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Los Sex Pistols también celebraron el jubileo de la reina (a su manera)

Hace 45 años, en plenos festejos en honor de Isabel II, la banda emblemática del punk irrumpió con ‘God Save The Queen’. Una serie envuelta en polémica y la reedición de libros y discos revisitan su corta e influyente carrera

Los miembros de los Sex Pistols firmaban su contrato con la discográfica A&M Records a las puertas del palacio de Buckingham Palace, en 1977.Foto: PA (AP) | Vídeo: FX NETWORKS
Ricardo de Querol

El Jubileo de plata de Isabel II, al cumplirse 25 años de su coronación en 1977, tuvo una banda sonora inesperada. “Dios salve a la reina / el régimen fascista / te ha vuelto gilipollas / una bomba de hidrógeno en potencia. Dios salve a la reina / ella no es un ser humano”. Los Sex Pistols acababan de lanzar su segundo sencillo, God Save The Queen, un tema que iba a llamarse No Future, pero que al final optó por la provocación sin disimulos. Su icónica portada, diseñada por Jamie Reid, mostraba un retrato de la reina con los ojos y la boca tapados por letras recortadas como las de las cartas anónimas que piden un rescate. Los Pistols eran la sensación en un Londres muy alborotado.

El 7 de junio de 1977, hace ahora 45 años, los Sex Pistols embarcaron en una nave llamada, precisamente, Queen Elizabeth, para interpretar su particular himno —y otros como Anarchy in the UK— en medio del Támesis, frente al Parlamento de Westminster, en una ácida parodia de las procesiones fluviales del Jubileo. Cuando interpretaban la quinta canción, No Fun, la policía llegó con lanchas y mandó atracar en el muelle. Allí acabó el espectáculo: fueron detenidas varias personas del equipo, incluido el representante Malcolm McLaren, pero no los músicos.

La secretaria de los Pistols, Sophie Richmond, anotó al día siguiente en su diario: “Ambiente muy tranquilo, bajando por el río con música reggae. Hacía un poco de frío, pero la bebida gratis se encargó de eso y durante un rato salió el sol. La gente bastante tranquila y relajada. El grupo tocó unas cuantas canciones, y eso puso en marcha a la policía”. En el embarcadero, empiezan las detenciones. “A John [Lydon, el cantante, más conocido como Johnny Rotten] y Sid [Vicious, el bajista] les di cinco libras a cada uno para que desaparecieran y cuando me estaba preguntando qué hacer vi que estaban zurrando a Malcolm. Para cuando quise darme cuenta yo iba también en la furgoneta de la policía”.

Pasan la noche en una celda, a la hora de comer están en libertad. Escribe Richmond: “Vuelta a la oficina. Llamadas de felicitación de la prensa musical y del grupo. De repente Malcolm es un tío guay porque le han arrestado”. Su diario se recoge en el libro Dios salve a los Sex Pistols, de Fred y Judy Vermorel, escrito originalmente en 1978 y que Contra ha reeditado en español. Es una pena que las filmaciones de este episodio sean fragmentarias y de baja calidad.

Los Pistols, uno de los grandes mitos de ese tiempo, duraron poco más de dos años y solo dejaron un álbum de estudio, Never Mind The Bollocks, que salió en octubre de 1977. En enero, al término de una caótica gira por EE UU, la banda se separaba, incapaz de digerir el éxito, el alboroto a su alrededor y las adicciones de sus miembros. Las de uno de ellos, en concreto: el bajista Sid Vicious, que murió un año después, en febrero de 1979, por una sobredosis tras haber expresado ideas suicidas. Estaba en libertad bajo fianza, investigado por la muerte de su novia, Nancy Spungen, apuñalada en la habitación del hotel Chelsea que compartían en Nueva York en octubre de 1978. Nunca se aclaró su responsabilidad: hay dos películas sobre ese incidente (Sid y Nancy, que sugiere una muerte accidental cuando estaban pasados de drogas; y Who Killed Nancy?, que apunta a otro sospechoso y sostiene que Sid nunca habría matado a su querida Nancy; ambas en Filmin). La misteriosa tragedia no hizo más que alimentar la leyenda de la banda.

