Muere Carlos Pérez Siquier, gran renovador de la fotografía española con el grupo Afal
Maestro en el uso del color, se dio a conocer en los años cincuenta con su trabajo sobre el barrio almeriense de La Chanca. Fallecido a los 90 años, una semana antes se había presentado la ampliación del centro dedicado a su obra en Olula del Río
A buen seguro que Carlos Pérez Siquier habrá cumplido hasta el final la máxima que repetía los últimos años: “Moriré con las fotos puestas”. Palabras de un hombre socarrón, que hacía humor con el rostro serio y que estuvo siempre enamorado de la fotografía. Pérez Siquier, maestro en el uso del color, a la altura de su amigo Martin Parr, o quizás mejor, ha fallecido el lunes a los 90 años en el Hospital Universitario Torrecárdenas de su Almería natal, donde había ingresado la semana pasada a consecuencia de un aneurisma en el abdomen, han informado fuentes cercanas al fotógrafo.
Nacido en 1930, fue un gran renovador de la fotografía española gracias, sobre todo, al impulso que dio desde Afal, siglas de la Agrupación Fotográfica Almeriense y nombre de la revista de esa asociación, un grupo de autores que modernizó el arte de la imagen en España a mediados de los cincuenta del siglo pasado. Pérez Siquier, junto a José María Artero, fallecido en 1991, pusieron en contacto, gracias a esta publicación, que resistió hasta 1963, a los nuevos fotógrafos de diferentes partes de España para dar a conocer sus trabajos y teorías, alejarse del salonismo y el pictorialismo reinantes en la fotografía nacional y fijar el objetivo en una fotografía humanista. Entre otros nombres de aquel grupo de mirada neorrealista, destacan los de Oriol Maspons, Leopoldo Pomés, Gabriel Cualladó, Xavier Miserachs, Ricard Terré, Paco Gómez y Ramón Masats.
Como otros grandes fotógrafos españoles, Pérez Siquier tenía otra ocupación para vivir. En su caso fue bancario, durante 30 años, lo que le permitía los fines de semana hacer lo que le gustaba. Esta pasión por la fotografía nació en una buhardilla donde su padre instaló una ampliadora y cubetas para el revelado. “Cuando aparecía la imagen en el papel, aquello era mágico. Me sentí contagiado por ese milagro”, declaró en una entrevista a este periódico en 2018. Tras ese descubrimiento, cursó estudios de fotografía en la Escuela de Arte de Almería, que finalizó en 1950, y empezó a sacar imágenes con una Rolleiflex.
Pérez Siquier, que prefería definirse como “un artesano”, permaneció activo hasta los últimos días de su vida, en los que andaba entusiasmado con nuevos proyectos para dar a conocer más su obra. El lunes pasado se inauguró la ampliación del Centro Pérez Siquier, levantado en Olula del Río (Almería) en septiembre de 2017 y que alberga su archivo y documentos. “No paraba de hablar de la publicación y de la exposición que estábamos preparando”, ha declarado a EL PAÍS Juan Manuel Martín Robles, director de la Fundación de Arte Ibáñez Cosentino, de la que depende el Centro Pérez Siquier. Ese próximo libro, “con unas 350 páginas”, señala Martín, “incluye muchas fotos inéditas” de su trabajo más conocido, el que hizo a partir de 1956, en blanco y negro, del deprimido barrio almeriense de La Chanca. Fue una visión que iba más allá del retrato social (”era pobreza pero con dignidad”, afirmaba), gracias a la delicadeza de las imágenes que tomó de los habitantes y rincones de esa zona marginal, a la que acudía cada fin de semana con su cámara. De la penuria de esos tiempos para publicar y exponer fotografía en España da testimonio que el libro sobre ese proyecto no se publicó hasta 20 años después.
Regreso a La Chanca
Sin embargo, de entre las imágenes que logró entonces destaca la denominada La niña blanca, el retrato que hizo a Ángeles Hernández, entonces de solo 11 años, que posó con su vestidito blanco, apoyada en el quicio de la puerta de su casa-cueva en el barrio almeriense. “Fue como un flechazo. Y yo, que soy muy rápido, le disparé una sola foto. Luego se metió a su casa sin cruzar una palabra y no volví a saber nada más de ella”, declaró a EL PAÍS con motivo de la muestra que le dedicó la Fundación Mapfre en Barcelona en 2020. Tuvieron que pasar casi seis décadas para que fotógrafo y fotografiada se reencontraran y hablasen de aquel instante mágico.
En 1962, Pérez Siquier volvió a La Chanca, pero para iniciar una serie en color. En esa época acabó la aventura de la revista Afal por razones económicas y comenzó a trabajar de fotógrafo independiente para el Ministerio de Información y Turismo. Precisamente, la llegada de “las suecas” a las costas españolas le inspiró para su siguiente trabajo, La playa, a partir de 1972, un motivo que le atrapó y al que volvía una y otra vez. Fascinado por lo que llamaba “la geografía de la carne”, construyó una “crítica mordaz a la playa que conocía”. Durante años hizo instantáneas con mucho humor de los cuerpos que buscaban tostarse al sol, hasta acabar jugando con formas y colores en estampas pop que rozaban lo kitsch. De fondo, plasmó el sol y el sabor de su amado Mediterráneo.
Alto, coqueto, con su melena blanca siempre bien peinada y puntual a su gin tonic de las ocho de la tarde, Pérez Siquier hacía gala de su ironía en los actos de homenaje que se le tributaron en los últimos años, como en la edición de 2016 de los Encuentros Fotográficos de Gijón, cuando recibió una gran cesta de productos asturianos y saltó: “Yo creía que era una muñeca hinchable”. Ese carácter juguetón le llevaba a hacer fotos a amigos y conocidos en una comida sin que se dieran cuenta, para enseñarles el resultado después. Sobre su estilo, señalaba que le guiaba su intuición: “Las personas y los objetos salen a mi encuentro, sin buscarlos”. En cuanto a los recursos que empleaba, procuraba no hacer reencuadres, ni usar flash ni trípode. Siempre a la búsqueda de la reinvención, experimentó con trabajos como en el que reunió imágenes en gran formato de sus trayectos en tren, en las que la línea entre lo real y lo irreal era difusa; o el titulado Mi sombra y yo, en el que proyectó su cuerpo sobre objetos y paisajes.
En 2003 se le concedió el Premio Nacional de Fotografía “en reconocimiento a su trayectoria profesional y a su constante afán de renovación en la búsqueda de nuevos lenguajes fotográficos, así como por la influencia que ha tenido en la fotografía española contemporánea”, justificó el jurado. En 2013, el festival PHotoEspaña le otorgó el premio Bartolomé Ros por su trayectoria y en 2018 el Consejo de Ministros le otorgó la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.
De entre las muchas exposiciones que se han dedicado a su obra, además de la mencionada en la capital catalana, destacan la que en 2005 protagonizó en la Fundación Telefónica y la que al año siguiente le dedicó el Centro Andaluz de la Fotografía. En 2015, el Museo Reina Sofía recibió de Pérez Siquier la documentación y archivos del grupo Afal que había atesorado. En los últimos años le gustaba captar con una pequeña cámara digital las formas y sombras, próximas a la abstracción, en torno a su residencia almeriense, que bautizó como La Briseña, una antigua casa de pastores en la localidad de Benahadux. La pasión sin fin de Pérez Siquier por conseguir un buen enfoque la justificaba con otra de sus conocidas sentencias: “Haciendo fotografías se vive más años”.
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