¿Dónde está África en el Prado? Un recorrido por las obras del museo que no deberían pasar inadvertidas
La historiadora y académica Estrella de Diego publica un ensayo en el que realiza un viaje artístico y sentimental por la pinacoteca
Estrella de Diego (Madrid, 64 años) se mueve por las salas del Museo del Prado con la misma soltura que por su propia vivienda. Académica de Bellas Artes, investigadora, patrona del Prado y articulista de EL PAÍS, entre otras cosas, es autora de un buen puñado de libros tan relevantes como La mujer y la pintura en la España del siglo XIX (1987) El andrógino sexuado. Eternos ideales, nuevas estrategias de género (1992), Tristísimo Warhol (1999) o Querida Gala (2003). Estos días sale a la venta su última obra: El Prado inadvertido (Anagrama), un ensayo cargado de recuerdos personales con el que la autora esboza un recorrido sentimental e intelectual por el museo que ella conoció de la mano de sus padres cuando era muy niña; un conocimiento que se encargaron de agrandar devotos del museo como Ernst Gombrich, Borges, Michel Foucault, Ángel González, Francisco Calvo Serraller, Antonio Bonet o Jonathan Brown. Sin olvidar a los dos últimos directores, Miguel Zugaza y Miguel Falomir a quienes la escritora dedica el libro por haberle abierto siempre las puertas del museo.
Pero como todos sabemos, esas puertas no siempre han estado abiertas en los últimos tiempos. La idea de plasmar en un libro su saber y su amor por el Prado se le ocurrió a Estrella de Diego hace unos siete años, durante un seminario impartido en 2015 dedicado a lo que ella llama los inadvertidos del Prado: pintoras, afrodescendientes, excluidos, bodegones o el siglo XIX.
El seminario tuvo una segunda edición en 2017 y esta vez se incorporaron departamentos poco conocidos en el museo: la fotografía en el gabinete de estampas y el taller de restauración. En su vida personal, De Diego sufrió la muerte de sus padres y un suceso que le puso la vida patas arriba: la inundación completa de su domicilio con el destrozo de casi todos sus documentos, libros y recuerdos. Ligera de equipaje contempló con estupor la llegada del coronavirus y la transformación de nuestras vidas tal como las conocíamos. Las salas del Prado, refugio habitual cuando le venían mal dadas, se cerró a cal y canto y ya no hubo más pretextos para aplazar la escritura.
El resultado es un ameno viaje de 296 páginas en la estela de la famosa guía de Eugenio D’Ors, Tres horas en el museo del Prado. No faltan las paradas en los momentos más gloriosos del museo: Las meninas, las majas de Goya, El Jardín de las delicias de El Bosco o El descendimiento de Rogier van der Weyden. Son obras icónicas de las que es difícil saciarse y por las que el visitante vuelve una y otra vez. Pero lo que ha querido resaltar la autora es lo que ella llama el Prado inadvertido (”no desconocido”, advierte) con el que se nutrieron los seminarios de los que nació este volumen.
Trasplantes y milagros
Cuando se le pide a la escritora que escoja tres obras con las que explicar ese Prado del siglo XXI que ella tanto quiere destacar, no necesita usar el mapa de ubicaciones que se facilita a los visitantes a la entrada del museo. El primer cuadro está en la planta baja, en la sala 051A, el espacio dedicado a la pintura gótica cuyas paredes acaban de ser remozadas de azul intenso. La tabla se titula Milagros de los santos médicos Cosme y Damián y fue pintada por Fernando del Rincón hacia 1510. El cuadro cuenta dos historias, dos milagros. El que le produjo un notable sentimiento de disgusto a la escritora muestra el trasplante a un sacristán blanco de una pierna que pertenece a un etíope recién fallecido. En la parte inferior del cuadro vemos el cuerpo del africano envuelto en una tela blanca. “No es uno de los cuadros más conocidos”, se sorprende Estrella de Diego, “ni parece que la gente se pregunte dónde está África en el Prado, además de la famosa visita de los Reyes Magos al recién nacido Niño que, por cierto, no hay tantos”. Para conocer su teoría sobre el paradero de África en el Prado hay que llegar hasta el episodio final del libro. “He querido dar al libro un aire de thriller y no hay que adelantar acontecimientos”.
La segunda parada es ante Juana la Loca (1877), la obra maestra de Francisco Pradilla. La espectacular instalación de este gigantesco lienzo (340 por 500 centímetros) representa cómo la pintura histórica ha ganado en consideración en las últimas décadas. “Recuerdo este cuadro cuando estaba en el Casón, entre escaleras, de manera que no se podía disfrutar. Para mí es una de las joyas del museo por razones personales. Esa atmósfera me traslada a la pequeña casa de campo en la que pasábamos las vacaciones toda la familia y donde mi madre me decía: ‘sal a la calle y no leas tanto’. El humo de esa lumbre que envuelve el pelo de la reina me devuelve intacto el aroma que yo respiraba en el pueblo”.
Morir por el Prado
Antes de tomar el ascensor para ascender a la segunda planta, en la sala de las musas, Estrella de Diego hace una pausa para las confesiones. Asegura que ama este museo sobre todas las cosas, que estaría dispuesta a morir por él, pero que nunca lo dirigiría. “Es mi casa. Me da inspiración para seguir en la enseñanza y para investigar. Pero mis intereses no van por ahí. No quiero ningún cargo. Mi máxima colaboración la realizo como miembro del patronato. Miguel Falomir hace exactamente el trabajo que creo que necesita el museo. Alguien que fue capaz de montar Reencuentro, la exposición de las obras maestras en La Galería Central después del cierre por la pandemia, para mí es un genio. ¿Cómo voy a querer yo ocupar su puesto?”
Juan de Pareja, único pintor negro
La tercera y última parada nos lleva ante La vocación de San Mateo (1661), óleo de Juan de Pareja, el único pintor negro que consta como tal en los fondos del Prado. De Pareja se retrata a la izquierda de la composición con la mirada puesta en el espectador y luciendo en su mano derecha un papel con su firma. Juan de Pareja fue un esclavo moro al servicio de Velázquez. El autor de Las meninas le concedió la libertad en 1654 en Roma, lo que le permitió ejercer la profesión artística a partir de ese momento. Según consta, De Pareja siguió ligado al entorno de Velázquez. Él es el protagonista del impresionante retrato que le hizo Velázquez durante su segundo viaje a Italia y se conserva en el Metropolitan de Nueva York.
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