Ese único disco —cuyo título puede traducirse como “No hagas caso a las gilipolleces”— fue uno de los más influyentes de los años setenta, y dejó su huella en corrientes posteriores. El álbum fue remasterizado en 2017, en sus 40 años, con material adicional (ya muy explotado dada su corta discografía). El single God Save The Queen se ha reeditado ahora en ese nuevo jubileo de Isabel II: la banda siempre ha defendido que en 1977 les robaron el número uno de las listas oficiales, en las que quedaron segundos tras Rod Stewart con su balada I Don’t Want to Talk About It.

Paradojas televisivas

Se acaba de estrenar en EE UU y el Reino Unido la serie Pistols, que dramatiza con actores y algunas imágenes de archivo ese frenético auge y caída de la banda. Se emite en Hulu y en Disney+, pero no llegará a España hasta los próximos meses (es paradójico que sea Disney quien vaya a salvar la memoria más salvaje del punk, quizás una prueba de cómo el sistema es capaz de absorber lo que nace como antisistema).

La miniserie se basa en las memorias del guitarrista de la banda, Steve Jones, Lonely Boy. Historias de un Sex Pistol (que ha reeditado en español Cúpula), y también tiene el visto bueno del batería Paul Cook. Dirigida por Danny Boyle (Trainspotting, Slumdog Millionaire), llega envuelta en la polémica: el cantante Johnny Rotten se opuso en los tribunales a la producción, pero no logró pararla, y va pregonando por los medios su enfado sobre sus dos compañeros: “Pueden irse a tomar por culo”, dijo en The Sun. Jones y Rotten son casi vecinos en Los Ángeles, pero no se hablan; Rotten afirma que este proyecto se gestó durante tres años a sus espaldas. “Yo escribí esas canciones. Yo soy la imagen, es mi nombre el que utilizan para promocionar esa película. Ninguno de esos cabrones tendría una carrera sin mí. No hicieron nada antes, no han hecho nada desde entonces”, ha dicho Rotten.

El mejor relato sobre la banda es el del documental La mugre y la furia, estrenado en 2000, que no aparece en el catálogo de ninguna plataforma, aunque puede encontrarse en YouTube. Cuenta con el testimonio de sus miembros en aquel tiempo desmadrado y también con la perspectiva que aportaban los tres supervivientes 23 años después, aunque los muestra siempre en claroscuro para que nos quedemos con su imagen de jóvenes gamberros.

Dirigida por Julien Temple, que era muy cercano a los Pistols, la película aporta el contexto de cómo se coció la escena punk en el Londres de mediados de los setenta, un lugar de alta conflictividad social y paro juvenil por la crisis del petróleo que era propicia para el nihilismo. La rabia contra el sistema, y contra las generaciones anteriores, entre las que declinaba lo hippy, alentó a la banda a tomar el escándalo por bandera. Llegaban además ecos del primer punk neoyorquino que se movía en torno al mítico local CBGB, aunque los Pistols nunca aceptaron que los Ramones estuvieran entre sus influencias, sino en mayor medida otros nombres como New York Dolls o Alice Cooper. Sí había estado en aquel Nueva York su representante, y se había traído algunas ideas.

Los Sex Pistols (pistol es pistola pero también pene; eso los enlaza con sus más claros continuadores en España, La Polla Records) fueron un proyecto impulsado por Malcolm McLaren y su pareja, la diseñadora Vivienne Westwood, creadora de la estética punk. Ambos eran los dueños de la boutique que bautizaron como SEX, en la calle londinense de King’s Road. Desde ese foco de tendencias, McLaren y Westwood impusieron una moda inspirada en el fetichismo y el sadomasoquismo: vestidos de látex y cuero, imperdibles y cadenas, pelo de punta.

McLaren reunió a Jones y Cook, que venían de la banda The Strand, con el bajista Glen Matlock, que adquirió peso en la composición. Pero el grupo no perfiló su carácter hasta que reclutó al cantante y letrista Johnny Rotten, tan inexperto como carismático, capaz de escribir versos que empiezan diciendo: “Yo soy un anticristo / yo soy un anarquista”. El papel de McLaren sigue siendo polémico hoy. Cook ha declarado, con motivo de la serie, que le molesta la idea extendida de que los Pistols eran marionetas en manos del astuto empresario.

