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Francisco Caudet, filólogo e historiador de la literatura

Humanista en el más amplio y mejor sentido de la palabra, generoso y practicante de la filantropía machadiana, su modelo como maestro e investigador ha dejado honda huella

Francisco Caudet.
Francisco Caudet.

Sería casi imposible elaborar una cartografía cabal de los estudios galdosianos contemporáneos sin la obra de Francisco Caudet, fallecido el lunes a los 78 años. Tampoco podría entenderse la historia cultural del exilio de 1939 sin sus trabajos. En ambos campos, Caudet abrió caminos que parecían cerrados. Entre la novela del realismo decimonónico y la literatura de la diáspora republicana, su obra describe un panorama exhaustivo de un periodo crucial de nuestra historia intelectual compuesto por innumerables estudios y ediciones críticas de, entre otros, Clarín, Valera, Blasco Ibáñez, Unamuno, Machado, Valle-Inclán, Sender y Max Aub. Rafael Chirbes dejó escrito de Francisco Caudet que, “en sus lúcidos prólogos galdosianos, en su ambiciosa relectura materialista de la literatura española a caballo entre los dos pasados siglos y de las influencias que recibió desde el exterior, trabajos minuciosos, higiénicos, […] se depuran de interferencias interpretativas los textos de Galdós, de Clarín, de Unamuno, de Blasco, desfigurados durante decenios en las lecturas de una crítica idealista y más o menos reaccionaria.”

Esta potente mirada desmitificadora que vertebra la obra crítica de Caudet se la brindó la perspectiva de su residencia extranjera al comienzo de su andadura académica, primero en Inglaterra y luego en la California de los setenta. Salir de la España del tardofranquismo forjó al historiador de la literatura. El propio Caudet recordó que “iba a rebuscar documentos y personas. Personas que, en su mayoría, estaban en el exilio. Se me había empezado a abrir un mundo nuevo. Todo lo que no me habían enseñado en la Universidad española lo tenía que ir aprendiendo fuera de España. Era un autodidacta con título universitario de España, hambriento de formarse, de conocer, de descubrir que había otra España, que era posible otra España.” De aquel fértil contacto con el exilio, con sus actores y con su obra impresa, surgieron artículos, antologías y monografías. También amistades entrañables entre el joven filólogo y la vieja comunidad desterrada: Arturo Serrano Plaja, Rafael Dieste, Antonio Sánchez Barbudo, Manuel Tuñón de Lara… La academia norteamericana le permitió asimismo integrarse en el floreciente galdosismo de la época. El resultado fue un gran número de ediciones críticas que hoy pueden considerarse, sin exageración, canónicas.

Su segunda etapa profesional se inició cuando regresa a España al final de la Transición. Hasta su jubilación, enseñó en la Universidad Autónoma de Madrid, con frecuentes estancias en el extranjero. Dirigió el Instituto Cervantes de Chicago y fue profesor visitante en universidades europeas y latinoamericanas. En 1996, recibió el Premio Alexander von Humboldt de Investigación en Humanidades. En todos estos años, dejó una fértil estela de amigos y discípulos que fue reconocida en un volumen de homenaje en 2015.

Humanista en el más amplio y mejor sentido de la palabra, generoso y practicante de la filantropía machadiana, su modelo como maestro e investigador ha dejado honda huella. Nunca dejó Caudet de buscar en los textos respuestas al laberinto español. Hasta el último momento ha trabajado incansablemente, como si quisiera no faltar a una vieja ética intelectual de raigambre republicana que aprendió en Galdós y en los exiliados, confiado en que la literatura podía alumbrar una esquiva razón histórica. Deja inédita una edición de La velada en Benicarló, de Manuel Azaña, que completó poco antes de su muerte y que verá la luz próximamente.

Fernando Larraz es profesor de literatura de la Universidad de Alcalá.

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