Muere Hasan Hanafi, el filósofo de un islam revolucionario y cosmopolita
El pensador egipcio se enfrentó a la clase religiosa tradicional y a los prejuicios etnocentristas de Occidente
Hasan Hanafi (El Cairo, 1935) ha sido uno de los filósofos árabes más genuinos de la segunda mitad del siglo XX. Por sus clases en la Universidad de El Cairo pasaban estudiantes egipcios y extranjeros de distinta formación, sabedores de que allí no iban a hollar caminos trillados. Con su fallecimiento el pasado día 21, desaparece el último filósofo árabe de la generación que maduró en los años clave del giro altermundista (1954-1967), consagrados a las luchas postreras de liberación nacional y la reacción antiimperialista poscolonial.
La fuerza formativa de aquel tiempo audaz explica buena parte de la trayectoria de Hanafi como filósofo, caracterizada por la valentía de sus planteamientos y el compromiso con la praxis, a lo que se sumaba su honestidad personal e intelectual, algo que, es bien sabido, tiene pocas recompensas. En español, por no tener, Hanafi no tiene traducida ninguna de sus cerca de cuarenta obras.
Tras licenciarse en filosofía en la Universidad de El Cairo, Hasan Hanafi se doctoró en la Sorbona en 1966, con Paul Ricoeur y Jean Guitton. El primer paso de su carrera fue una rompedora trilogía sobre exégesis, método y fenomenología, que ensanchó el campo de estudio de las religiones con un comparatismo no eurocéntrico. Como musulmán concernido, le interesó especialmente la hermenéutica, y armado de las herramientas de la fenomenología husserliana y de una suerte de existencialismo antropológico emprendió un ambicioso proyecto sobre la dialéctica tradición/innovación en el pensamiento islámico.
El eje de la obra de Hanafi es la necesidad de replantear la relación del Dios trascendental que se expresa en el Corán con el mundo que crea de forma continua a través de la actualización de su omnipotencia. La filosofía islámica resultante tiene al tauhid, la noción fundacional del islam que establece la unicidad absoluta de la divinidad, por centro de su reflexión. Pero el suyo no es un tauhid cerrado, concluido, sino performativo, en continua realización en lo individual y en lo colectivo, lo cual significa revolucionario: para Hanafi, la diferencia entre hecho y valor es producto de la Ilustración, de modo que el islam es y debe ser revolucionario. Al-Din wa-l-zaura (La religión y la revolución) es el título de la radical revisión del Egipto naserista —sí, un filósofo que piensa a Dios y la sociedad, todo a una— que publicó en ocho volúmenes (1988-1989).
La expresión “izquierda islámica”, que el propio Hanafi acuñó a renglón seguido de la revolución iraní de 1979, resume su compromiso antes ético que político con una teología islámica de la liberación. Hanafi plantea una hermenéutica crítica del turaz (el patrimonio araboislámico), que desentierra la razón islámica en sus dimensiones de progreso, creatividad y libertad, sepultadas por siglos de manipulación de las élites. Su empresa no fue nada fácil si tenemos en cuenta la oposición de la clase religiosa tradicional, a la que se enfrentó y que le anatemizó, y los prejuicios etnocentristas de la filosofía occidental, a la que combatió en su mismo terreno.
Hasan Hanafi, junto con los ya desaparecidos Mohamed Arkoun, Nasr Hamid Abu Zaid, Muhammad Abid al-Yabri, Hichem Djait y Sadiq Yalal al-Azm, situó en su justa dimensión global al nuevo filósofo musulmán. Todos ellos concibieron el islam en los términos inclusivos de una civitas más que en los restrictivos de una religión, y aun con sus sonados enfrentamientos se respetaron mutuamente.
La erudición de Hanafi era abrumadora. Su tono directo y hasta encendido a menudo fue confundido con un afán polemista y antioccidental. Todo lo contrario. Agustín, Anselmo, Spinoza, Lessing, Husserl o Sartre conviven en su filosofía con Abu Husain al-Basri, Alfarabi, Avicena, Algazel, Averroes, al-Afgani o Uzmán Amín. Eclecticismo, hibridismo y cosmopolitismo son etiquetas que se le adjudicaron y que él no aceptaba de buen grado, pues, argüía, suelen blanquear viejas relaciones epistemológicas de dominación de Occidente con Oriente, al tiempo que ignoran las condiciones materiales que expulsan de la historia a la mayoría de los individuos “orientales”.
Una de sus obras más controvertidas y conocida, Muqaddima fi ilm al-istigrab (Introducción al occidentalismo, 1991), plantea precisamente la necesidad de refundar las relaciones de conocimiento entre sujeto y objeto para formular desde la historia el futuro de un Mediterráneo justo e igualitario.
Luz Gómez es catedrática de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid. Su último libro es Salafismo. La mundanidad de la pureza (Catarata, 2021).
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.