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café perec
Columna
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Acelerados y paseantes

En la línea clásica de Baudelaire, el ‘flâneur’ exhibe despreocupación, lo que para Walter Benjamin era una forma de protesta

Calle de París en un día de lluvia (1877), pintura de Gustave Caillebotte que recrea al flâneur del siglo XIX.
Calle de París en un día de lluvia (1877), pintura de Gustave Caillebotte que recrea al flâneur del siglo XIX. Art Institute of Chicago
Enrique Vila-Matas

Por un lado, las tribus urbanas de los acelerados. Por otro, un libro de Christophe Bouton, La aceleración de la Historia. Comencemos por los de la tribu, que andan de nuevo estresados por la falta de tiempo, y a los que compadezco, porque parecen no haber disfrutado nunca de momentos de reflexión que tenían las generaciones anteriores. Claro que esos momentos tan valiosos los acelerados los probaron en los meses de confinamiento puro y duro y no parece que, por lo general, llegaran a atraerles demasiado.

Ahora a los acelerados, aunque la pandemia siga ahí, los tenemos de vuelta, desesperados, familias completas buscando cafeterías, grupos salvajes sin mascarillas y con actitud enérgica, pero en el fondo deambulando errantes, nerviosos por las calles recuperadas, delatando que se sienten más cómodos si todo los lleva a estresarse. Ya no piensan en la pandemia, y tampoco demasiado en Ucrania. Los canales de televisión, los medios, cada vez más acelerados, les hurtan información y han sustituido esos “desgastados temas” por la Viruela (o el Anís, no se sabe) del Mono.

En La aceleración de la Historia, Christophe Bouton —autor nunca traducido entre nosotros y, por tanto, ausente de la Feria, donde ya se sabe que siempre falta alguien— ensaya una nueva variante sobre la que es su máxima especialidad: el cuestionamiento de la supuesta inevitabilidad de las relaciones de la ideología de la urgencia con nuestro tiempo. ¿Verdaderamente son inevitables esas relaciones? ¿No hay perspectivas distintas para el convulso agitado periodo en el que parecemos hundidos, ese periodo que va de la Ilustración a esa nueva época geológica en la que cabe suponer que hemos entrado?

En las últimas décadas, viene a decirnos Bouton, hay un consenso acerca de que los efectos destructivos de la actividad humana en el planeta han cobrado una velocidad espectacular, pero se comenta menos que, en esa acelerada catástrofe, hay una rara inversión que debería poder volverse a invertir: la Naturaleza se encuentra historizada, e incluso arrojada a un pavoroso final, mientras que la Historia, que siempre fue el lugar mismo de los cambios, parece extrañamente estancada. Y se pregunta Bouton si estamos realmente viviendo en la era de la aceleración generalizada, o deberíamos empezar a resistirnos a ese concepto de Historia estancada y volver a la revalorización del pasado, a la fundamental recuperación de la memoria, o al espíritu de la utopía, que siempre alegra los funerales teledirigidos.

¿Más posibles formas de la resistencia? Adoptar, en la clásica línea de Baudelaire, la figura del paseante, del flâneur, de alguien que exhibe despreocupación, lo que para Walter Benjamin significaba elevar una protesta contra la aceleración. Ya es sabido que en cuanto Victor Hugo, como citoyen, se puso en el lugar de la multitud, Baudelaire, en cuanto héroe, se apartó de ella. Y es, o me parece, bien curioso constatar la evidencia de que, aun cuando en sus textos Benjamin nunca escribió acelerado, tenía el don de adelantarse a todo.

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