resulta importante aumentar el ritmo de instalaciones”. De nuevo, el tictac del reloj. Hay que instalar —si se quieren alcanzar los propósitos— 30 GW anuales de energía eólica al año y en 2021 apenas se implantaron 11 GW. “Resulta clave acelerar los procesos de concesión de permisos y la construcción de redes de conexión”, reclama el alto ejecutivo. Al fondo, algo bien conocido. El incremento de los precios de las materias primas y la cadena logística no facilita el girar de las aspas. A las renovables también le tienen que salir las cuentas.
Reinvención del negocio
¿Imposible? Borges escribió aquello de que “le tocó, como a todos los hombres, tiempos difíciles en los que vivir”. Esta transición digital exige reinventar todo el negocio de la electricidad, incluida la distribución, generación y su transmisión. Los sistemas pasarán de cerrados a abiertos. La industria debe reverdecer. En 2020, en Estados Unidos, las renovables ya ocupaban casi una cuarta parte de la electricidad consumida. Hay algo darwiniano en este discurrir. “Es un proceso evolutivo que tendrá éxito si la apuesta resulta global y se sustenta en las mejores tecnologías que permitan cubrir, en cada momento, las necesidades energéticas de forma segura, económicamente competitiva y medioambientalmente sostenible”, desgrana Carlos Solé, socio responsable de Energía y Recursos Naturales de KPMG en España.
La regulación será uno de los vértices que esbozarán la velocidad del cambio. Resulta innegociable ser pragmático con las medidas —concede el experto— y los horizontes de tiempo. Entre 2030 y 2050, la ruta hacia la descarbonización vivirá sus años más trascendentales. La captura, uso y almacenaje de carbono es un ejemplo de ese mundo en reinvención. Una nueva industria, una nueva esperanza. El valor total de este mercado en 2030 podría alcanzar los 55.000 millones de dólares (52.000 millones de euros) al año. Y retirar —acorde con la consultora Rystad Energy— 550 millones de toneladas de CO2 fuera de la atmósfera anualmente.
Nos ocurre, en términos energéticos, lo mismo que García Márquez, otro coloso de las letras latinoamericanas, escribió en la década de los sesenta: “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”. Ese es el reto. Nombrar tecnologías que casi no existen.
La empresa 4.0 al rescate de los mayores vehículos del planeta
Era 2020. Era el tiempo de la covid-19 y la noticia pasó inadvertida. Pero ese año zarpó el portacontenedores más grande jamás construido. Ever Ace. Su propietario es la firma taiwanesa Evergreen. Imaginen el Empire State Building girado en horizontal, flotando sobre el río Hudson, navegando a 25 millas por hora (unos 40 kilómetros por hora) y cargado con 23.992 contenedores. Esa es la escala. Para trasladar esta inmensidad hacen falta 95.000 caballos de potencia y funciona con uno de los combustibles más sucios que se conocen: el fuelóleo pesado. Es, textualmente, el fondo del barril de crudo. Un lodo denso que debe calentarse a 40 ºC con el fin de que sea lo suficientemente líquido y se pueda bombear a los “motores”. ¿Cómo descarbonizar estos buques colosales?
El transporte marítimo supone el 3% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Un porcentaje similar a la aviación. Se habla de biocombustibles. De utilizar restos de poda, aceites de fritura, plásticos. Todo un arsenal para mover barcos, camiones, coches o aviones. También existe un insistente relato del valor de la industria 4.0. Es la revolución de lo digital. “Aunque por ahora es un fenómeno que se vive sobre todo en las grandes empresas que tienen capacidad de inversión en nuevas tecnologías y mejoran su competitividad”, matiza Mariano Marzo, catedrático emérito de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Barcelona y consejero externo independiente de Repsol. Sin embargo, ahí están: como contenedores de futuro. La analítica de datos, la inteligencia artificial o la nube. ¿La estrategia? “Acelerar la digitalización de la fabricación de los productos, apostar por políticas de eficiencia energética, que combinen los aspectos de sostenibilidad y economía circular y lanzar programas de reskilling que permitan capacitar a los trabajadores actuales en las necesidades futuras”, condensa Julio Juan Prieto, responsable de Industria X de Accenture en España, Portugal e Israel. Hay que aligerar peso.
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