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CINE
Tribuna
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‘No mires arriba’ y el poder de la sátira

El mundo pospandémico no es racional. Lo ha sabido captar la película de Adam McKay, donde se ridiculiza el diálogo de sordos entre la ciencia y la política. Reírse de todo es pasión, catarsis y libertad

Una escena de la película 'No mires arriba' (Netflix).
Manuel Vilas

La risa es un arma política, sirve para desobedecer a la autoridad. Una de las manifestaciones artísticas de la risa es la sátira, y sátira despiadada es la que encontramos en la ya famosa película No mires arriba, del director Adam McKay. La sátira necesita ser despiadada, carnavalesca, bufa, disonante.

El mundo pospandémico ya no es racional. Las ideologías deliran, los presidentes de Gobierno deliran, el capitalismo delira. La verdad se ha vuelto ininteligible. Ese ambiente de ingravidez moral es el que ha sabido captar No mires arriba, donde se ridiculiza el diálogo de sordos entre la ciencia y la política, algo que hemos visto y seguimos viendo en la pandemia. La ciencia también se vuelve grotesca cuando se convierte en un espectáculo mediático más. La realidad y los hechos resultan insoportables si no se metamorfosean en un reality show. Pero No mires arriba solo es eso, una película, una fantasía que obvia algo fundamental del corazón humano como es la capacidad de supervivencia.

Si vencimos al nazismo y si desenmascaramos al estalinismo, es muy posible que seamos capaces de desviar la órbita de un cometa, asesino de planetas, que viene a por nosotros, tal como plantea la ficción de la película. No somos dinosaurios. Sabremos desviar esa bala. Allí la película se equivoca desde un punto de vista antropológico, pero eso da igual, lo importante es que acierta en lo fundamental: somos una civilización a la deriva y ya no somos trágicos sino grotescos. Luis Buñuel ha vencido a Ingmar Bergman. Hay un momento decisivo en No mires arriba y es cuando el personaje que interpreta Jennifer Lawrence afirma que quienes nos gobiernan no son más inteligentes que nosotros. No solo no son más inteligentes que nosotros, sino que casi seguro que lo son menos, ese el punto más disolvente de esta historia. Creíamos que el ejercicio del poder requiere actitudes previas, como la inteligencia, la capacidad analítica y la responsabilidad.

El mundo que pinta No mires arriba es el de un planeta que ha expulsado las humanidades de su seno (sobre todo la enseñanza de la filosofía) y las ha cambiado por un uso frívolo de las redes sociales. Muy divertido al principio, al final una ruina sórdida y banal. La película ha hecho que me acuerde de una estupenda novela reciente. Estoy pensando en Queridos niños de David Trueba, que retrataba una sociedad incapaz de aceptar la verdad y, por tanto, necesitada de ser tratada como un niño a quien hay que mentir para que no se asuste ni se aterrorice. Película y novela recurren a la sátira como forma de representación de eso tan líquido e ingrávido que nos pasa como sociedad y que no sabemos precisar. Tanto en No mires arriba como en Queridos niños las vidas de los personajes están devastadoramente vacías. Una vida vacía es como una célula cancerosa, acaba narrando su vacío a la célula de al lado, hasta formar un continente inmenso de oscuridad que nos lleva hacia la enfermedad moral.

En el filme la presidenta de los Estados Unidos, una increíble Meryl Streep, que al final de la cinta nos enseña el culo, va más allá de ser una representación de Trump, como se ha querido ver. Yo creo que en esa presidenta caben todos los presidentes de la Tierra. Incluido el actual Biden. Incluido incluso el nuestro, el que tenemos ahora y el que vendrá después. Si no entendemos eso, si no entendemos que nuestra vida mueve a risa y a esperpento, no estamos preparados para la sátira, porque aún somos creyentes, aún somos obedientes. El carnaval ha vuelto. Reírse de todo es pasión, es catarsis, es fiesta, es libertad inoxidable.

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