Y tú, ¿qué has hecho por los romanos?
Acudir a un curso sobre Roma en Irún con una piedra del Muro de Adriano y tierra del bosque de Teutoburgo no garantiza el éxito
Parafraseando a la vez a John F. Kennedy y La vida de Brian, que ya es parafrasear, no te preguntes que han hecho por nosotros los romanos, sino qué puedes hacer tú por ellos. Los demás no sé, pero yo lo tengo claro: he ido a Irún este jueves, y mira que me coge a desmano, a participar en un curso de verano de la Universidad del País Vasco titulado Una vez fuimos Roma, dedicado a “reconocer en nuestro presente el legado todavía vivo de la herencia romana”. El curso ha contado, afortunadamente, con gente que sabe mucho más que yo de Roma y los romanos, pero no se podrá decir que no me he esforzado.
Consciente de que iba a necesitar algo más que labia y dada la dificultad de embarcar en el avión desde Barcelona mi notable gladius, mi espada romana (réplica), opté por llevar en los bolsillos para impresionar a la audiencia una piedra del Muro de Adriano y una bolsita con tierra del lugar de la batalla de Teutoburgo, donde los germanos masacraron a las tres legiones de Varo, recogida la primera en un viaje con Santiago Posteguillo (espero que el muro no haya perdido estabilidad) y la segunda en otro con Valerio Manfredi, en el que tuve la oportunidad histórica de contemplar al escritor en calzoncillos al vernos obligados a compartir habitación en Gütersloh por un problema con la reserva del hotel (confié que la anécdota me granjera unos puntos). Me parecieron buenos talismanes las dos cosas, mis manes y penates como si dijéramos, para ir calentando, y de hecho pasé el control de aeropuerto sin los problemas que me habría reportado la espada y no digamos un pilum. Llevé también conmigo una somera bibliografía básica de viaje, para ir repasando, encabezada por el imprescindible, aunque no oficial, Legionario, manual del soldado romano, de Philip Matyszak (Akal, 2010) que recomienda no alistarse, a ser posible, en las legiones XVII, XVIII y XIX, las exterminadas en Teutoburgo, precisamente.
Arribado a Irún no me costó incorporarme al grupo en verdad notable de especialistas académicos asumiendo mi condición de cohorte auxiliar. Al poco ya estaba departiendo tan ricamente con el sabio Javier Arce sobre el fuerte romano de Formentera (aunque sé más de los chiringuitos) y la búsqueda de la tumba de Alarico, sepultado con un gran tesoro bajo el río Busento según la leyenda, y que, me explicó el arqueólogo, se ha empeñado en hallar el alcalde de Cosenza con la finalidad de solucionar los problemas de tesorería de Italia, y es que hay gente que tiene un sentido muy práctico de la arqueología, acordamos. El día era tan húmedo en Irún que parecía que nos habíamos caído los dos al Tíber o cruzado a nado el Rubicón.
Ya metidos en sesión en el espectacular Gordailua, el centro de colecciones patrimoniales de Gipuzkoa, sede de las jornadas junto con el Museo Oiasso, las responsables del curso, Mertxe Urteaga y Elena Torregaray, diferenciaron cariñosamente entre los participantes eruditos y los simples aficionados como yo que sin embargo podríamos dar testimonio interesante de cómo la antigüedad romana ha influido en nuestras pobres vidas, a la manera de los zelotes miembros del Frente Popular de Judea. Arrancó el curso el historiador y profesor Antonio Duplá que habló de la violencia política en el fin de la República y los populismos trazando un paralelismo entre los Gracos, Trump y Pablo Iglesias. Explicó cosas que me interesaron mucho como que los alumnos se le duermen viendo el Julio César de Mankiewicz y digo yo que no será cuando sale Marlon Brando loando subrepticiamente a Julio con acento de Nebraska. También y esto me gusto especialmente, que él se emociona cada vez que ve Espartaco. Al acabar dijo que confiaba no haber abusado mucho de nuestra paciencia. Apunté que también debía prepararme un final así, un finere in bellezza clásica.
