Julio Zachrisson, entre ambos mundos
Fallece a los 94 años el que fue el gran pintor latinoamericano de la oscuridad nocturna y su fulgor, su fiesta y su muerte
Que los artistas vivan de noche y duerman de día, parece que lo demos por descontado; pero que este sea un hábito compartido en pareja resulta algo más particular. Hubo un tiempo del arte, sin embargo —pongamos, los años 60 y 70 en Madrid— que nos resulta de pronto revivido con esta mínima nota de costumbre. Ha muerto Julio Zachrisson. Hace apenas una semana que fallecía, inesperadamente, su mujer, Marisé Torrente. No hace todavía un año de la estupenda exposición retrospectiva que le dedicara el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid —la única que se puede considerar un homenaje institucional en estos tiempos en que la memoria colectiva parece estar hecha de olvidos particulares—. Y fue en aquel catálogo donde su sobrino, el novelista Marcos Giralt Torrente, decía del noctambulismo de sus tíos, el mismo, por lo que sé, de otros artistas, vecinos, además, de la avenida de los Toreros, como fueron el singular Jesús de la Sota y la pintora Amparo Cores. Pero la noche y su concentración, su ocultación y su callada alegría, su oscuridad y sus repentinos halos luminiscentes, tuvieron además en la obra de Zachrisson un significado propio, que se viene ahora encima en un golpe de imágenes embarulladas.
Había nacido en Panamá en 1927; desde 1961 vivía en Madrid. Los regresos a su país natal no fueron muchos; sin embargo, cuando hace veinte años conocí a Alfredo Sinclair y a otros históricos en el Museo de Arte Contemporáneo del mítico Cerro Ancón, me di cuenta de la veneración que le dispensaban. La relación, no sólo artística, claro, de Panamá con Estados Unidos ha sido siempre (siempre, desde que Panamá existe) difícil, pero además ambigua. Aquellos artistas se habían formado en la lengua koiné de las vanguardias en la América del Norte, y en ellos el sentido y la sensibilidad abocaban a un difícil equilibro. Para Zachrisson fue más decisiva su estancia en México durante los 50, pero esa condición equilibrista, funámbula entre la selva y el museo fue también la suya, y de un modo incomparablemente fructífero. Aunque atraído en principio por los muralistas, contactó pronto con la generación que intentaba alejarse de un antecedente tan poderoso y volvía ojos al surrealismo: José Luis Cuevas, Gironella, Remedios Varo… Pero, sobre todo, fue en México donde se convertiría en un maestro del arte gráfico, al que principalmente debió su predicamento en España y en todo el mundo. Eran aquí los tiempos de Berriobeña, Dimitri Papagueorguiu, Lorenzo Goñi…, con quienes compartió la devoción por el terciopelo y la mueca y la noche de las estampas goyescas.
Pero además de ese grabador ejemplar y como nos dio a ver la exposición madrileña, Zachrisson fue el gran pintor latinoamericano de la oscuridad nocturna y su fulgor, su fiesta y su muerte… Para ello, ejerció la pintura con el trabajo y el humor de ese equilibrista —amó el circo y el danzón y los toros, artes todas del equilibrio— que, como Wifredo Lam o Tamayo o Matta, oficio la magia entre ambos mundos. Convocó de un lado a los brujos y a las grotescas sombras del trópico en la selva, y de otro a las máscaras que retienen los ecos de Picasso, de Paul Klee (tan presente en sus excelentes pinturas sobre papel), pero también las siluetas recortadas y bufas de los artistas neofigurativos españoles con los que convivió en Madrid, Juan Giralt entre ellos, su concuñado Giralt, cuya exposición en Lisboa ha debido Marcos abandonar de estampida para volver a Madrid a apagar para siempre la luz de la casa de sus tíos.
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