Angel Viñas: “Nuestras concepciones sobre la Transición no se pueden imponer a las generaciones que no la han vivido”
El historiador de la Segunda República, la Guerra Civil y el franquismo reside en Bruselas desde hace veinte años, corazón de una UE de la que lamenta la lentitud en su toma de decisiones
Ángel Viñas (Madrid, 80 años), historiador de la República, exfuncionario público español en el extranjero, residente en Bruselas desde hace veinte años, tiene una casa llena de libros, divididos en tres plantas en las que la literatura, fundamentalmente de su especialidad, cubre hasta las camas. Ese sitio ha sido en estos tiempos de la pandemia su refugio total. Sale apenas a hacer la compra y cuando lo tienen que retratar no va más allá de los quince pasos que hay delante de su vivienda. Esta entrevista, hecha por Zoom (que estrenaba) se hizo el día de la Constitución, 6 de diciembre, y es para que él nos cuente cómo un historiador ve este presente de España que él ve desde una ciudad que “fue mi paraíso y es mi paraíso”. El problema ahora, añade, “es la puta pandemia”. Su último libro, del que habló en EL PAÍS en marzo de este año, se titula El gran error de la República (Crítica).
Pregunta. La pandemia. ¿Hemos sido mal administrados, mal informados?
Respuesta. De todo lo que sucede, lo que me sorprende, y me parece terrible, es que países como España, Alemania, Bélgica o Inglaterra no sean capaces, por ejemplo, de declarar obligatoria la vacunación. Quienes no se quieren vacunar, por razones ideológicas absurdas, ponen en peligro a los demás. Fui niño en España y me vacunaron de todo. Parece que el nuevo Gobierno alemán va a optar por la obligatoriedad. Es una emergencia y los poderes políticos han de tomar responsabilidades.
P. ¿Es un fracaso de Europa esta inhibición?
R. Europa es una construcción maravillosa, pero tradicionalmente va por detrás de los hechos. Era relativamente fácil conseguir la unanimidad a seis cuando se crearon las sedicentes comunidades económicas. Lograrlo con 28, hasta el Brexit, era muy complicado. Desde el Tratado de Maastrich, de 1991, se intentó forzar la máquina para que una serie de decisiones se tomaran a través de mayorías. Luego vinieron la globalización, la interrelación creciente de las economías y de las sociedades, y el proceso de decisiones se ha quedado atrasado. La pandemia nos ha confrontado con una situación en la que hay que tomar decisiones rápidamente. Y no podemos tener 27 soberanías nacionales en una unión, de modo que aquí todos los Estados miembros son culpables, y en primer lugar, Alemania, pues [Angela] Merkel ha parado la construcción europea en momentos absolutamente críticos. Parece que el nuevo Gobierno cambia de curso, apoyado por la mayoría de los electores alemanes. Merkel solo se atrevió a andar un poquito cuando veía que la UE entraba en una crisis probablemente mortal.
P. Lleva veinte años fuera de España. ¿Qué le inspira hoy este país?
R. Durante estos años me he dedicado en exclusiva a su historia… Me han interesado siempre la República, la Guerra Civil, el franquismo y algo de la Transición. Lo que más me importa, pues, es el periodo de 1931 a 1982. He cambiado de punto de vista a veces en función de los documentos que manejo, pues soy un historiador de documentos. Viví la Transición durante diecisiete años seguidos. No hay historia definitiva, esa es mi conclusión, y siempre se escribe desde un presente. El presente del 75 al 82 ya no existe, a pesar de que lo hayamos vivido. De las que convivimos en España, hay generaciones que ya no han vivido ese periodo y tienen perspectivas que no son las nuestras. Nuestras concepciones del pasado sobre la Transición no se pueden imponer a las generaciones que no la han vivido, porque se sabe hoy mucho más de ese periodo que lo que se podía saber en 1982… La Constitución es un producto de una transición política muy complicada, en la que los apoyos de la dictadura seguían más o menos incólumes. En primer lugar, del Ejército, luego de las fuerzas de seguridad y finalmente de la Iglesia, de la judicatura y de una oposición que salía de las catacumbas. Había también una lucha entre los poderes que habían apoyado al franquismo, entre los que querían cambiar algo para que no cambiara nada y los que querían cambiar más. Así se llegó a una transacción que me sigue pareciendo vigilada por bayonetas.