Escándalo

Cuentan Fred y Judy Vermorel en su libro que McLaren padecía “un raro síndrome nervioso conocido como síndrome de Gilles de la Tourette, que resulta reconocible por violentos estallidos de energía, descoordinación muscular y la compulsión de imitar conductas ajenas”. Y reconocen sus méritos: “La mejor y más entrañable cualidad de Malcolm es su capacidad de convertir un desastre en algo útil. Al fin y al cabo, la historia de los Sex Pistols fue una sucesión de desastres, solo que brillantemente explotados y transformados, a menudo contra todo pronóstico, en hermosas victorias contra el sentido común”. El promotor volvió de Nueva York con la idea de “crear el grupo de rock más escandaloso de la historia”, que “pareciera sacado directamente de una película de terror pornográfica”.

Cuando apenas habían editado un single, Anarchy In The UK, Matlock salió de la banda tras chocar con Rotten. Se incorporó un nuevo bajista: Sid Vicious. Había estado en otras bandas, en la voz y la percusión, pero nunca había tocado el bajo: eso no importó mucho porque su presencia era imponente. Sid, que tuvo continuos problemas con la ley por meterse en peleas y por su drogodependencia, se convirtió en un icono del movimiento punk. Choca verlo en La mugre y la furia dar una entrevista con la camiseta de una esvástica: se supone que era lo más provocador que podía hacer entonces. A ratos se queda en silencio, como traspuesto, y Nancy intenta que retome el hilo. Se ganó a pulso su leyenda de maldito y dejó un joven cadáver de 21 años. McLaren desveló en 1994 que Sid no tocaba en realidad el bajo; que en los conciertos le desenchufaban el amplificador y había otro músico que lo hacía por él, entre bambalinas.

El momento que catapultó a los Pistols fue la entrevista que mantuvieron con Bill Grundy en Thames TV el 1 de diciembre de 1976. Los miembros de la banda y su troupe se mostraron abiertamente groseros, dijeron tacos sin parar y acabaron insultando al presentador. El escándalo fue sensacional: entonces nadie decía fuck o shit en la tele. La centralita de Thames se saturó por las llamadas de protesta, se les vetó en la BBC y la EMI rompió el contrato con ellos (luego, ya con Virgin, dedicarían una canción al sello que los despidió). Pero medio Londres los había visto (era una emisión regional) y todo el Reino Unido lo comentaba. “La mugre y la furia” era el titular de portada del periódico sensacionalista Daily Mirror. La polémica les dio alas, pero en su seno convivían tendencias autodestructivas. Siguieron el álbum y conciertos en Europa y EE UU, muchos de ellos envueltos en problemas de orden público y lastrados por la hostilidad de las autoridades.

Los miembros de la banda se disputan el dudoso mérito de haberla roto. Johnny Rotten hizo público en Nueva York que habían terminado, mientras Vicious estaba hospitalizado por abuso de drogas, el 20 de enero de 1978. Steve Jones dice hoy que sabían que habían tenido suficiente, que era “oscuro y horrible” el punto al que habían llegado. McLaren, que les había propuesto filmar una película, emitió entonces el siguiente comunicado: “El representante del grupo está aburrido de representar a su famoso grupo de rock’n’roll. El grupo está aburrido de ser un famoso grupo de rock’n’roll. Quemar salas de conciertos y destruir compañías discográficas es más creativo que triunfar”.

A pesar de que Jones parece controlar hoy el relato de la banda, asegura que ya no escucha punk. “Mis gustos musicales han cambiado mucho a lo largo de los años, ya sabes, y tengo 66 años. Ya no soy un niño. Creo que sería un poco tonto si todavía ondeara esa bandera”, declaró a AP. Pero no reniega de su legado, claro que no: “Aquello hizo que la gente pensara: ‘Bueno, puedo hacer eso’. Antes, viviendo en Inglaterra, no tenías muchas opciones”.

Ninguno de los Pistols pretendía ser un músico virtuoso, pero pocas bandas han transmitido tanta energía. Lo que les hizo grandes fue la actitud. Hablar de punk rock no deja de ser una redundancia: el punk nunca fue otra cosa que rock... crudo, salvaje, rebelde, agresivo, arrollador. Quizá terapéutico, útil para desahogar la frustración. Ahí la huella de los Pistols es enorme.


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Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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