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Las 10 preguntas clave sobre la nueva revolución musical: la venta de canciones de las estrellas

Un frenesí de adquisiciones está transformando el negocio de las editoriales musicales. Los compradores están en Nueva York o Londres, pero ya dan sus primeros pasos por España

Bruce Springsteen (izquierda), Shakira y Bob Dylan, tres de los artistas que han vendido los derechos de sus canciones.
Bruce Springsteen (izquierda), Shakira y Bob Dylan, tres de los artistas que han vendido los derechos de sus canciones.
Diego A. Manrique

Ha sido una de las raras noticias eufóricas para el mundillo de la música durante el pasado año: más de 5.000 millones de dólares (unos 4.400 millones de euros) se han invertido en la compra de (principalmente) derechos editoriales de canciones. Y eso refiriéndose únicamente a los acuerdos anunciados a bombo y platillo, imposible calcular el monto de las transacciones que los implicados han preferido silenciar, por motivos que van desde la imagen pública del artista al temor a despertar la curiosidad del fisco. Resumiendo: mientras que la música en vivo sigue asfixiada por las incertidumbres, ha aumentado el consumo de las grabaciones y las posibilidades de monetizar su uso.

Estas son las 10 preguntas clave sobre esta nueva tendencia, y sus respuestas.

1. ¿Qué se está vendiendo exactamente?

Vamos a machacarlo una vez más: urge distinguir entre las grabaciones de las canciones (los masters) y los derechos editoriales de los temas. Los masters no suelen pertenecer a los artistas, que sí podrían vender las futuras regalías de sus discos. Es más frecuente que los artistas se hagan con el control del grueso de su repertorio, lo que se denomina publishing. Así que puede ocurrir que Bruce Springsteen venda a Sony conjuntamente su discografía y su publishing por 550 millones de dólares (481 millones de euros) pero que los herederos de David Bowie se desprendan solo de los derechos de su cancionero (por 250 millones de dólares ―219 millones de euros―, pagados por Warner Chappell) mientras se guardan la propiedad de sus discos, que se reeditan metódicamente desde hace décadas.

2. ¿De qué cantidades se habla?

No hay que tomarse muy en serio las cifras que circulan, incluyendo las que aquí se citan: pueden ser fruto de confidencias interesadas en la exageración, rumorología o cálculos hechos desde fuera. Los contratos son secretos y, de todos modos, no se deberían comparar entre sí: pueden incluir cláusulas restrictivas, pagos a plazos y (seguramente) porcentajes de intermediarios y/o abogados a deducir. En algún caso se habla de adquisición cuando convendría matizar que se parece más a un alquiler: transcurridos equis años, los derechos volverán al autor (o a sus legatarios).

3. ¿Cómo se valoran estos catálogos?

Como si estuviéramos en una novela de John Grisham, te describen una sala altamente vigilada donde se junta toda la documentación, para su consulta por las partes interesadas y los analistas pertinentes. Se aplican algoritmos que estudian la evolución económica de un determinado catálogo y determinan sus posibles rendimientos. Calculados unos ingresos medios anuales a partir de las cuentas de, digamos, el último quinquenio, ese guarismo se multiplica, según la voracidad del comprador y las reticencias del vendedor, por 10, 15 o 20 para establecer el precio final. Tratándose de un primera división como Springsteen, se habló de un múltiplo de 30, una enormidad inflada por el factor prestigio y la apremiante necesidad, para Sony, de conservar a un artista emblemático, tras ver que los derechos de autor del gran maestro, Bob Dylan, se iban a la competencia, Universal Music Publishing.

4. ¿Serán rentables esas adquisiciones?

Sí, si se mantiene la deriva hacia el consumo universal de plataformas de streaming o el boom de las series televisivas, que recurren ―igual que la publicidad, los videojuegos y muchas películas― a la inserción de resonantes canciones “de catálogo” (en la jerga de la industria, las que tienen más de 18 meses de vida). Otra posibilidad, que asusta a Eduardo Bautista, expresidente de SGAE, es que se pretenda formar editoriales colosales, con un repertorio muy atractivo, que puedan saltarse las sociedades de gestión colectiva y negociar directamente con las principales productoras y los grandes grupos mediáticos.

5. ¿Quiénes son los compradores?

