Oscar Tusquets: “Tengo un ego muy por debajo de ciertos colegas y muy por encima de la media”
El arquitecto, diseñador, pintor y escritor publica a sus 81 años ‘Sin figuración, poca diversión’, un ensayo donde revisita algunas de sus obras preferidas y critica el arte abstracto por su falta de profundidad y trascendencia
Estamos en el vestíbulo del hotel Suecia, el cinco estrellas del señorial barrio de Las Cortes de Madrid donde se hospeda el entrevistado, y donde un equipo tiene montado un aparatoso tinglado de luces y cámaras para filmar un documental sobre su vasta vida y obra. Tusquets, que viaja con su pareja, la fotógrafa y escritora Eva Blanch —autora de las imágenes de su último libro, Sin figuración, poca diversión—, aparece vestido como un pincel dispuesto al interrogatorio. Va a aprovechar su estancia madrileña a fondo. Esta tarde —mitad por trabajo, mitad por placer— se verá con su amigo el pintor Antonio López y mañana con su íntimo Mario Vargas Llosa. Lo cuenta como si tal cosa en medio de un estrépito de mil demonios causado por unas obras en la calle. Ni se inmuta. Su media sordera confesa y sus años visando las obras de sus edificios parecen haberle blindado el oído. Otra cosa es la retranca.
Escribió Vivir no es tan divertido, y envejecer, un coñazo hace tres años ¿Cómo han evolucionado desde entonces los acontecimientos?
Pues hemos pasado una pandemia, dije que saldríamos más pobres y más tontos, y así ha sido.
Me refería a ese “coñazo” de envejecer al que alude.
Soy consciente de ser un privilegiado. Estoy algo sordo, pero aparte de eso tengo una suerte tremenda. Cada mañana que despierto encontrándome bien me parece un milagro. Y, sí, envejecer es un coñazo, pero aún no me ha llegado del todo y aún me divierto muchísimo viviendo.
¿Qué es lo peor de hacerse viejo?
La fealdad. Por mucho que nos engañemos, la belleza está asociada a la juventud, desde los egipcios, y, en el fondo, lo sabemos. La Nefertiti nos fascina tanto a todos porque es joven y bella.
Estoy algo sordo, pero aparte de eso tengo una suerte tremenda. Cada mañana que despierto encontrándome bien me parece un milagro
¿Tan esclavo es de la belleza?
En el libro, como sabes, hay hasta diez razones por las que es jodido envejecer. Lo peor, claro, es perder a los amigos, y la salud, y las facultades físicas, pero me has pedido que te diga solo una cosa.
No tiene pelos en la lengua.
Un gran amigo, y gran maestro, Federico Correa, decía que yo tenía la lengua calva, y, a estas alturas, no voy a criar pelo.
A cambio, tiene pelazo arriba.
Eso es herencia de mi madre. Con ella tuve una relación intensa, más que un Edipo. Estaba evidentemente enamorado de ella.
Y eso que dicen que la obligación del hijo es matar al padre para avanzar.
Bueno, dice Houellebecq, que es un escritor que me gusta mucho, que los hijos a los padres no los pueden querer, porque son la autoridad, la prohibición, y lo encuentro brillantísimo. Los queremos cuando nos faltan. Y a mí me ha pasado algo así, en lo personal y lo profesional. Creo que la generación inmediatamente posterior a la mía me ha respetado mucho menos de lo que me respetan ahora. Tengo una relación con arquitectos jóvenes muy gratificante. Y creo que ellos, más que mis hijos, son mis nietos, para entendernos.
Sus padres eran ricos e ilustrados. Su hermana, Esther, editora. ¿Hasta qué punto influye la cuna en la proyección profesional?
Hombre, si hubiera nacido en otro entorno, no sé cómo hubiera salido. Yo era hijo de la burguesía catalana, fui al colegio alemán, que era fantástico, el primero mixto en Barcelona, donde íbamos católicos y protestantes. Vuelvo a decírtelo, soy muy consciente de haber tenido mucha suerte de nacer cómo y dónde nací.
Arquitecto, pintor, diseñador, escritor... Currar, ha currado lo suyo.
Creo que es evidente. No todo es el origen. Hay hermanos que uno es brillantísimo y otro no. Soy un artista disperso por mi incapacidad de especialización. Para mí el trabajo siempre ha sido un placer. Me aburré terriblemente la parte burocrática, eso sí. Y ha sido un privilegio también poder delegarla. Yo veo a los arquitectos municipales, o los del gas, que son arquitectos frustrados. No han podido tener una vida creativa de proyectista y, por lo tanto, nos odian a los que sí hemos podido. Esto es así siempre.
Ahí, ahí, haciendo amigos en el gremio.
Ya sé que hago enemigos diciendo estas cosas, pero es así.
Creo que fue usted ‘poliamoroso’ antes de que se inventara el término.