Respecto a Julio César, por cierto, Arce me comentó que está leyendo un libro que sostiene que en realidad se suicidó, pues habría querido que lo mataran acudiendo al senado. Repliqué que a mi corto entender no te suicidas cuando has conseguido que te nombren dictador a perpetuidad, planeas invadir Partia y tienes a Cleopatra tontita por ti, pero, claro, quién soy yo.
Otra intervención interesante fue la del historiador y novelista Santiago Castellanos, con el que viví un día estupendo en el Coliseo (algo que no podrían decir Senén y Abdón, mártires, ni Máximo Décimo Meridio) cuando presentó Barbarus. Castellanos habló de “los palos” que recibió de sus colegas por escribir novela histórica, justificó que los académicos pasen al otro lado del espejo, a la narración, y explicó también una cosa íntima entrañable: que le daba miedo de pequeño cuando salía la serpiente reptando sobre el mosaico al inicio de cada capítulo de la serie Yo, Claudio. Cuando alguien del público (yo) le preguntó para animar el debate si en las escenas de sexo de una novela del género hay que ser fiel a los usos históricos o a los actuales, respondió que a los de ahora pues no nos ponen las mismas cosas que a los romanos, por ejemplo, y ves a saber los etruscos. Una participante del curso cuestionó que seamos muy diferentes a los romanos en la cama o en el triclinio y se produjo un momento de general zozobra hasta que Castellanos zanjó que “las escenas de sexo son las más difíciles de escribir de la novela histórica”.
Aportación a destacar también la de Magí Seritjol, director del activo y estimulante festival Tarraco Viva, en Tarragona, que incluye recreaciones históricas y combates de gladiadores con final feliz como si dijéramos porque en realidad no muere nadie. Seritjol, que anunció que el festival conmemorará el año que viene el centenario del descubrimiento de la tumba de Tutankamón, comparó con el asalto al Capitolio de EE UU la revuelta popular que tras el asesinato del tribuno Clodio Pulcro (?) y de que su mujer paseara el cadáver desnudo por Roma acabó con el incendio del senado al encender los partidarios del finado su pira funeraria allí dentro, que ya es idea.
Mi intervención, por acabar, despertó la natural estupefacción al sacar la piedra y la arena y al ponerme a hablar de Alix, Astérix, El Jabato, Olac el gladiador e Indro Montanelli como referentes. Gané algo de credibilidad al explicar que había visitado a Mary Beard en su cocina pero me temo que volví a perder puntos al ofrecer mi selección de grandes momentos de Roma en el cine que incluyen el gangoso Pilatos de La vida de Brian (“Biggus Dickus”), la escena de cuando diezman a una legión en La caída del imperio romano, la del triunfo en Golfus de Roma y la de Laurence Oliver seduciendo a Tony Curtis hablándole de ostras y caracoles en Espartaco. Imaginando que me habrían llamado para eso, ofrecí algunos ejemplos de noticias periodísticas sobre romanos susceptibles de llamar la atención, como “Italia busca el barco de las orgías de Calígula”, “Identificado el paso de Aníbal por los Alpes gracias al descubrimiento de grandes cantidades de excrementos de caballo”, “Hallado un tumor ovárico con dientes en un esqueleto de mujer de época romana” o “El Príapo se encontraba junto al lavabo de señoras” (tres de los artículos son míos). Embalado califiqué a Julio César de corresponsal de guerra, a Plinio el Viejo de periodista de sucesos y a Catulo de precedente de la prensa rosa. Cuando empecé a explicar la teoría de que los romanos se avanzaron en lo del género no binario, me avisaron de que se me acababa el tiempo. Pero alcancé a recitar las hermosas líneas de Lays of Ancient Rome de Macaulay sobre Horacio Cocles en el puente, “cómo puede morir mejor un hombre / que afrontando terribles riesgos/ por las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses”, for the ashes of his fathers and the temples of his Gods. Y quiero creer que todo me fue perdonado, la otra mañana en Irún.
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