A pesar del alboroto creado por Hipgnosis Song Fund, KKR y otros fondos de bolsillos profundos, la mayoría de las transacciones de los pasados 12 meses involucran a editoriales establecidas. A veces, forman alianzas como la de Sony con Eldridge Industries para compartir riesgos en la captación de la editorial de Springsteen. Los fondos de inversión se benefician de la abundancia de dinero libre y obedecen la regla de diversificar las adquisiciones; sus agresivas incursiones en un terreno antes brumoso han empujado a que las editoriales suban sus apuestas.

6. ¿Qué esperan los inversores?

Básicamente, un retorno saludable del dinero invertido. Hay un punto ludópata: hacerse con un cancionero que contenga un tema capaz de dar un inesperado pelotazo. Imaginen: una balada como Blue velvet languidece en una editorial, hasta que David Lynch filma una película con ese título. No menosprecien el placer secreto de acercarse de alguna manera al rutilante mundo del espectáculo: es más sexi entrar en el negocio de la música que en el de los semiconductores. Aunque, como advierte el presidente español de una potente editorial: “Puedes apostar a que, cuando el ladrillo vuelva a ser muy rentable, los especuladores saldrán corriendo de este negocio”.

7. ¿Qué artistas están vendiendo?

Todos los que tienen detrás algún rastro de éxitos, por pequeño que nos parezca. Eso incluye desde profesionales de la composición sin demasiada visibilidad (Joel Little, Julia Michaels, Dan Wilson) a productores (Bob Rock, Jimmy Iovine) cuyos trabajos todavía generan regalías. Y cualquier artista que firme su repertorio, aparte de algunos que apenas componían pero que siguen estando vivos comercialmente como marcas a explotar (Bing Crosby, Tina Turner). No resulta tan frecuente comerciar con derechos editoriales de artistas actuales, que suelen estar atados a los llamados contratos de 360 grados, que unifican todas las fuentes de ganancias en una sola compañía.

8. ¿Cuáles son los motivos para desprenderse de las joyas de la corona?

Esencialmente, la desaparición del directo como caudal principal de ingresos, con el consiguiente desasosiego en todo el sector. En el ámbito de EE UU también computa el inminente aumento del impuesto sobre las plusvalías generadas por las canciones, que la administración Biden quiere doblar hasta cerca del 40%. De fondo, la edad de ciertas superestrellas, a veces con numerosa prole: aterran las peleas entre herederos, como los de James Brown, que han tardado 15 años en alcanzar un acuerdo, dilapidando millones en querellas y gastos de administración, a pesar de que el rey del funk pretendía legar buena parte de su fortuna para una fundación que ofreciera becas a niños desfavorecidos. El follón resultante explica que su catálogo, adquirido por la editorial Primary Wave, haya alcanzado la cifra comparativamente modesta de 90 millones de dólares (78 millones de euros).

9. ¿Cómo notarán los fans el cambio de propietario?

Teóricamente, con una mayor presencia de las canciones en películas, series, videojuegos, publicidad, redes sociales. En el peor de los casos, al unir esas músicas con campañas políticas, iniciativas religiosas o productos dudosos. Cabe imaginar que algunos de estos flamantes contratos incluyen cláusulas en las que se requiere un permiso específico del autor en asuntos delicados. Cuesta imaginar que Hipgnosis, propietaria del 50% del repertorio de Neil Young, consiga que el canadiense ceda una de sus piezas a Pepsi Cola y otros refrescos o cervezas tras This Note’s for You (1988), donde se burlaba de Whitney Houston, Michael Jackson y otros divos que promocionaban esas bebidas.

10. ¿Puede ocurrir algo similar en España?

La mayoría de las adquisiciones aquí reseñadas corresponden a artistas anglosajones (o latinos introducidos en esos mercados, como Shakira o Enrique Iglesias). Obviamente, si estas jugadas salen bien, la demanda se ampliará a otros países. Hasta tiempos recientes, en España no se permitía enajenar íntegramente los derechos de autor, pero el Gobierno de Mariano Rajoy asumió sugerencias de la UE que lo facilitan. De hecho, ya hay ojeadores patrullando: se sabe de una aproximación estadounidense a la familia de un recién fallecido compositor, autor de obra sinfónica pero también de bandas sonoras y sintonías televisivas. En España son codiciados los cancioneros de Juan Carlos Calderón, Manuel Alejandro, José Luis Perales, Joan Manuel Serrat, Alejandro Sanz, Manolo García o Joaquín Sabina… que premonitoriamente bautizó su editorial como El Pan de Mis Niñas.

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