Es que Barcelona, en los sesenta y los setenta fue una locura absoluta. No creíamos en la propiedad privada; entonces, nadie era de nadie. Nos acostábamos todos con todos. Mis novias se acostaban con todos mis amigos, y yo con todas las novias de mis amigos, y viceversa. Creíamos que la pareja no tenía ningún sentido, que lo suyo era la comuna, no podíamos tener celos, y si los tenías eras un carca, y te los tragabas. Lo llevamos al extremo.
Nos acostábamos todos con todos. Mis novias se acostaban con todos mis amigos, y yo con todas las novias de mis amigos
¿A pesar de los sentimientos?
A pesar de ellos. Nos redimía que esa militancia era muy sincera, pero padecimos mucho. Ni me arrepiento ni me enorgullezco. Pasó así.
¿Con los años se hace uno más conservador en ese terreno?
Bueno, es que entonces había en España una excitación, unas ganas de vivir y un deseo de cambio brutales. He tenido la suerte de ser joven en una época maravillosa.
Me refería a usted. Su pareja actual es 30 años más joven. ¿Es hoy usted más conservador en el amor?
No sé si todos los mayores lo serán. Odio generalizar, pero yo sí lo soy.
¿Cómo es el sexo a los 80?
Distinto, menos fotogénico. A veces, vergonzoso para los demás. Hay ancianos que hacen gala de una vida sexual muy activa. Pero a un viejo verde solo se le perdona si es un artista genial.
¿Usted es una cosa o la otra?
Yo diría que ninguna de las dos.
Ha hecho desde lámparas a sillas, casas y palacios. ¿Cuál es su obra más querida?
Bueno, yo diría que la casita de Pantellería (en Italia), el auditorio de Las Palmas y el Metro de Nápoles. La relevancia de las obras no está en su tamaño ni en su presupuesto. Mira las obras de Vermeer, o de Dalí. A veces medían 20 centímetros por 18. Y eran obras maestras.
En su último libro dice que le aburre el arte abstracto. O sea, que usted va al Museo de Cuenca y se tira de las Casas Colgadas.
A ver, allí hay obras bonitas, decorativas, como una alfombra persa, que queda bien donde la pongas. Pero hay obras que no me dicen nada y, en el arte abstracto, todo lo que me interesa no está. Es lo que dijo Bacon en una entrevista: los celos, la carne, el sexo, la muerte. Todo eso que me interesa, no está. Cuando lo vi dije: “Dios mío, Bacon, un tío que piensa como yo”.
El proyecto más serio que tengo es envejecer y morir con dignidad
Otra vez haciendo amigos entre los colegas pintores.
Bueno, tengo muchos. Me gusta que me quieran. Dalí lo fue. Y Antonio López es amiguísimo. Todos mis amigos pintores son figurativos. Todos. No tengo ni uno que haga arte abstracto.
¿Quizá porque la frialdad del arte es reflejo de la del artista?
Bueno, y por lo que opino de su profesión. Es mucho más sexi ser figurativo. Clarísimamente. Tú puedes decir de Tàpies, por ejemplo, que tenia buen gusto, excelente, de hecho, pero sexi no es la palabra.
Defina “sexi” en ese contexto.
No me hagas definir. Una vez con Cela, el Nobel, otro amigo, que hablaba un inglés perfecto, se me escapó la palabra ‘sexi’ y me riñó. “Para eso tenemos en español la palabra cachondo”, me dijo. Pues eso.
Hablando de magnitudes. ¿cuánto mide su ego?
Es una pregunta difícil. Pero digamos que está muy por debajo de colegas a los que admiro y que son amigos míos, y muy por encima de la media.
¿Qué espera de la vida a sus 81 años?
Lo tengo clarísimo. Intento que mi vida cotidiana sea agradable. Mira en este viaje, por ejemplo, vengo a presentar el libro, a filmar el documental y a ver a mis amigos. Pero el proyecto más serio que tengo es envejecer y morir con dignidad. Tengo hijos muy jóvenes. Cuando Eva quiso tenerlos, dije: “Os voy a durar muy poco”, igual en tres años no estoy y no se acordarán de mí. Ya les he dado todo. Creo que ahora, que están a punto de cumplir 18, ya me recordarán.
ARTISTA DISPERSO
Así se autodefine Óscar Tusquets (Barcelona, 81 años), aunque, por él, firmaría Oscar, sin tilde, porque no le gustan "los acentos en las mayúsculas". La anécdota da idea de hasta qué punto le importa la estética a este "arquitecto por formación, pintor por vocación, diseñador por adaptación y escritor para hacer amigos", según, también, su propio autorretrato. Hijo de un acaudalado e ilustrado matrimonio de la burguesía catalana, y hermano de la fallecida editora Esther Tusquets, Óscar es autor de docenas de obras de todo tipo, desde lámparas a teteras, pasando por el auditorio Alfredo Kraus de Las Palmas, o el Metro de Nápoles. Pareja de la fotógrafa y escritora Eva Blanch, es padre de dos hijos de 18 años. Ahora presenta 'Sin figuración, poca diversión', un recorrido por algunas de sus obras favoritas del arte universal, ilustrado con fotos de Blanch, donde confiesa el tedio que le produce el arte abstracto. No descarta que sea el último. Ni el penúltimo.
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