P. ¿Cree que las bayonetas siguen mandando?
R. En 1975, sí. Y siguieron en años sucesivos, y se demostró en 1981. También por la necesidad de hacer frente, no se olvide, al terrorismo etarra, que fue uno de los vectores que más influyó en la Transición. La necesidad de hacerle frente no ayudó a la regeneración rápida de las fuerzas de seguridad, y también del Ejército. En aquellos años el terrorismo no sólo fue negativo porque mató a mucha gente e influyó decisivamente en ciertos comportamientos sociales. Esa sociedad que empezaba a partir de los años sesenta a abrirse muy lentamente al mundo lo que tenía era ansia de parecerse a Europa.
P. ¿Tiene consecuencia aún esa piedra que vive sobre la historia de España?
R. Para mí, la consecuencia evidente es Vox y la derechización del PP. Hay varios factores que lo explican. Sucede en países del resto de Europa donde esta derechización es un factor contaminante sobre sociedades que veíamos como democracias consolidadas. España ha pasado cuarenta años de modernización, como nunca antes en la historia. Y eso tiene consecuencias psicológicas y políticas.
P. ¿Esos tambores de derechización extrema remiten a otras épocas que usted ha estudiado?
R. He dicho muchas veces que hay alguna similitud con la primera mitad de los años treinta, porque en los años de paz de la República, entre 1931 y 1935, hubo un proceso de aceleración histórica y social considerable que descolocó a ciertos movimientos sociales, pero el entorno internacional por el momento no es el mismo. Aquello produjo una serie de fricciones que se manifestaron de una manera violenta y que hoy la derecha, de una manera miserable, ampara y protagoniza porque a ellos les recuerda un poco la situación actual, sin tantas muertes y tantas algaradas. Se exagera eso achacándolo a la República, pero aquella era una República democrática. Un embajador británico de entonces dice en uno de sus informes: “La República española quiere recuperar el retraso de siglos que tiene la sociedad española. Y tienen prisa”. Esa es una forma de explicarlo que vio un contemporáneo que de izquierdas tenía lo que yo tengo de cura… Veía un país en una ebullición acelerada por el deseo de los Gobiernos republicanos en la izquierda, pero un poquito de centroderecha, de acelerar el proceso de modernización, un proceso ambiguo, complejo y sobre el que se ha discutido mucho. Para mí, la modernización es más o menos lo que decía Ortega y Gasset: acercarnos a Europa, porque España no estaba en Europa. La élite monárquica y la élite financiera sí que estaban en Europa para gozar de los beneficios que les daban sus patrimonios y sus viajes. Pero la sociedad española no estaba en Europa; muchos intelectuales lo estaban, pero la sociedad, no.
P. ¿Esas alianzas que parecen hacerse más extremas representan un momento delicado para la democracia española?
R. Evidentemente no estamos en una laguna apacible, estamos en una jaula de grillos. Lo que está pasando en Francia es muy preocupante; escuché el discurso del candidato de extrema derecha, [Éric] Zemmour y me angustié. En YouTube avisan de que puede molestar a las personas. Esa ola penetrará en España, donde ya tenemos bastantes candidatos parecidos a Zemmour. No es una situación fácil. Me molestan las críticas que se hacen aquí al Gobierno de la coalición, recalco, social-comunista, que llamado así retrotrae de manera estúpida a la Guerra Civil o a 1931, porque desde 1931 a 1936 no hubo comunistas en el Gobierno. ¡Es que realmente no había comunistas en la gran política española! Los hubo después, en la Guerra Civil, como los hubo en la segunda guerra en Francia… ¿Por qué se habla ahora de gobierno social-comunista? No hay Gobierno si el PP se mantiene en la intransigencia más absoluta. ¿Cómo se forman las mayorías en una democracia parlamentaria? Con coaliciones, como pasa en varias comunidades españolas desde hace años, y como pasa en varios países de Europa. Y no pasa nada. Pero en España eso no se tolera.
P. ¿Cómo escucha ahora el lenguaje político español?
R. Más que el lenguaje político, lo que me horripila es el lenguaje mediático, sobre todo el de los medios de comunicación de derecha y de extrema derecha. Destaca por su truculencia Vox. Se me abren las carnes, por ejemplo, leyendo su enmienda a la totalidad de la ley de Memoria Democrática. Se me abren las carnes leyendo ese lenguaje y escuchándolos hablar.
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