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Universos paralelos
Columna
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Ese país salvaje llamado España

Los libros del antropólogo Iñaki Domínguez ponen en solfa muchos tópicos de la Cultura de la Transición

Estreno de la película 'El pico 2', en 1984. De izquierda a derecha: Antonio Flores, José Luis Manzano, Eloy de la Iglesia, Valentín Paredes y El Pirri. / Foto cortesía de Valentín Paredes
Estreno de la película 'El pico 2', en 1984. De izquierda a derecha: Antonio Flores, José Luis Manzano, Eloy de la Iglesia, Valentín Paredes y El Pirri. / Foto cortesía de Valentín Paredes
Diego A. Manrique

Revisaba recientemente unas estadísticas sobre la criminalidad en la UE y descubro que España figura en la zona baja, entre los países más tranquilos de Europa­­. Una sensación grata­­… antes de que brotara la sospecha de que alguien había equivocado los datos, sin computar el número mínimo de denuncias resultado de la anemia de la policía ante los delitos menores y la morosidad de nuestra Justicia. También puede que sí, que el país se haya civilizado lentamente. Eso se deduce de la lectura de Macarras ibéricos (Akal), el nuevo libro del incansable Iñaki Domínguez. El anterior tomo de Domínguez, Macarras interseculares, retrataba parte del hampa y de las tribus urbanas de la capital, y convirtió al autor en una especie de celebridad mediática, estatus que le permitiría, uno esperaba, la ampliación de su campo de acción.

Y algo hay de eso, aunque se notan rémoras de poses añejas (hablo de obsesiones particulares, lo confieso). Te chocas con una andanada contra la Movida madrileña a cargo de (glup) Kiko Matamoros. Se explica el rodaje de la película Miedo a salir de noche como un encargo del PSOE —fina jugada ¿verdad?— para combatir la paranoia de inseguridad extendida por Alianza Popular ante la primera contienda electoral por la capital de España; deduce Domínguez que su éxito explicaría el posterior apoyo institucional a la Movida. Una lástima que fallen las fechas: Miedo a salir de noche se estrenó en 1980, cuando Tierno Galván ya llevaba casi un año como alcalde de Madrid. Y tardarían dos o tres años antes de que se materializara ese respaldo municipal.

Como antropólogo callejero, Domínguez tiene un envidiable arte para soltar la lengua de sus entrevistados. Y efectivamente, uno se siente privilegiado de asistir a una partida seria: el interrogado quiere alardear de sus hazañas pero debe callar las partes incómodas, propias o ajenas. Discreto, Iñaki no señala discrepancias llamativas o fechas nebulosas, detalles clave para dar solidez a las teorías conspiratorias —otro leitmotiv del libro— sobre la supuesta táctica estatal para introducir el jaco entre sectores juveniles potencialmente revolucionarios. Una excusa manida, utilizada desde los tiempos de los Black Panthers.

Portada del libro 'Macarras ibéricos', de Iñaki Domínguez.
Portada del libro 'Macarras ibéricos', de Iñaki Domínguez.

Buena parte del libro está consagrado al llamado cine quinqui, hecho en Madrid o en Barcelona, con intención crítica (Eloy de la Iglesia) o descaradamente comercial (José Antonio de la Loma), de ritmo vertiginoso y elaboración complicada: los protagonistas solían ser novatos y el trabajo se podía pagar en dinero y/o en drogas de calidad suficiente para evitar retrasos o deserciones entre el contingente de actores. Tampoco es que la gente del cine controlara mucho el tema. Se detalla la génesis de una película maldita, Percusión (1983), pensada inicialmente para Miguel Ríos y protagonizada al final por el inglés Kevin Ayers. Se insiste en que incluye un cameo de Lou Reed, haciendo de camello en unos billares madrileños; por variadas razones, eso resulta altamente dudoso.

¿Debe el autor depurar los textos como historiador? Cualquier acercamiento a estos negocios furtivos termina incorporando leyendas urbanas. Y aquí abunda lo inverosímil, aunque sean sucesos que en su día quedaron reflejados en la prensa. De los enfrentamientos tipo wéstern en la localidad almeriense de Albox a aquellos falangistas insumisos que se reciclaron en porteros implacables de discotecas bakaladeras. Las realidades destapadas por Iñaki Domínguez merecerían un mejor tratamiento editorial, con fotos y un mínimo índice. Aún a riesgo de que se rompan los esquemas de los recopiladores de estadísticas de la UE.

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