Sostenible, barato y rápido: ¿por qué no construimos con tierra?
La exposición en el ICO de la arquitecta alemana Anna Heringer proporciona una ocasión única para preguntarnos qué puede hacer la arquitectura por el planeta y cuánto estamos pagando por construir con los materiales y los medios elegidos
“Antes de pintar un edificio me pregunto qué pasaría si todos lo hiciéramos. El planeta no podría aguantarlo. Por eso no lo hago. Como arquitecta quiero levantar inmuebles bonitos, pero tengo una ambición mayor: construir un mundo mejor”. Anna Heringer (Rosenheim, Alemania, 44 años) lleva el imperativo categórico kantiano a la arquitectura y a la forma de construir. Y concluye que la tierra, que está en todas partes, que admite tecnología básica o sofisticada, que cuesta muy poco o nada y que muchas veces se desprecia —cuando se excava en un solar para hacer un sótano— no se utiliza porque no genera beneficios. No porque no sea un material óptimo para la construcción.
Heringer, que hoy es profesora en Harvard (GSD), en la ETH de Zúrich y en la Politécnica de Madrid y tiene trabajos en las colecciones permanentes del MoMA o del Museo Victoria and Albert de Londres, comenzó construyendo en Bangladés la escuela de barro Meti. Corría el año 1999 y era su proyecto de final de carrera. Tardó siete años en finalizarlo. Y solo unos meses en construirlo. ¿La razón? Antes tuvo que ganarse la confianza de una comunidad de Rudrapur. Eso le llevó mucho tiempo. Y la convirtió además de arquitecta, en activista. Y casi en empresaria. Eso sí, el mantenimiento de los inmuebles es impecable. Lo sienten de todos y todos los cuidan. Para levantar la escuela, y posteriores edificios como el Centro para Discapacitados (2017) que ha ido realizando en esa comunidad, Heringer empleó a tantas mujeres como a hombres. Y los formó para construir con lo que lo habían hecho en su país durante siglos: el barro y las manos. Ese trabajo, y un muro construido con barro por alumnos de la Politécnica, pueden verse hasta el 8 de mayo en Anna Heringer. La belleza esencial, en el Museo ICO de Madrid. Se trata de una ocasión única para preguntarnos qué puede hacer la arquitectura por el planeta y cuánto estamos pagando por construir con los materiales y los medios con que elegimos hacerlo.
La muestra expone trabajos posteriores de Heringer y su estudio, de cuatro personas, también en Rudrapur, como las viviendas HOMEmade (2007), levantadas con barro y bambú, como resultado de un taller para estudiantes, o como el mencionado Edificio Anandaloy (2017) para personas con discapacidad que, levantado con bambú y barro, es naturalmente accesible para personas con movilidad reducida.
En Baoxi, China, Heringer construyó entre 2013 y 2016 tres albergues de bambú. Majestuosos, ligeros y de planta circular, parecen lámparas. Tienen, al mismo tiempo una gran belleza y de una rotunda fuerza reivindicativa. Son edificios y avisos: China consumió más hormigón que Estados Unidos en el último siglo. Casi todo durante la última década. Por eso, lo que Heringer y su equipo hicieron fue recurrir a los materiales autóctonos y a las tradiciones constructivas del país, cada vez más descuidadas. El resultado es, como todos los edificios de esta arquitecta, sostenible. Y deslumbrante. Pero no se parece en nada al Campus de Formación que ha construido —de nuevo formando a la comunidad— con barro en Tatale (Ghana). Cada edificio de Heringer se levanta con los materiales más económicos posibles del lugar y por gente formada por su equipo que vive en la comunidad. Sin embargo, no solo construye en países y culturas exóticos.
En Worms (Alemania) instruyó a la comunidad de fieles de la catedral de San Pedro para que juntos levantaran, en 2018, un altar de barro. El monolito puede verse estos días, en versión reducida, en la exposición de Madrid. El año pasado, la arquitecta concluyó, en Rosenheim -su ciudad natal-, el Alojamiento Ayurveda RoSana, construido con barro, ramas y madera. Y ha contado a este diario que en breve terminará un centro de formación para la iglesia católica alemana.
Con imágenes, planos y maquetas de proyectos, como la guardería Poret en Zimbabue (2014) o el espacio de meditación en Voralberg (Austria), levantado en 2020 con artesanos de la zona, los proyectos de esta singular arquitecta se muestran en esta exposición entre los magníficos tejidos Dipdii, confeccionados artesanalmente y al aire libre por las mujeres de Rudrapur, a quienes Heringer, en su faceta de empresaria, representa en Occidente para la venta de pañuelos, chales y camisas que, excepcionalmente, se venden en una tienda abierta por primera vez para esta exposición en el ICO.
Capaz de resistir siglos —como demuestran la Alhambra o la Gran Muralla China—, la tierra, como material único, puede formar estructuras de la altura de la ciudad de París. Y, combinada con otros materiales, puede subir aún más. Hace 9 años, el estudio Herzog & de Meuron concluyó en Laufen (Suiza), la ciudad donde vive Heringer, el mayor edificio europeo levantado con ese material. Se trata de un almacén para guardar hierbas frescas ideado para la fábrica de caramelos Ricola. Sostenible, de muy fácil mantenimiento, económica y de rápida construcción, trabajar con tierra exige mano de obra. Por eso Heringer propone dejar de subvencionar otros materiales y tratar de recuperar empleos para reconectar con la naturaleza y dejar de dañarla. Ese es el mundo mejor que ella aspira a dejar por encima de cualquier edificio deslumbrante. Esta exposición invita a soñar que podría conseguirlo.
'Anna Heringer. La belleza esencial'
En el Museo ICO de Madrid, hasta el 8 de mayo. Entrada gratuita: de martes a sábado: 11.00 - 20.00. Domingos y festivos: 10.00 - 14.00.
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