‘La abuela’: un buen director para una historia incomprensible
Estoy atento a lo que pretende narrarme Paco Plaza en su película. El problema es que no entiendo casi nada
A Paco Plaza le gusta crear tensión en los espectadores, intrigarles, darles sustos, insinuar o mostrar el poder de las tinieblas. Hace cine de terror. Y existe numeroso público enganchado a este género. No es el caso. Y quiero pensar que mi frágil cerebro no está excesivamente dañado, ya que tengo perpetua y razonable alergia al cine gore. Y claro que disfruto ante películas que me provocan duradero pánico. Pero no sé si las academias puristas determinarán que pertenecen al género de terror. ¿Cuáles? Obras maestras como el primer Alien, La semilla del diablo, Los pájaros, El quimérico inquilino, Psicosis y algunas más. Ante todo, son gran cine. Y me provocan escalofríos y angustia no ya al verlas, sino también al recordarlas.
Paco Plaza titula La abuela su última apuesta para lograr el hormigueo y la alteración en el sistema nervioso de los espectadores. Y estoy atento a lo que pretende narrarme. Y sé que sabe colocar la cámara y que esta hable con suficiencia rodando la mayor parte en claustrofóbicos interiores. El problema es que no entiendo casi nada de lo que pretende contar. Una chica que trabaja de modelo en París regresa a Madrid para cuidar a su abuela, que ha sufrido un derrame cerebral que la ha paralizado. Hasta ahí llego. Pero el resto me parece un disparate. No sé qué les ocurre a la maléfica anciana ni a los espíritus que aparecen en la casa, no sé qué es imaginado o real, pero muchas secuencias me parecen gratuitas, de un efectismo ramplón. No me acojona y tampoco me conmueve. Pero estoy atento ante la presencia de la actriz Almudena Amor.
Posee un físico importante y una belleza extraña. También variados registros. En El buen patrón puede ser lianta, sexi y retorcida. En La abuela muy vulnerable, angustiada, a punto de enloquecer con su estática, cruel y diabólica abuela.
Los ojos de Tammy Faye tiene el aliciente inicial para mí de estar protagonizada por Jessica Chastain, actriz que me gusta mucho, sucesora de las maravillosas Michelle Pfeiffer y Naomi Watts. Chastain, que puede dar vida a lo que se proponga, aquí encarna a una telepredicadora evangelista que, junto a su patético y ambicioso marido, se forró haciendo programas entre cursis, iluminados y sonrojantes y recogió donativos millonarios de sus feligreses que emplearon no para causas nobles, sino para vivir como los dioses en su estilo hortera. El director Michael Sohwalter narra de forma aceptable el esplendor y la ruina de esta pareja que nos puede resultar dadaísta, pero que existió. Y con consecuencias muy sabrosas para Ronald Reagan. Gente como los telepredicadores y su nutridísima y entregada parroquia le ayudaron a ganar elecciones. Con la bendición del Altísimo, por supuesto. Jessica Chastain lo hace muy bien, pero el delirante personaje que interpreta da risa, pena y grima.
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