Daniel Guzmán vuelca en el cine su cariño por los listos de barrio
El actor y director articula la comedia costumbrista ‘Canallas’ alrededor de su amigo de la adolescencia Joaquín González, dedicado a todo tipo de negocios
En Daniel Guzmán (Madrid, 48 años) habitan varios sentimientos sobre Joaquín González, su amigo desde la adolescencia. Desde luego, le quiere. “Por mucho que discutamos, aquí seguimos”, asegura el actor y director. Lleva años sabiendo que la vida de su colega daba para una película, que el mundo distópico en el que se mueve, en el que se han borrado las fronteras entre realidad y ficción, alimentaría una comedia costumbrista. González defiende que es un empresario de éxito, que su móvil arde con negocios de importación y exportación. Le gusta ir elegante, con la manicura bien hecha, habla de Dubái y sus contactos, pero, entonces, ¿por qué vive aún en el piso de su madre en el barrio de Orcasitas, alejado del Madrid de los oropeles? “Voy y vengo de Miami”. ¿Es un mentiroso compulsivo, se ha creído sus propios embustes o es cierto que por su teléfono llegan jugosas ofertas comerciales?
Cuando tenía a punto el estreno de su debut en el largo, A cambio de nada (2015) —un éxito en taquilla y premios, con dos Goya y la Biznaga de Oro de Málaga—, Guzmán ya tenía avanzado un guion sobre Joaquín. Ambos, junto a El Brujo y Luismi conformaban una cuadrilla de adolescentes que flotaba entre los barrios madrileños de Orcasitas (el de González) y Aluche (Guzmán vivía en concreto en el vecindario de Las Águilas). “Para hacer una película, un cineasta tiene que conectar con la historia y sentir que es vital compartirla con otros”, decía Guzmán el pasado martes. A su lado, el interfecto. “Ya he visto la película. Dani ha querido reflejar nuestra amistad. Yo empecé en negocios de la noche y luego pasé a las commodities [materias primas con las que se comercia en los mercados financieros mundiales]. No logro hacerme millonario, voy tirando con cosillas... Claro que por una entrevista en el festival de Málaga perdí una opción sobre un petrolero y su carga varado en Róterdam”. Guzmán, que le gusta pincharle, interviene: “Bueno, alguna gorda sí has hecho”. “Alguna de 50.000 o 60.000 euros me salen cada dos o tres meses, y con eso dosifico. Dani ha hecho una película para que la gente se ría”. ¿No tiene miedo de que el público piense que el Joaquín de la pantalla y el de la vida real son el mismo? “Sí, pero ya está hecho”, confiesa. Guzmán, para aumentar el halo de misterio, le suelta: “Ya sabes que muchos confunden el personaje con el actor”.
Así comenzó el viaje de Canallas, que se estrena en salas este viernes, y aunque Guzmán sabía a lo que se enfrentaba (el riesgo de incluir toda una familia real, la de González, en mitad de una trama de ficción con timos y robos en un barrio obrero, con un protagonista debutante aprendiéndose decenas y decenas de páginas de guion), ni intuía el alud de problemas. “Arrancamos con los nuevos protocolos covid. El rodaje se alargó una semana y media más de las ocho previstas, los costes se dispararon, perdimos una jornada entera de filmación de una persecución en coche, he necesitado año y medio de montaje y una larguísima posproducción de sonido”, enumera Guzmán. “No vuelvo a hacer cine de esta manera”. ¿Culpable? “Joaquín, o yo por meterme en esto y meterle a él en esta inconsciencia. Que estoy muy loco, y cuando me dicen que no haga algo, sé que me lanzaré. Hemos repetido bastantes tomas hasta en 70 y 80 ocasiones. No se le entiende porque se puso unos dientes poco antes del rodaje y fue imposible sacarle algo en claro. Habitualmente, acabas con 50 horas de material. Yo empecé a montar con 250 horas de película, que tuve que comprimir en 100 minutos”. El acusado asegura que no fue así, que en los ensayos todo fue bien, pero que al iniciarse la filmación pasó dos semanas superado, con la lengua chocándole en los dientes. “Pero del resto a mí qué me cuentas”, remata. Guzmán insiste: “No hay un tipo con más paciencia que Luis Tosar, y él me miraba algunos días con una cara de resignación...”.
Sin embargo, Canallas es más que una comedia con o contra Joaquín. Es el retrato del Madrid “que no sale en las comedias de las plataformas”, define Guzmán, el de un país donde “se valora mucho más la mentira que la realidad”, el de la clase media trabajadora que “está desapareciendo” por el sumidero de la crisis. “No parodio, no adjetivo, cuento desde dentro. Como el primer Torrente”. Un Madrid de barrio de las afueras de la M-30 en el que Guzmán fue un golfo y un grafitero de postín. Aún quedan rastros de Muelle, Bleck La Rata y de Tifón [firmaba sin tilde], los flecheros (por el remate de sus firmas) más conocidos a mediados de los ochenta. Tifón era Guzmán y dejó su grafiti en tantos sitios que al poner un día la cámara delante de la casa de González, descubrió un tifon [firmaba sin tilde] en la fachada: aparece en un plano de Canallas. “Al principio pensé hacer la película con todas las auténticas personas. Con criterio, la productora [Movistar] y la distribuidora [Universal] me pararon. Así que yo encarno al Brujo y Tosar al Luismi”, explica. “Y el resto del reparto es profesional”.
Sí se interpretan a sí mismos la hija, el hermano y la madre de Joaquín, Esther Álvarez, mujer que destila la misma magia que desprendía la abuela de Guzmán en A cambio de nada. Álvarez falleció dos semanas después de acabado el rodaje. “Está enorme”, sonríe su hijo. Como Tosar y Guzmán: las carcajadas de sus personajes nacen de una auténtica sensación de perplejidad. “Nunca sabíamos lo que iba a pasar con Johnny”, ataja Guzmán. “Oye, que yo soy productor, que he metido 500.000 euros en la película”, responde la estrella. Su director le mira alucinado y suelta: “¿Ves? Hemos creado un fenómeno social y un juguete roto al mismo tiempo”.
Carreras de motos en las puertas de las discotecas
Ambos se conocieron con 15 años en una discoteca del barrio de Cuatro Vientos. Echaron carreras de motos. González asegura: “Mi moto tenía menor cilindrada, y aunque Dani llevaba de paquete al Brujo, que estaba muy gordo, me ganaban. Y no nos hablábamos”. “¿Sabes lo loco de la movida? Es que al final hemos hecho una película sobre nosotros cuatro”, responde el director. Años después se reencontraron, justo como lo cuenta el inicio de Canallas. Se hicieron amigos; en otra discoteca, donde Joaquín ejercía de relaciones públicas, Guzmán quiso entrar con una gorra —algo prohibido— en un evento de presentación de lentillas de colores. “Pues yo, como no dejaban entrar a mi amigo, cogí y me despedí. Ahora mira la que me ha liado”.
La charla transcurre durante un preestreno de Canallas en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense el pasado martes. Durante el coloquio posterior, ambos se tensan. Estallan chispas de mal rollo. “Es que Dani solo piensa en reírse de todos”, se escucha. Acabada la charla, González sale disparado a otra cita. Guzmán se queda firmando carteles. A los diez minutos, Joaquín le llama al móvil: “Hermano, ¿has leído...?”. Guzmán ríe a carcajadas: “Johnny y yo siempre nos querremos”.
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