Dos grandes vidas romanas bajo el volcán, y alguna ostra
La clasicista británica Daisy Dunn traza las biografías conjuntas del naturalista Plinio el Viejo y su sobrino Plinio el Joven, marcados ambos por la erupción del Vesubio que destruyó Pompeya
Grandes personajes de la realidad y la ficción han estado bajo el volcán, desde el alcoholizado cónsul Geofrey Firmin de Malcolm Lowry a Lord William Hamilton, el sufrido marido de Lady Hamilton, pasando por el vulcanólogo Haroun Tazieff sin olvidar al padre Doonan de El diablo a las cuatro y el capitán Hanson de Krakatoa: al este de Java. Pero si de alguien se puede decir que la sombra humeante de un volcán (y su piroclástica consecuencia) ha marcado completamente su vida es de los dos Plinios, el Viejo y su sobrino el Joven. A explicar a la vez sus dos extraordinarias carreras —fueron dos grandes romanos, altos cargos ambos del imperio y como escritores forman parte del acervo medular de la cultura clásica— dedica un libro apasionante y documentadísimo, Bajo la sombra del Vesubio (Siruela, 2021), la joven clasicista Daisy Dunn (Londres, 34 años), especialista en Catulo, sobre el que ha publicado dos obras.
Gaius Plinius Secundus, Plinio el Viejo, nacido hacia el año 23 y fallecido el 79, es la víctima más famosa no solo de la erupción del Vesubio sino de la curiosidad. Comandante de la flota romana del Miseno, Plinio acudió en rescate de la población de la zona afectada por el cataclismo pero también, gran naturalista aficionado (además de historiador y almirante), para ver el fenómeno de cerca; tanto que murió en la playa de Stabiae (Estabias), en la bahía de Nápoles, seguramente por la atmósfera irrespirable causada por el volcán, aunque una fuente sugiere que se hizo matar por un esclavo. En cuanto a su sobrino, Gaius Plinius Caecilus Secundus, Plinio el Joven (c. 61-c. 112), es especialmente conocido por haber sido él, que se encontraba en Miseno con su tío pero tuvo el acierto de no navegar con el pariente hacia la zona cero de la erupción (qué importante es no tomar decisiones malas), quien explicó para la posteridad, en dos cartas, una de ellas a su gran amigo el historiador Tácito, el destino de Plinio el Viejo y de paso el espectáculo de infernal esplendor del Vesubio vomitando espanto. De hecho, a Plinio el Joven le debemos la descripción de la nube de 33 kilómetros de alto en forma de hongo o pino que brotó del volcán y que ha caracterizado el tipo de erupción, denominada, por eso, pliniana (no confundir con la cereza pliniana en honor de su tío).
En su biografía dual, llena de detalles sensacionales, Dunn va explorando alternativamente la vida de los dos Plinios, a los que considera verdaderos hombres renacentistas adelantados, revelando la forma de pensar de ambos en lo que es una profunda inmersión en la mentalidad de la Roma imperial. El libro, que utiliza fuentes epigráficas y arqueológicas además de textos, se centra más en el Joven, del que hay más información (fue senador, se carteó con Trajano, fue su representante en provincias), y se basa especialmente en sus cartas —que son en realidad exquisitas piezas literarias— y en la gran obra enciclopédica de su hiperactivo tío materno (“Vita vigilia est”, decía, estar vivo es estar despierto), la Historia natural. Se trata de un delicioso cajón de sastre, de la luna al ciempiés, en el que su autor trató de recopilar (en 37 libros) todo el saber acumulado sobre la naturaleza, incluido que el elefante gusta del amor y la gloria, que los castores del Ponto se cortan ellos mismos los genitales si se sienten en peligro, que la ciudad de Aminclas, en el Tirreno, fue destruida por las serpientes o que en Roma se llegaba a pagar 8.000 sestercios por un salmonete.
