El ensayo que predijo hace 100 años los problemas en España con los nacionalismos
Cumple un siglo ‘España invertebrada’, de José Ortega y Gasset, un título clásico del pensamiento español del siglo XX del que historiadores y filósofos subrayan que mantiene su vigencia
Año 1920. Mientras Europa intenta dejar atrás la I Guerra Mundial, España está encenagada en lo que el filósofo José Ortega y Gasset llama “la desarticulación del proyecto sugestivo de vida en común”. El bipartidismo, vigente desde la Restauración medio siglo atrás, es un sistema viciado en el que el rey Alfonso XIII interviene cada vez más; Marruecos, último remedo de colonia, causa descontento popular por una guerra a la que las familias no quieren enviar a sus hijos; hay crisis económica tras la bonanza comercial vivida por el conflicto europeo, tensiones regionales con los nacionalismos vasco y catalán, atentados anarquistas… En ese polvorín, el pensador madrileño decide publicar en el diario El Sol una serie de artículos en los que diagnostica estos y otros males del país.
La repercusión de esos textos llevará a Ortega (1883-1955) a compilarlos en mayo de 1922 en el libro España invertebrada, con el que practica una anatomía de una nación en crisis. Se convertirá en una obra fundamental del pensamiento español del siglo XX, cuyo título es la perfecta metáfora de un país anquilosado. De lo que escribió hace un siglo Ortega, ¿qué fue premonitorio, en qué mantiene su vigencia lo que él mismo llamó “un ensayo de ensayo”? La filósofa Victoria Camps responde por correo electrónico que, “por un lado, está la incapacidad de ilusionarnos por un proyecto común, que él denominó particularismo y que impide cualquier atisbo de regeneración”. Así, Ortega hablaba en el prólogo de “la ausencia de una ilusión hacia el mañana”. Por otro, la descripción “del hombre-masa que integra las sociedades, un individuo que no piensa ni actúa por sí mismo porque se identifica con las multitudes”, añade Camps, encargada de la conferencia inaugural del congreso internacional A los cien años de ‘España invertebrada’, de Ortega y Gasset, organizado por la Fundación Ortega-Marañón (FOM) y la Universidad Complutense de Madrid, que se celebra desde este martes al viernes, 6 de mayo.
José Luis Villacañas, catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, abunda en el concepto de “particularismo”. “Es el rechazo a la idea de servicio y disciplina, de ignorar la conformación de un cuerpo unitario del reino”. Una cuestión que completa en conversación telefónica el director del Centro de Estudios Orteguianos de la FOM, Jaime de Salas: “Ortega señala que hay en la sociedad intereses egoístas” de distintos sectores, político, militar, regional, pero también la monarquía y la Iglesia. En palabras del pensador, son grupos que “han dejado de sentirse a sí mismos como parte y de compartir los sentimientos de los demás”. “España, más que una nación, es una serie de compartimentos estancos”, concluye con desolación. El historiador Juan Pablo Fusi, participante en el congreso, subraya la vigencia de España invertebrada sobre todo por un asunto: “Describir una situación como la actual por el desafío permanente de los nacionalismos periféricos al Estado democrático español”.
Camps, consejera del Consejo de Estado, recuerda que Ortega rechazaba de plano una España federal, “que es lo que reclamaban los nacionalistas catalanes de la época”. El autor de La rebelión de las masas no estaba a favor de los nacionalismos, pero tampoco de cómo se había manejado la cuestión desde el Estado. “Para él, la solución del problema catalán pasaba por reducir la enorme diferencia civilizatoria entre Barcelona y las demás provincias, pero para eso el resto de España tenía que dejar de ser un desierto entregado a la modorra histórica, que las élites locales se comprometieran con sus tierras”, subraya Villacañas también por correo electrónico.
Entre esas élites sobresale la castellana, entendida como “la perteneciente al Estado desde el siglo XVII”, apunta Fusi, miembro de la Real Academia de la Historia, que rememora la lapidaria frase orteguiana: “Castilla ha hecho a España y Castilla la ha deshecho”. Esto último porque no se ha ocupado “en potenciar la vida de otras regiones”, según el pensador.
Sin embargo, Ortega no es una roca, evoluciona, “en unos años suaviza sus primeros elogios a Castilla y es más consciente de la realidad pluridimensional de España, de que hay que dar más valor a las provincias”, apunta De Salas.
Consciente de su carisma, Ortega es uno de los artífices de la Agrupación al Servicio de la República en 1931 y defiende, al año siguiente, en la Comisión de las Cortes que discute el Estatuto de Cataluña una organización territorial de gobiernos locales elegidos por sufragio universal. Más de cuatro décadas después, ya durante la Transición, esta concepción se fraguará en lo que se llamó “café para todos”, recuerda Camps. Un sintagma que señalaba el intento por contentar a todas las regiones con un régimen autonómico en el que cupiesen algunas singularidades. “La España autonómica es la victoria de Ortega después de muerto”, asevera Villacañas.
La España en decadencia que retrató Ortega había degenerado desde los godos, en su opinión; ahí estaba el origen de una historia en común que, salvo el siglo XVI, es un continuo ir a menos. “Los visigodos eran un pueblo decadente que venía dando tumbos”, mientras que los francos “vertieron su torrente de vitalidad” en Francia, escribió Ortega. La ausencia de feudalismo causó el secular atraso español. Villacañas, que comparte este diagnóstico, apunta: “La Galia se llamó Francia por los francos, pero Hispania no pasó a llamarse Gotia. El reino godo fracasó, en cambio, Francia se salvó de la invasión musulmana por la institución feudal”.
Además de por las ideas, De Salas destaca de este libro que muestra “al gran estilista que era Ortega”. “Él quiere introducir una dimensión culta en las discusiones políticas, con una serie de conceptos”. Esa forma novedosa de explicar la realidad y el pasado, con ejemplos que podía entender el público lector, se aleja de “la tradicional retórica política, declamatoria”.
En las últimas líneas de las poco más de cien páginas de España invertebrada, Ortega proclama: “Hay que ponerse a forjar un nuevo tipo de hombre español”. Al pensador español se le tildó entonces de pesimista. “No veo muy claro que el pesimismo sea, sin más, censurable”, se defendió en el prólogo a la segunda edición. “Ortega admitía que podía ser pesimista, pero, a la vez, aseguraba que si uno es capaz de definir un problema en todas sus dificultades, ese es el camino para su superación”, resume De Salas. Una reflexión a la que Fusi añade: “Ortega practicó la crítica como patriotismo que, por cierto, creo que es la obligación del intelectual”.
"Las minorías egregias"
Una cuestión fundamental que aborda España invertebrada es que el país adolecía de “una ausencia de minorías egregias”, de notables que quisiesen tomar el mando. Ortega lamenta que el protagonismo en la historia nacional lo haya tenido en demasiadas ocasiones “el pueblo”. “Y lo que no ha hecho el pueblo se ha quedado sin hacer”, añade. “Ortega sentía que pertenecía a una minoría selecta de intelectuales que debía dirigir a las masas. Sin embargo, se desilusionó al darse cuenta de que las masas no se dejaban guiar por nada que no fuera lo que hacía la mayoría”, apunta Victoria Camps. En definitiva, estamos ante un catedrático de Metafísica “que tiene una proyección como intelectual en el ámbito público, en la política, un liberal que cree en el sistema parlamentario”, agrega Jaime de Salas.
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