La Mostra de Venecia ríe, llora y dispara, pero no se entusiasma
‘Reflection’, de Valentyn Vasyanovych, sobre los horrores de la guerra en Ucrania, y ‘Qui rido io’, de Mario Martone, centrada en la vida del comediógrafo Eduardo Scarpetta, dejan frío al festival, igual que el wéstern ‘Old Henry’, fuera de competición
Un día, una paloma se estrelló contra una ventana de la casa de Valentyn Vasyanovych. El choque impactó al director ucranio, y sobre todo a su joven hija. Pero asegura que también le hizo pensar. En los niños y sus miedos, en la muerte. Tanto que, a raíz de aquel vuelo fallido, una película fue poco a poco desplegando sus alas. Ahora, Reflection ha aterrizado en la competición oficial de Venecia, pero entre muchas turbulencias: hubo tibios aplausos al filme, que relata los horrores de la guerra que aún continúa entre Ucrania y Rusia y sus secuelas, pero se escuchó también un principio de abucheo.
Los otros dos filmes del día no contribuyeron a levantar los ánimos. Qui rido io, de Mario Martone, intentó aportar alegría, con la historia del principal comediógrafo napolitano, Eduardo Scarpetta. Tras alguna sonrisa, sin embargo, la cara de la crítica se quedó seria. Y Old Henry, wéstern fuera de competición de Potsy Ponciroli, tampoco alcanzó el corazón del público, por más que sus protagonistas intercambiaran disparos.
Los tiros se oyen también al principio de Reflection. Pero es solo un juego de niños, con balas de pintura. En el frente ucranio, sin embargo, las ráfagas matan de verdad. Y los traumas, también. Tanto que el cirujano protagonista, secuestrado por las tropas rusas, acumula ante sus ojos cicatrices imposibles de sanar. Sangre, torturas, crueldad. Vasyanovych lo filma todo como una experiencia teatral, casi siempre con planos fijos y su personaje principal en el centro. Pero genera dudas no solo narrativas, sino éticas: resulta discutible perseguir una puesta en escena impecable e incluso cierta belleza estética en imágenes de muerte y sadismo. Y más en un alegato antibelicista. Cuando el hombre regresa a casa, le esperan desolación y silencio. No consigue recuperarse. Ni la película tampoco.
Todo lo contrario de la atmósfera de Qui rido io. “Queríamos contar la figura mitológica de Scarpetta y el misterio de su extraordinaria familia”, afirmó Martone ante la prensa. Esposa, amante, hermana, hijos legítimos y otros secretos, amigos, nietos: en el clan del actor, interpretado por Toni Servillo, había sitio para todos. Un circo tragicómico, como la propia epopeya de Scarpetta: ídolo de las masas teatrales a finales del siglo XIX; denunciado por el poeta Gabriele D’Annunzio por plagiar supuestamente su La hija de Iorio; padre de los también célebres Titina, Eduardo y Peppino de Filippo, a los que nunca reconoció. La película homenajea la gran tradición de las tablas napolitanas, revive el primer juicio por derechos de autor de la historia de Italia y, en general, intenta contagiarse de tan entretenida existencia. Pese a un personaje único, sin embargo, deja una constante sensación de déjà vu.
La idea de Old Henry también se ha visto anteriormente. El director del festival, Alberto Barbera, evocó Sin perdón, obra maestra de Clint Eastwood, al presentar la película en la programación. Pero la comparación resulta dañina. Y eso que el filme propone un arranque convincente: el viejo Henry del título se ha retirado a una granja, lejos de un pasado que se intuye tan glorioso como sombrío. La aparición de un forastero, y de su bolsa llena de dinero, trastoca su plácido retiro. Nunca hay paz para los forajidos. Más bien, traición, adrenalina, peligro y venganza. El guion, sin embargo, empieza a optar por elecciones previsibles o poco creíbles. Y cuando empiezan a volar las balas, el propio filme termina agujereado.
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