Plinio el Viejo había escrito sobre volcanes, pero no sobre el Vesubio; si sabía que era un volcán, probablemente lo consideraba extinto. El descuido es comprensible porque llevaba 700 años sin dar señales de vida. Partió con su flota de cuatrirremes en una doble misión de objetivo científico y humanitario, para organizar un Dunkerque en la Campania. Dado su carácter indagador, debió disfrutar con la experiencia, al menos hasta que murió. “Tenemos un relato detallado de su sobrino del valor que mostró Plinio el Viejo mientras moría en la playa, probablemente asfixiado por la nube volcánica”, explica a este diario Daisy Dunn. “La mayoría de sus compañeros habían corrido para salvarse, así que él estaba solo con dos de sus esclavos. Era un estoico, asombrado del poder de la naturaleza, así que imagino que sus últimos momentos estuvieron marcados por el sentido de la maravilla y por la aceptación, con sólo un poco de miedo. Quizá pensó que era apropiado que un hombre que había pasado toda su vida estudiando los fenómenos naturales perdiese su vida en uno”.
Al preguntarle por el lugar que ocupan los Plinios en la literatura y la cultura romana en general y si su libro es un intento de reivindicarlos, la estudiosa responde: “Plinio el Viejo es único como el creador de la más antigua enciclopedia de la cultura grecorromana que se conserva. Plinio el Joven está más en la tradición de Cicerón porque dejó centenares de cartas y trabajó en los tribunales como orador. Mi libro es en parte una biografía de los dos hombres y en parte un intento de contar la historia de la Roma del primer siglo de nuestra época. Esos dos personajes juntos nos ofrecen un retrato redondo del periodo. Uno resume lo que era conocido o creído entonces sobre el mundo natural; el otro nos documenta la esfera política”.
Parafraseando La vida de Brian, ¿qué han hecho los Plinios por nosotros? Dunn no titubea: “Nos han mostrado la importancia de observar el mundo que nos rodea, de mirar de cerca las cosas. Su obra ha sobrevivido tanto porque fue considerada importante a través de los tiempos. Los escritos de Plinio el Viejo sobre remedios naturales eran muy apreciados en la Edad Media. Leonardo da Vinci y otros se inspiraron en sus capítulos sobre arquitectura. Y tenemos que agradecer a Plinio el Joven por nuestro conocimiento de lo que ocurrió exactamente cuando el Vesubio entró en erupción en el año 79”. Es curiosa la dependencia de la celebridad de ambos en relación con el volcán; una familia explosiva, dos vidas bajo el volcán. “Exacto, la fama de ambos está inextricablemente ligada al Vesubio. Pienso que su obra habría sobrevivido independientemente de la erupción, pero el hecho de que vivieran en ese tiempo explosivo definitivamente ayudó a cimentar sus nombres en la historia”.
Parece más fácil sentir simpatía por el tío, ávido lector hasta durante las comidas, autor de la frase que grabó Montaigne en su castillo, “solum certum nihil ese certi” (“la única certeza es que no hay certeza”), ardiente (!) jardinero, que por el algo pedante sobrino abogado. Diríase que hay más grandeza en el primero y la obsesión del Joven con la posteridad —eso de que le pedía a Tácito que le sacara en su Historias— parece algo patética. Y lo de perseguir a los cristianos de Bitinia y razonar su ejecución… “Siempre ha sido difícil para los hijos de famosos hacerse su propio camino, basta con ver el mundo de las celebridades actuales. En ese sentido siento simpatía por el sobrino y admiro sus esfuerzos por vivir más allá de la reputación de su tío mientras a la vez perpetuaba la fama de este. Pero creo que podemos decir que Plinio el Viejo poseía una mente más creativa. Y, sí, el tratamiento que dio Plinio el Joven a los cristianos es aborrecible e indefendible. Contrasta mucho cuando leemos sobre ello en el último de sus diez volúmenes de cartas que se conservan, en las que por otro lado trata de ser un hombre justo”. El sobrino llegó a ser prefecto del tesoro de Saturno, augur de los signos de las aves y responsable del mantenimiento de las cloacas de Roma, amén de legado de Trajano para el gobierno de la provincia de Bitinia-Ponto.
En todo caso, los dos Plinios eran ambos representantes de la clase dirigente romana, que ostentaron posiciones militares y civiles importantes —el Viejo procurador en Tarraco, por cierto— y ejercieron en su medida el poder de la Roma imperial; millonarios con vastas propiedades y esclavos (el Joven más de 500 ). “En la cultura actual podríamos fácilmente desecharlos como privilegiados. Pero por lo mismo estaríamos menospreciando a la mayoría de la gente de la antigüedad de la que sabemos algo. Es decir, que sería un error. Ambos Plinios escribieron cosas relevantes para todos los seres humanos, independientemente de su estatus o riqueza, como de qué manera vivir sin miedo o reproche, y cómo existir en armonía con el mundo natural. Durante la pandemia, en particular, hemos aprendido realmente nuestro lugar en la naturaleza y la relación con ella. Somos todos, en el fondo, lo mismo”.
Sobre cuál es su pasaje favorito de la Historia natural, por cierto dedicada a Tito, del que era amigo, Dunn señala: “Encuentro la obra un fascinante y sorprendente compendio de datos, chismes y trivialidades, algunas exactas otras no. Mi favorita es la descripción de las ostras. Plinio asegura que algunas son pequeñas porque están tan tristes por la oscuridad del fondo marino que comen menos”. Vaya, si me perdona la broma y la cita cinematográfica de Espartaco, los Plinios ¿ostras o caracoles? “Ciertamente, caracoles”, responde la clasicista sin entrar al trapo de las connotaciones sexuales de la frase con la que Craso (Laurence Olivier) le tira los tejos a Antoninus (Tony Curtis). “Plinio el Joven los servía en las comidas con lechuga, huevos, remolacha y cebollas. Le desagradaba mucho cuando algún amigo llegaba a sus más bien frugales almuerzos y esperaba que le sirvieran algo más lujoso como erizos y ostras”. En todo caso, en los dos Plinios hay indicios de que podrían haber degustado ostras y caracoles.
Las mujeres, con alguna notable excepción, no parecen ocupar mucho espacio en las ideas y vidas de ambos personajes. ¿Signo de los tiempos o misoginia? “Signo de los tiempos, tristemente. Como autora siempre estoy interesada en recuperar tantas mujeres de la antigüedad como pueda. La segunda mujer de Plinio el Joven, Calpurnia [de la primera no sabemos ni el nombre], me fascina, no solo por su lealtad, sino por su independencia. Después de sufrir un aborto viajó al sur de Italia sin su marido. Me parece sorprendente que una mujer se sintiera cómoda viajando a un lugar que había sido devastado por el Vesubio apenas unas pocas décadas antes”.
Hay un gran énfasis en los dos Plinios en la relación del hombre con la naturaleza, ¿les podemos considerar unos avanzados de la ecología y el Nature Writing? “Creo que los dos iban muy por delante de su tiempo en lo concerniente a la naturaleza y el medio natural. Por ejemplo, Plinio el Viejo, el David Attenborough de su época, creía que cavar muy profundamente en busca de metales podía provocar terremotos. Vemos una preocupación parecida hoy con el fracking, la fracturación hidráulica, en busca de hidrocarburos. La creencia de Plinio el Viejo de que si respetamos la naturaleza ella nos proveerá es muy moderna. Y sí, el entusiasmo con el que escribía de las maravillas naturales parece un modelo para el moderno nature writing”. Hay que perdonarle en todo caso al Viejo que considerara a Cleopatra una ramera y al pulpo un animal estúpido.
Daisy Dunn reconoce que pese a toda su investigación hay cosas de los Plinios que siguen siendo un misterio. “Me encantaría saber más de la vida sentimental de Plinio el Viejo. ¿Se casó alguna vez? ¿Prefería a los hombres? ¿O nunca tuvo relaciones porque interferían con su labor? De hecho, era un adicto al trabajo. Que hiciera a su sobrino su heredero sugiere que no tenía familia propia, pero no sabemos prácticamente nada de sus relaciones personales. Me gustaría también saber qué pasó con el negocio de vinos de Plinio el Joven…”.
Babelia
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